Opinión | Aprender de la pandemia

Escribe: Carlos Verucchi


Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Tratando de verle el lado positivo a un año que resultó dramático para todo el mundo, y siendo optimistas con el desarrollo de las vacunas que podrían darnos una tregua, es hora de preguntarse ¿y ahora qué? ¿Cuál es el después de la pandemia? ¿Volveremos a la normalidad o trataremos de aprovechar la enseñanza que nos deja una situación tan drástica como inesperada?

En ingeniería se considera que una perturbación escalón es la mejor estrategia para identificar un sistema. Una perturbación en escalón es un cambio repentino de una o más variables. Una especie de sacudón que permite identificar o determinar las características de un sistema, aunque ese sistema sea desconocido (la famosa caja negra). Un salto brusco conlleva implícitamente todas las frecuencias posibles de excitación y, por consiguiente, la respuesta a dicho salto resulta una especie de linterna dentro de la caja negra que dejará al desnudo sus secretos.

Indudablemente la pandemia ha sido para el mundo una perturbación en escalón, un cambio significativo y casi instantáneo de ciertas condiciones. Si el mundo fuera un laboratorio, este año estaríamos viendo las respuestas de los distintos sistemas que lo constituyen. Ahora, después del período transitorio que se requiere para observar la respuesta a una excitación en escalón, podemos analizar cómo reaccionó el sistema de salud, cómo el sistema educativo, cómo la economía.

¿Habrán tomado nota por ejemplo los economistas? La pregunta que todos nos hacemos es si el conocimiento adquirido este año podría servir de antecedente para diagramar una nueva era, post pandemia, en la cual la economía, en lugar de correr desesperadamente hacia el crecimiento irresponsable e ilimitado que exige el poder financiero y pone en riesgo los recursos del planeta, encuentre un nuevo punto de equilibrio. Un punto más estable en el cual el crecimiento esté controlado y orientado a la búsqueda de mayor igualdad. Un crecimiento responsable que garantice esa condición tan imprescindible que se define como sustentabilidad. Tal vez parezca ingenuidad lo mío pero, aturdidos todavía por la partida del Diego, qué otra cosa nos queda más que pedir por otro milagro.

¿Y los trabajadores? Desde el fin de la Guerra Fría han sido la variable de ajuste de todas las economías, el recurso menos importante en la maquinaria del capitalismo, y sin embargo, si el laburante no puede ir a la fábrica todo el sistema se viene abajo. Tal vez, entonces, la mano de obra no sea tan secundaria como nos habían hecho creer y tenga la misma importancia que el capital, que el conocimiento tecnológico o que el consumo a la hora de poner en marcha esas pesadas ruedas del capitalismo. ¿Habrán tomado nota los líderes sindicales sobre el poder que se esconde detrás de una huelga general? ¿No reflotará la pandemia la famosa y hasta hace unos meses anacrónica consigna de “trabajadores del mundo, uníos”

Y no hablemos del universo de la educación, donde la pandemia ha permitido desarrollar herramientas o estrategias que ya, a esta altura, podemos afirmar no solo que se mantendrán para siempre sino que conformarán el punto de partida de cambios sumamente significativos e irreversibles.

Podría dar ejemplos concretos de casos en los que la capacidad laboral de una persona se vio incrementada por la pandemia. Hay labores que se desarrollan mejor desde la casa, lejos del ruido de la oficina, con la comodidad de las chancletas, por afuera de las famosas rondas de mate que nos ponen en peligro y nos distraen.

Si usáramos el conocimiento que nos deja la pandemia, por otro lado, podríamos fácilmente probar algo que siempre intuimos respecto a nosotros mismos, los argentinos: somos inmunes a las reglas. Cuando se restringían las salidas de acuerdo con el número de documento hacíamos trampa, el barbijo es usado por la mayoría de nosotros, en el mejor de los casos, como un adorno, el cartelito de “máximo dos personas” pasó a tener menor importancia que si dijera: “se busca perrito perdido en San Lorenzo y Necochea”. Y no hablemos del distanciamiento, claro. Esa necesidad de estar siempre tan cerquita, tan apretaditos, de tocar a cada rato a nuestro interlocutor con el dorso de la mano para pedirle que mantenga su concentración al máximo, como si lo que dijéramos fuera tan importante, roce que en cualquier parte del mundo sería desubicado cuando no directamente agraviante.

Y así podríamos seguir, cada uno sabrá leer el libro que escribió la pandemia y sacar sus propias conclusiones en el área en el que se desarrolle. Porque si habláramos de circunstancias más inmediatas estaríamos todo el día. Los médicos, por ejemplo: ¿vieron que se podían organizar los turnos para que los pacientes no estuvieran tres horas en la antesala del consultorio? ¡Pero si era fácil! Bastaba con una logística rudimentaria y un poco de buena voluntad. Y esto dicho con humor, claro, ya que de ninguna manera pretendemos soslayar el esfuerzo descomunal de todos los trabajadores de la salud, que, como dijo alguien, tal vez sean los únicos héroes en este lío.

Aunque debemos reconocer que muchos, indirectamente, salieron favorecidos con el distanciamiento. Algunas condiciones impuestas como medidas de profilaxis deberían mantenerse eternamente: la distancia de acercamiento mínima de un metro y medio, aplicada al jefe, la suegra (y acá cada lector podrá completar con la relación laboral o familiar que más le agrade) más que evitar un posible contagio, constituye el paso más grande que ha dado la ciencia en pos de preservar la salud mental de la humanidad.

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