Ruido blanco

Escribe Carlos Verucchi para En Línea Noticias.


Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Los medios de comunicación, casi sin excepción, divulgan su material en forma virtual y lo promueven en redes sociales. Tanto en un caso como en otro, las notas quedan abiertas a los comentarios de los lectores. Los medios, además, incentivan esa posibilidad como mecanismo útil para darle más visibilidad a sus contenidos, incluso como una manera de medir el alcance o el interés que tiene cada nota.

Alguna vez Juan Pablo Feinmann se preguntaba hasta qué punto es lícito que un trabajo quede a merced de las opiniones arbitrarias de cientos, en el mejor de los casos, de miles de lectores que en dos renglones o con tres palabras mal escritas desestiman o ningunean un texto que seguramente ha requerido un trabajo de varias horas o días para ver la luz.

Hay una actitud artera y canallesca en aquel que amparado en el anonimato, creyéndose con derecho a manifestar lo primero que le viene a la mente pero sin tomarse el trabajo de argumentar o justificar, escupe ese comentario fugaz. Comentario que al resultar breve, mal escrito (en la inmensa mayoría de los casos) y desaprensivo, resulta aún más ninguneante para el autor de la nota.

¿Por qué se permite que el pobre tipo que durante cuarenta años estuvo ejercitándose en el manejo del idioma, cultivando cierto estilo discursivo hasta llegar a escribir dos carillas A4 con solo unos pocos y mínimos errores gramaticales quede expuesto al comentario pretendidamente ingenioso de un lector que no busca debatir sino descalificar? Lector que por otra parte, y esto lo he podido comprobar en reiteradas oportunidades, ni siquiera se toma el trabajo de leer la nota: emite su opinión (a veces cargada de odio), en función del título. Lector cuya curiosidad no es suficiente como para impulsarlo a ir al medio a leer la nota (acción que se lleva a cabo con un click de mouse) y luego volver a la solapa donde tiene abierto el Facebook para comentar o expresarse simbólicamente.

Pero hay otra condición de la que ese lector anónimo se vale para ofender impunemente: la consabida imposibilidad de que el autor de la nota responda a su comentario. Imposibilidad que surge no de una restricción técnica, informática o legal, sino de la aplicación del más básico sentido común: remitirse a una discusión concebida en términos de descalificación o insultos sería como asentir a su propia condena, renunciar a la rigurosidad que intenta poner en cada página, desestimar ese trabajo de investigación que le llevó varios días, desalentar esa motivación que lo lleva a verificar mil veces el dato con el que sostiene una opinión, la estadística que buscó con tanto esmero.

Bienvenida la discusión, el debate enriquece, el intercambio de opiniones resulta un ejercicio intelectual más que recomendable. Pero qué saludable sería también que aquel que no tiene nada para aportar se quedara en silencio, o aquel que cree tener algo interesante para decir lo dijera con una retórica mínima, rudimentaria, con una argumentación nivel cuarto grado, al menos.

Con una frase muy desafortunada, alguna vez Borges afirmó que la democracia era un abuso de la estadística. Las redes sociales, mal utilizadas, pueden generar un ruido ensordecedor, abusivo, que no nos deja escuchar las voces interesantes que aún quedan.

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