A cien años de su nacimiento: Antonio Cafiero hoy


No voy nunca a pensar a Antonio Cafiero como si le hablara a un tiempo ido. Lo siento aquí, presente, en esa vibración que dejan las grandes mujeres y los grandes hombres porque están cada día en nuestros pensamientos, en ese saber que nos dejó. Por eso, cuando se cumplen cien años de su nacimiento percibo que estoy frente a un renacimiento de sus ideas, sus actos y ese quehacer de esperanza que nos legó. Su figura está entonces, vigente para los peronistas y para otras corrientes políticas, dado que muchas de sus acciones políticas que revelaban su entrega, privilegiaron a los argentinos, a sus valores democráticos antes que a sus intereses personales o partidarios.

Muchos compañeros se preguntan hoy, qué haría Antonio en esta dolorosa y conflictiva etapa que vive nuestra patria. Y creo que la única respuesta posible, es recordar y valorar su camino que se sostiene en su pensamiento político, una misión necesaria e impostergable a compartir. Es bueno que recordemos que la renovación peronista, fue una amplia avenida donde coexistían diferentes corrientes de pensamiento, parte del ADN del movimiento peronista, que llegó a generar nuevas ideas y una épica con las que condujo al partido a ganar las elecciones bonaerenses de 1987.

Cafiero gobernó la provincia de Buenos Aires conformando un gabinete con dirigentes de distintos orígenes y pensamientos diversos, era la respuesta a una ciudadanía que venía de sufrir la dictadura, y una primera etapa en democracia, insuficiente. Era un conductor político que sabía trabajar los disensos y las diferencias; estaba convencido que enriquecían su labor. Uno de sus secretos, era que sabia escuchar, dimensionar los mensajes que convertía en aportes que le permitían innovar para construir políticas novedosas en un escenario conflictivo, como lo fue el que recibió en aquellos años.

Diría que, en el levantamiento carapintada de inicios de 1988, Cafiero dejó ver su estatura política. Cuando se produjo el suceso, competía en una elección interna partidaria donde lo lógico era mostrarse como un acérrimo rival del adversario político de ese momento, el radicalismo. Antonio no se permitió recurrir a un recurso que consideraba poco ético, aunque lo perjudicara. Priorizo la defensa de la incipiente democracia, cuando acompañó a Raúl Alfonsín en la Casa de Gobierno en circunstancias dramáticas para la vida institucional de la Republica. Cafiero como muchas compañeras y compañeros, provenía de una generación que había sufrido la persecución y la cárcel por sus ideales políticos. Y comprendía el mensaje de unión nacional que el General Perón había generado en momentos cruciales para el país, en su famoso encuentro con Ricardo Balbín, su histórico adversario. Es posible que ese gesto de compartir el balcón de la Casa Rosada junto a Raúl Alfonsín, haya sido una de las causas de su derrota en la interna partidaria, pero jamás le escuché una palabra de arrepentimiento dado que no tenía dudas respecto de los objetivos que estaban en juego.

Meses después debe afrontar otra difícil coyuntura política, su derrota en la interna partidaria. Se recuerda poco que la semana posterior de ese 9 de julio de 1988, muchos dirigentes se acercaron a la gobernación para plantearle que generara un nuevo partido político. Antonio no dudo, acepto con hidalguía la derrota, pese a las profundas diferencias que lo distanciaban de Menem, y acompaño al justicialismo para lograr el éxito electoral de 1989.

Diría que la lealtad sin fisuras, es una de las lecciones que nos dejó y ese rasgo, hace a su profunda concepción de la unidad. Quizá por eso, hoy yo sienta que tengamos que aludir a la unidad como un rasgo ligado a la lealtad. Siento que me dice que es imposible la unidad sino se sostiene en la lealtad. Y me viene a la mente que el Papa Francisco sostiene que “la unidad es superior al conflicto”. Sé que Antonio compartiría el concepto.

Los vientos liberales que impregnaron al país y al movimiento peronista en la década del 90, nos dejaron ver a un Antonio que mantuvo en soledad las históricas banderas del justicialismo, con argumentos firmes, rechazaba el neoliberalismo que endiosaba al mercado para quitar al pueblo derechos y dignidad.

Luego desde el Senado de la Nación durante el gobierno de la Alianza, alzó su voz y denunció la corrupción de la Ley Banelco. No pensó en el riesgo de expresar sus verdades que apuntaban a desenmascarar a propios y ajenos. El hecho lo llevó al aislamiento y la soledad, y solo su temple de político de convicciones, rodeado por su familia y muchos compañeros, pudo superar las heridas.

Del mismo modo, pidió el debate interno dentro del peronismo, y sin romper con la estructura del partido nos dijo: “Que hacemos con un partido que no vive…que no debate…que no moviliza …que duerme…que no se anima a criticar…” y llamó a luchar como cuando no teníamos partido oficial pero teníamos un corazón dispuesto a dar combate. Yo digo que sus palabras nos llaman a esmerarnos y dar la mayor vida política a nuestras estructuras partidarias. 

Y me pregunto, ¿qué haría Cafiero hoy, ante el terrible ataque a Cristina, nuestra Vicepresidenta de la Nación, y el clima de odio que intentan imponer ciertos referentes de la oposición? Leyendo sus pensamientos y acciones, hay un camino a imaginar. Antonio hubiera condenado enérgicamente el intento de asesinato, y hubiese buscado generar puentes y atajos para lograr una mayor concordancia entre adversarios. Lo digo porque él creía en el disenso como un espacio creativo para hacer política, en una construcción colectiva pacifica en la diversidad. Además, les pediría a los compañeros valorar y construir la unidad peronista con ideas originales, aceptando las diferencias y buscando aportes novedosos, incluso extrapartidarios para generar políticas de gobierno con vistas a que nuestro pueblo vuelva a vivir los días más felices.

Y lo digo porque en 2010, Antonio expresó que “Nosotros los peronistas hemos introducido un valor fundamental: el valor de la alegría”, y me lleva a evocar a Arturo Jauretche o a Leonardo Favio, que unían a la acción política con la felicidad, como lo hacía Perón . Sabía que, a lo nuevo de una idea, había que sumarle aquello que venía de la historia y eso se volvía presente al reinstalarlo como un valor del pueblo. Antonio era un gran lector de política, artes, historia y cabalgaba sobre ese compendio de verdades que aplicaba como principios.

Benedetto Croce, filósofo e historiador italiano, nos dejó saber que “Toda la historia es historia contemporánea”. Y hablamos de Antonio Cafiero porque está aquí y así lo percibo en estos cien años de su nacimiento. Porque está vivo en sus ideas, sus emociones, su saber y sé, que en el rumbo de hacer un país mejor, no hay olvido para su aporte generoso de cada día. Lo suyo, fue y es un quehacer de esperanza, un desafío para la tarea que tenemos por delante.

Los comentarios están cerrados.