Relatos para En Línea: Poética del Yo-yo

Guillermo Del Zotto propone un breve recorrido -desde la celebración de uno mismo al ombliguismo ciego- en el camino de los veros.


Escribe: Guillermo Del Zotto / Ediciones delaltillo 

“Yo me celebro y yo me canto” comenzaba uno de sus poemas célebres Walt Whitman. Un poco después, casi por la misma época, el poeta maldito francés publicaba “Yo, Antonin Artaud, soy mi hijo, mi padre, mi madre y yo”. Fue durante un jovencito siglo XX en el que todavía no se publicaban libros de autoayuda y tampoco se hablaba de constelaciones familiares.

Whitman desde la celebración y Artaud desde la crueldad, destaparon la olla a presión del Yo. Ese imperativo del espíritu que hasta entonces en la poesía tenía quizás un solo estandarte desaparecido durante el suspiro terrenal de su aparición: Arthur Rimbaud. Lo cierto es que poesía maldita o poesía iluminada, comenzaron a tener al poeta de carne, tripas y hueso adentro del poema.

Whitman fue traducido por Borges, algo así como el poeta a mas kilómetros de su propio cuerpo que se pueda encontrar. Sin embargo, la potencia de Whitman encontró hasta el día de hoy innumerables canales de transmisión. Gracias a un Borges tan ajeno a eso de sentir que el cuerpo es el que escribe, pero con suficiente oído como para no desconocer que con Whitman no quedaba otra que darle paso, propiciar alfombras. Artaud tuvo puentes mas rockeros : Pizarnik, Spinetta, Bukowski.

En ambos casos, quizás se delegó una intoxicación de Yoes que invadieron no solo la poesía sino que, además, hizo mella en los novelistas. Como si lo único que hubieran destilado es rascarse el ombligo mientras se toma cerveza.

Quizás uno idealice ahora lo que Whitman y Artaud se proponían. Y tal vez ni siquiera les importó saber qué pasaría en el supuesto caso de tener obras influenciables. Lo que sí quizás habría que revisar es qué significó ese paso del Yo como palabra inherente, física, en el comienzo de los poemas. ¿No es demasiado obvio que el poeta siempre habla de (o desde) sí mismo? Hay otra bandería en esa postura. Se diría que es una superficialidad a la que se llega después de mucho buceo en la profundidad.  Es mas un estado de ánimo que una declamación literaria. Será por eso que a borrachines y ombligueros se gregan quienes confundieron el Yo con la primera persona del singular.

Es duro y necesario saber que a nadie le importa ni pitos ni rábanos lo que nos pasa. Por lo menos en el sentido de la expresión del estado de ánimo. Otra cosa es que te visiten cuando estás enfermo. En sus teorías del cuento, Anderson Imbert desclasifica y aclara muy bien otro aspecto del uso del Yo (yo narrativo, yo psicológico del narrador, etc.) En definitiva, herramientas a las que se puede acceder para narrar. Y no meras trampas del ego para la aburrida catarsis. Estamos olvidando, quizás a propósito, a otro sacador de brillo de su propio Yo: Fernando Pessoa. Dedicaremos otro capítulo a ese gran médium de sí mismo


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