Padre del aula y de la grieta
Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)
“Ya está, mañana se termina”, le hace decir Martín Caparrós a un Sarmiento que hilvana un largo monólogo introspectivo el día que deja la presidencia de la nación en 1874. Monólogo que recorre y rescata de la memoria las circunstancias que lo llevaron a la presidencia y esos seis años en los que intentó sentar las bases del país que había imaginado durante toda su vida.
La nueva novela del historiador y escritor argentino, publicada por Random House, vuelve sobre un personaje que, paradójicamente, cobra más vigencia y suma interés en la medida en que pasan los años.
Difícil apuesta la de Caparrós desde el punto de vista literario. Diseñó su novela con un detalle inicial que podría verse como muestra de ingenuidad o como la auto imposición de un desafío algo jactancioso. Es que en la primera carilla transcribe un texto original de Sarmiento. Texto que da pie a la narración en primera persona. ¿Cómo escribir después de citar a Sarmiento? ¿Cómo ponerle una voz ficticia a alguien que acaba de hablarnos con su verdadera voz? Tarea imposible de la que Caparrós, como cualquier otro que lo hubiera intentado, sale derrotado. Se nota el contraste. El lector, después de leer esos párrafos iniciales escritos por uno de los mejores escritores argentinos, no puede menos que sentirse defraudado cuando empieza a hablar (o a escribir), el otro Sarmiento, el inventado, el personaje de ficción de Caparrós.
Pero más allá de estos detalles meramente estilísticos, cabe preguntarse, conociendo al autor, si no habrá intenciones escondidas detrás de lo que se presenta como una novela histórica. ¿Se esconde Caparrós detrás de Sarmiento para hablarnos de la Argentina actual? Tal vez pueda leerse también de ese modo su novela, sin que esto le quite validez o mérito.
Pero veamos, ¿quién es Sarmiento?, ¿por qué sigue siendo una figura controversial? Si bien para la mayoría de los historiadores, la grieta, esa dicotomía entre dos modelos de país que han permanecido en puja hasta nuestros días, se inicia con la Revolución de Mayo, quien la definió en términos más rigurosos e hizo de ella una bandera fue justamente Sarmiento. Tan contundente y efectiva fue su definición que, palabras más o menos, se sigue utilizando. Porque si bien ya nadie se remite a la maniquea fórmula de civilización o barbarie, la esencia de aquel postulado está presente en la aún más simplificada definición de “negros cabeza de termo” con la que hoy se alude a quienes han quedado de uno de los lados de la famosa grieta.
Caparrós, es cierto, deja bien en claro que Sarmiento está tan lejos del modelo de país que por esos años enarbola Urquiza como lejos también está del otro modelo, el de Mitre y el de los terratenientes de Buenos Aires (cuando todavía Buenos Aires era solo una provincia).
Hay un guiño de Caparrós que resulta interesante y confunde, o al menos muestra que la realidad y el devenir histórico resultan más enrevesados que lo que cualquier historiador pretendería. Sarmiento, durante su presidencia, se ve permanentemente hostigado desde las páginas del diario La Nación. Dicho de otro modo, cómo poner a Sarmiento del lado de la grieta en el que siempre se lo puso y justificar o explicar que el mismísimo Mitre lo atacara desde las páginas de su propio diario. Ese mismo diario que en la Argentina actual juega, ya sin disimulo, sus cartas políticas en cada una de sus páginas.
Sensación ambigua nos deja Caparrós con su novela. ¿Intenta justificar su posición política actual? ¿Intenta mostrar a Sarmiento como una especie de bisagra o de síntesis de esa grieta que aún se mantiene sin resolver? Porque de la misma manera en que condena al gauchaje o al mestizaje, el sanjuanino entiende que no hay futuro posible si no se pone en marcha una reforma agraria que nos acerque al modelo norteamericano de pequeñas granjas familiares. Objetivo que, lógicamente, jamás podrá alcanzar.
Caparrós nos muestra a un Sarmiento que, aún siendo presidente, no logra imponerse frente al poder real de ese grupo de porteños que más tarde se identificaría bajo el nombre de oligarquía nacional.
Pobre Sarmiento. El loco e ingenuo Sarmiento. Comprende, el último día de su presidencia, que la capacidad de influir en la construcción de su Argentina soñada ha sido mínima, casi nula. Y nos deja una gran lección, el verdadero legado de Sarmiento no hay que buscarlo en el denuedo con el que intentó alfabetizar a los bárbaros, ni en su participación en la batalla de Caseros, tampoco en las ínfulas de modernidad con las que intentó sacar al país del atraso. Su principal y tal vez único aporte a la Argentina moderna hay que buscarlo en las páginas de sus libros, en su prosa delicada y seductora, en la eficacia de sus escritos. Porque si bien el Facundo fue concebido como un panfleto, no deja de ser un panfleto genial, inigualable, imposible de imitar.
Caparrós nos muestra a un Sarmiento lejos del bronce, incapaz de torcer el destino del país, tentado y vencido por vicios y prácticas no muy honrosas, débil ante los placeres con los que Urquiza compra sus favores, cobarde cuando la peste azota a Buenos Aires, aunque también, genial con la pluma, inimitable, brillante en la contundencia de su retórica.
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