Libros | Un bochazo salvador

Escribe: Carlos Verucchi.


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No puedo recordar dónde leí esto que voy a contar y a veces, muy de vez en cuando, Google no dispone de la respuesta que uno espera o, lo que es aún más probable, quien busca respuesta en Google no sabe preguntar acertadamente. Tomemos por cierto, asumiendo cierto margen de error en los detalles, la anécdota que la memoria me acerca repentina y misteriosamente.

No voy a descubrir nada nuevo si digo que el fútbol inglés manifiesta cierta simpatía o predilección por el centro al área. Esos pelotazos al punto del penal que buscan el bochazo salvador de algún delantero y que en el Río de la Plata no gozan de buena reputación, son más que habituales en el fútbol inglés. Todo tiene una explicación.

En la década del cuarenta o cincuenta (ya solicité la anuencia del lector en el tratamiento de los detalles y datos más finos), un matemático inglés quiso demostrar que ningún juego podía desobedecer las reglas de la lógica. Medio que la quiso cancherear, se metió con el fútbol. Estudió a varios equipos y reunió una serie de datos estadísticos durante varios años. Los analizó con una lógica rigurosa, quiso “modelar” eso que algunos eufemísticamente llaman “pasión de multitudes” con herramientas que supuestamente habían sido efectivas para predecir el comportamiento del universo mismo. Después de varios años de estudio y con la autoridad que emanaba de la aplicación de herramientas estadísticas comprobadas, llegó a la conclusión de que había una proporcionalidad directa entre las situaciones de gol de un equipo y la cantidad de veces que sus jugadores remataban al arco desde el área grande. Vaya descubrimiento, objetará el lector. Pero no perdamos de vista que en las ciencias duras no hay evidencias que surjan del sentido común o de conjeturas que no puedan ser demostradas. Obviamente el porcentaje de goles convertidos variaba de un equipo a otro y guardaba relación íntima con la calidad o eficacia de los delanteros, pero eso no invalida en nada el razonamiento.

Una vez demostrada esta condición estadística del juego, nuestro héroe se sintió presa de una revelación trascendental: para que un equipo convirtiera más goles y fuera, por ende, más exitoso, alcanzaba con la simple estrategia de meter la pelota la mayor cantidad de veces posible en el área rival. El razonamiento era casi obvio, ni siquiera hacía falta haber estudiado matemática para deducirlo. Todo jugador que dominara la pelota, en cualquier parte de la cancha, tenía la posibilidad de meter la pelota en el área rival por medio de un pelotazo y, de ese modo, generar una situación del gol.

Los directores técnicos, obnubilados por el rigor científico de semejante análisis, adoptaron un estilo de juego que consistía en confiar en el pelotazo, tirarle centros al centrofóbal hasta que le salieran chichones en la cabeza, apostar al bochazo salvador. Y, con el tiempo, temerosos de contradecir la rigurosidad de una conclusión obtenida a partir de métodos científicos, los jugadores se acostumbraron a jugar de esa manera.

Hoy no sólo sabemos que los partidos no se ganan tirando pelotazos al área sino que, además, nadie nunca encontró una regla infalible para el fútbol. Técnicos que sacan campeón a un equipo fracasan en otros, los que refuerzan con buenos jugadores su plantel pueden sucumbir en la mediocridad y empeorar la campaña del año anterior: como en la vida, en el fútbol no hay verdades.

De todos modos faltó poco para que en el recordado partido del mundial 86, el de mano de Dios, los ingleses nos empataran con dos bochazos (no olvidemos la nuca de Dios). Es que de tanto repetir una jugada, también como en la vida, empieza a salir cada vez mejor.

El fútbol es el deporte más convocante justamente por el margen de incertidumbre que conserva. Al igual que sucede fuera de la cancha (incluso muchas más veces), David puede vencer a Goliat, el imponderable gobierna tanto el fútbol como al universo. Como adelantó Dante Panzeri, el fútbol, y podríamos decir la vida misma, no es otra cosa que la dinámica de lo impensado. Los buenos jugadores son aquellos capaces de hacer algo inesperado, algo imprevisto, algo que rompe el molde. Lo mismo pasa en el arte, en la literatura, en la política. A la vida no la enseña nadie dijera García Márquez, y al fútbol, menos.

Eso sí, en situaciones extremas, cuando vemos que todo está perdido, no hay mejor opción que buscar desesperadamente ese bochazo salvador, ese golpe de suerte que emparde el entrevero y nos saque del apuro.

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