Anatomía de la maldad

Escribe Carlos Verucchi


Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Termino de leer “Los invisibles”, última novela de Lucía Puenzo, y lo primero que me asalta es la sospecha (más que sospecha tal vez deba decir esperanza) de que la autora miente, exagera. No es posible tanta maldad, tanta bestialidad ahí nomás, a la vuelta de la esquina, en personajes con los que todos, alguna vez, tranquilamente hemos podido cruzarnos, con los que hemos podido tener trato y por los que hemos sentido, por qué no, hasta cierta compasión más de un vez. Busco en Intenet reportajes a la autora y el espanto ahora se confirma, la esperanza se desvanece. Una realidad que mi pertenencia a eso que llaman clase media no me ha dejado conocer me invade en su versión más cruda, más ruin, más desesperante: la historia no es inventada, dos chicos de la calle se la confiaron a la autora.

No me propongo sintetizar aquí (ojalá pudiera hacerlo) el horror que desborda las casi 200 páginas de la novela de Puenzo. Para sentir ese horror es preciso avanzar lentamente por el texto, dejarse llevar por el ritmo que la autora le impone con destreza, ver cómo los límites se van desdibujando, que siempre se puede ser un poco más malo que el otro, que la maldad, la traición y la infamia encuentran siempre artilugios para superarse, para amplificarse, para romper incluso las barreras de lo absurdo o de lo inverosímil.

Ismael y “La Enana” son dos adolescentes a los que sus físicos ya no les permiten hacer bien su trabajo. Han crecido, están dejando apenas de ser niños pero ya no pueden filtrarse por ventiluces o ventanas mal cerradas de casonas de Barrio Norte o de casas de fin de semana en las afueras de la ciudad. Han trabajado desde que tienen uso de razón para Guida, un ex policía que se aprovecha de su trabajo de vigilador privado en una empresa de monitoreo de alarmas para fijarles los objetivos, identificar posibles víctimas, asignarles la rutina de cada noche.

Cuando se creen perdidos a la Enana se le ocurre una idea. Es el momento de incorporar a Ajo, su hermano de seis años, él sí puede trepar sin ser visto y meterse por las claraboyas, gatear y no ser detectado por los sensores de movimiento de las alarmas.

Guida duda, Ajo es algo pequeño, generalmente él acostumbra reclutarlos a los siete, ocho años. Al final acepta. La banda ahora se hace imparable, cuenta con la astucia de Ismael, con la temeridad de la Enana y con la agilidad sorprendente de Ajo. Cuando no “trabajan” deambulan por el barrio de Once. El barrio es su hogar, no tienen un lugar donde parar, duermen en la calles, en algún bar donde les permiten tirarse una rato con la condición de colaborar con la limpieza después de que se haya ido el último cliente.

La destreza con la que hacen su “trabajo” les permite ganarse cierta reputación. Guida los “presta” para “hacer” la temporada de verano en la costa uruguaya. Y ahí es donde verdaderamente comienza la historia.

Lucía Puenzo (Buenos Aires 1976), hija de Luis Puenzo, es escritora y directora de cine. Como cineasta dirigió XXY (2007) y Wakolda (2013), ambas premiadas y con excelentes respuestas tanto del público como de la crítica. Su faceta como escritora no es menos prometedora. En “Los invisibles” mantiene el pulso del relato sin altibajos, arrastrando al lector con un hilo narrativo simple y crudo, efectivo.

Tal vez su rasgo característico y distintivo sea no provenir de la “academia” de literatura en la que se forman la mayoría de los escritores argentinos actuales. No escribe desde la teoría o de acuerdo con lo que establece el canon, escribe desde otro lugar, mucho más intuitivo, más certero, más visceral, más cercano a ese pretendido cross a la mandíbula que debía, para Roberto Arlt, constituir la literatura.

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