El juicio a las Juntas narrado en primera persona

Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Editorial Sudamericana acaba de publicar “La hermandad de los astronautas”, de Ricardo Gil Lavedra, un ensayo en el que se narran desde “adentro” los entretelones del famoso Juicio a las Juntas durante el gobierno de Alfonsín en los albores de la democracia.

El autor formó parte del tribunal que debía enjuiciar a los comandantes de las tres fuerzas que habían usurpado el poder en el 76. Los resultados del juicio son conocidos y la trascendencia que tuvo a nivel mundial constituye uno de los grandes legados del gobierno de Alfonsín. Sin embargo, el texto de Gil Lavedra igualmente resulta revelador en muchos aspectos ya que explica cómo se gestó aquel hecho inédito.

El desafío más complejo tal vez haya sido “arrancarle” el juicio a la justicia militar (que según las leyes era la responsable de decidir respecto a los ilícitos cometidos durante la dictadura) y pasarlo a la justicia civil. Los entramados jurídicos que debieron atravesarse para que esto fuera posible constituyen ni más ni menos la legitimidad de todo el procedimiento.

Desde la fiscalía (cuyos titulares eran Julio César Strassera y Luis Moreno Ocampo), se planteó una disyuntiva difícil de resolver: la interminable cantidad de denuncias y de sospechas de delitos cometidos por miembros de las fuerzas armadas hacían inmanejable el juicio. La solución propuesta por Strassera no deja de ser ingeniosa: si se condenaba a Videla y a Masera por todos sus delitos, el juicio podría durar varios años y la condena sería cadena perpetua para ambos. Si, en cambio, se lograba demostrar que habían participado de un solo caso de secuestro y desaparición, la condena sería del mismo modo la cadena perpetua pero el juicio sería breve. A partir de ese detalle, la fiscalía se concentró en probar tres o cuatro casos por cada uno de los acusados de modo tal de promover una resolución rápida y aprovechar la espalda política que Alfonsín lograba mantener, a esa altura, a duras penas.

El texto de Gil Lavedra es sumamente ameno y concebido en un tono tragicómico. Dentro del horror que cuenta, sobre todo en los capítulos donde se narran las declaraciones de los testigos, también queda un espacio para las situaciones cotidianas y momentos graciosos que transcurrían en cada audiencia.

Los acontecimientos más extraordinarios de la historia (y esta es una reflexión del autor de esta nota y no de Gil Lavedra) se dan a partir de hechos inesperados, situaciones fortuitas, casualidades que nadie esperaba. Para muchos, Napoleón cayó derrotado en Waterloo porque la noche anterior a la batalla había llovido. Me animaría a aventurar que el Juicio a las Juntas fue posible a partir de un error de cálculo de los principales actores políticos de aquel momento: todos daban por sentado que el Justicialismo ganaría las elecciones del 83. Esta suposición estaba basada en un hecho contundente, nunca el peronismo había perdido una elección.

El inesperado triunfo de Alfonsín permitió que el juicio a los represores fuera ejecutado por un sector neutral de la sociedad, un sector que como todos los argentinos había sufrido las consecuencias nefastas de la represión pero que no había participado directamente del conflicto civil que se había iniciado en 1955. Así, el juicio logró una condición de legitimidad que en caso de haber ganado el justicialismo habría estado sospechada de revancha.

“La hermandad de los astronautas” es un muy buen ensayo que nos acerca un poco más a aquellos recordados días de la “primavera alfonsinista”, esos días en los que aprendimos el valor de la democracia y la necesidad de justicia, la importancia que tiene la memoria de los pueblos y supimos de las atrocidades que vienen de la mano de la violencia política.

Los que vivimos aquella época leemos a Gil Lavedra con cierta nostalgia, refrescando y aclarando aspectos de esos años fundacionales, revalorizando una etapa ríspida pero necesaria de nuestra historia.

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