Sobre premios y distinciones
Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)
Hace unos días se conoció el ganador del premio Nobel de Literatura 2024, premiación que los argentinos seguimos con interés debido a que una vez más un escritor nacional figuraba entre los posibles merecedores del premio, me refiero al pringlense César Aira. Esta vez la ganadora fue la escritora surcoreana Han Kang, de 53 años y de la que poco y nada se conoce en nuestro país a excepción de que a partir de ahora sus libros nos van a llegar con gran, tal vez demasiada asiduidad.
Primera escritora asiática en recibir el premio Nobel y segundo premio que se otorga a un ciudadano de ese país, el primero había sido el premio Nobel de la Paz en 2000, obtenido por el ex presidente Kim Dae-jung.
Del total de premios otorgados desde 1901, la inmensa mayoría ha sido para escritores que construyeron su obra literaria en francés, inglés, italiano, español, sueco o polaco, es decir, lenguas originarias de países occidentales. Eso no significa obviamente que la buena literatura siempre haya estado de este lado del Bósforo, sino que, el proceso de globalización que se inició en el mundo después de la segunda guerra mundial hizo que se conocieran escritores y textos de muchas otras latitudes. También hay, evidentemente, un intento por parte de la organización que designa a los ganadores de corregir ciertos vicios históricos, por ejemplo, la hegemonía de lenguas europeas en los ganadores y la muy escasa premiación a mujeres.
Por fuera de ese circuito cultural que incluye a Europa y sus “desprendimientos” americanos, como centros excluyentes del arte y del saber, contabilizamos sólo dos premios para escritores que desarrollaron su obra en japonés, dos en chino, uno en árabe y finalmente, desde la semana pasada, una escritora que escribe en coreano.
El premio, en estos casos, constituye el reconocimiento a una trayectoria y como decíamos, un intento de ir rescatando o valorando lenguas hasta hace poco ignoradas. Nadie puede comparar textos escritos en diferentes lenguas. Ni siquiera, me animaría a decir, aquellos que hablan más de una lengua. Un texto literario resulta un artificio tan complejo que sólo podríamos ponderar su valor en su justa medida habiendo mamado esa lengua desde la cuna y habiendo pulido y desarrollado la capacidad de leer durante muchos años. Es decir, no es posible que un jurado decida si la obra de Han Kang en mejor o peor que la de Aira, como sí podría suceder cuando se decide por ejemplo el premio Nobel de Física o el de Medicina. Voy un paso más allá, tampoco, en realidad, es posible determinar o asignar una calificación cuantitativa a dos escritores contemporáneos que escriben en la misma lengua. Como hemos sostenido siempre desde esta columna, sólo el tiempo arbitra tales dicotomías.
Si hubieran otorgado el premio Nobel a Aira, nos habrían puesto a los argentinos en un brete. Me refiero a que el escritor nacido en Pringles en el 49 constituye un exponente destacado de una literatura que podríamos definir (perdón por el exabrupto) como no convencional o poco frecuente. Nadie sabe dónde poner a Aira en el universo narrativo de nuestra actualidad literaria. Así como tiene grandes admiradores, debemos reconocer que otros escritores importantes han desmerecido su obra hasta llevarla al ridículo o a considerarla un mero ejercicio discursivo sin contenido.
Debo admitir, como lector, que Aira es un narrador extraordinario y que habernos inducido a leer decenas de novelas que parecen no cerrar y que nos dejan con cierta necesidad de seguir leyéndolo, más que un desacierto parecería a todas luces su gran mérito.
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