Leer para resistir

 

Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Autopercibiéndose esta columna como literaria, deberíamos tal vez enfocarnos hoy en las declaraciones de un tal Hernán Casciari, aparentemente escritor, guionista, director editorial y por lo visto habilidoso cibernauta. Casciari, después de haber publicado varios libros, desestima completamente a la literatura como herramienta de transformación. “La literatura era cosa de una época en donde no teníamos pestañitas que minimizar ni 14 dispositivos dando vueltas alrededor”, afirmó sin ponerse colorado.

Coincido con Casciari en que cada vez se hace más difícil leer. Justamente por las 14 pestañitas abiertas, por el ruidito que nos avisa que entró un Whatsapp y por un entramado de circunstancias que nos han llevado a vivir sin tregua, en un estado permanente de excitación y urgencia, oscilando entre el riesgo de caer en un ataque de nervios, matar al vecino o sufrir un incremento súbito de la presión arterial. La lectura es un acto totalmente a contramano con la vida que llevamos hoy. Requiere de soledad (real y virtual), necesita tiempo, tranquilidad, silencio, desconexión, es decir, necesita alcanzar un estado de concentración al que difícilmente podamos llegar sin caer en la categoría de desaprensivos, indolentes, bichos raros o marginales. ¿Cómo, entonces, les pido a mis hijos que lean?

En esta columna, tenemos (y varios lectores me lo han hecho notar) cierta predilección ostentosa por tomar ideas de Borges como punto de partida o como herramienta para argumentar ideas propias. Vamos a cometer la imprudencia de volver una vez más sobre ese artilugio. Si atendemos al concepto que Borges tenía sobre la lectura, sabremos que el acto de leer es sólo una de las formas del placer. Leer es apenas una de las maneras que hemos encontrado hombres y mujeres para proporcionarnos placer. Teniendo en cuenta que la mente de los humanos no puede cambiar de un día para otro, y que cualquier cambio demora miles de años, yo me sentiría tentado de decirle a Casciari que el acto de leer sigue siendo tan válido como siempre. Le diría también que los efectos colaterales de la lectura (mejorar la capacidad de argumentación, ampliar la capacidad retórica por encima de la que nos impone el señor que habla por televisión, aprender a dominar la personalidad, cultivar un espíritu crítico, favorecer el aprendizaje, fomentar la curiosidad, etc., etc., etc.) resultan ya no solo necesarios en el nuevo escenario pseudo real en el que vivimos sino más bien imprescindible.

Pero no, no hablaremos hoy de la lectura ni de los dichos del tal Casciari porque en tal caso estaríamos copiando la actitud de los músicos del Titanic, aquellos que seguían tocando como si nada cuando el barco se les hundía debajo de sus pies.

Hoy no es un día como cualquiera. Hoy es el día en que un nuevo experimento neoliberal se pone en marcha. Krieger Vasena ya lo intentó, Alsogaray, Martínez de Hoz, Cavallo. Ahora el “Toto” Caputo. Yo diría que los ministros de economía liberales han ido perdiendo alcurnia con el paso de los años, ya ni apellido tienen. Aunque las recetas son las mismas, claro.

Ayer pasé por una librería de las más tradicionales de Olavarría y no pude evitar mi costumbre de detenerme a mirar los libros que se exhiben en la vidriera. Me corrió un escalofrío cuando vi que acaba de salir una nueva edición de un viejo manual de Henry Kissinger: ¿tan aceitados pueden estar los mecanismos de la manipulación que hasta las editoriales empiezan a preparar el terreno para imponer un nuevo paradigma?

Tal vez haya una sola cosa positiva que podamos mostrar en un día como hoy. No lograron establecer el estado de shock. Los libros del neoliberalismo son claros en eso. Para imponer medidas antipopulares drásticas hay que previamente llevar la economía es un estado de precariedad extrema, hay que ponerla al borde del estallido, hay que diagnosticarle males irreversibles. El estado de shock para los alumnos de Friedman es tan necesario como el clima “prerevolucionario” para el marxismo.

Tal vez Clarín y La Nación se empeñen en mostrar que la economía está a punto caramelo para que puedan imponerse las recetas de Milei. Va a ser muy difícil convencer de eso a los argentinos.

El macrismo hizo fracasar al gobierno que lo sucedió a fuerza de dejarle deuda impagable. El kirchnerismo nos deja a los argentinos, quieran a o no, un empoderamiento al que no vamos a renunciar tal fácilmente.

Los argentinos no votamos en esta última elección para dejar atrás definitivamente a la era “k”. Sin saberlo, muchos, sin darse cuenta, otros, sin querer reconocerlo, los argentinos votamos con la nostalgia a cuestas por esos doce años en los que el futuro estuvo ahí nomás, cerquita, al alcance de la mano.

A no bajar los brazos, entonces, sigamos leyendo, por placer, como decía Borges, pero también para resistir.

Leer no deja de ser una de las formas de la resistencia.

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