1971. Un punto de inflexión en la política contra Perón
Opinión: Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)
Las ínfulas de dictador vitalicio de Onganía se diluyeron casi tan rápido como su irrupción en la política argentina. El Cordobazo lo había dejado aturdido y un segundo golpe, el asesinato de Aramburu, terminó de noquearlo. Tras un efímero y caricaturesco interinato de Levingston, el verdadero cerebro de la Revolución Argentina, Alejando Lanusse, decidió hacerse cargo de la presidencia. Todas las políticas para contener al peronismo, desde el 56 a la fecha, habían fallado estrepitosamente. Era hora de cambiar de táctica. Perón, razonaba Lanusse, al fin y al cabo, no dejaba de ser un oficial del Ejército Argentino, educado en las mismas aulas que él y habiendo compartido la misma instrucción militar y política. Nada tenía que ver Perón con ese zurdaje que ahora había copado el movimiento. Pero bien, esa maniobra no podía parecerse a una claudicación o a una derrota de las Fuerzas Armadas, había que construir una puesta en escena que disimulara ese retroceso y mantuviera la dignidad de la revolución. Ese proceso duraría un par de años y se desarrollaría entre bravuconadas de ambos lados, amagues de regresos, intermediarios de todo tipo y, principalmente, mucha… mucha violencia.
Aquel año, entretanto, John Lennon grababa “Imagine”, con letra de Yoko Ono y, en nuestro país (con letras un poco menos sofisticadas, pero con gran éxito), sonaban “La chica de la boutique” de Heleno y Pepito Pérez, y “Estoy hecho un demonio” de Safari.
Mientras Eduardo Galeano publicaba “Las venas abiertas de América Latina”, Pablo Neruda recibía el premio Nobel de Literatura. Entre ambos, empujarían a toda una generación a la lucha revolucionaria.
Un gran visionario, Roberto Galán, comenzaba en Canal 11 su programa “Yo me quiero casar, ¿y Ud?” anticipándose en más de cincuenta años a Tinder.
En ese 71 se produjo un hecho emblemático para el fútbol argentino, la famosa “palomita de Poy” que inmortalizaría Roberto Fontanarrosa en uno de sus cuentos. Rosario Central eliminaba con aquel gol de cabeza de Aldo Pedro Poy a Newell’s Old Boys y poco después obtenía el Torneo Nacional de Fútbol. El Metropolitano, en tanto, quedaría para un Independiente en el que lentamente empezaba a descollar un tal Bocha, o Ricardo Bochini, como prefiera cada lector.
Por lo que cuentan mis viejos, en el verano de ese año, este cronista daba sus primeros pasos y se daba su primer porrazo, para aprender de una vez y para siempre que la vida es una sucesión ininterrumpida de veranos y de inviernos, una de cal y una de arena, diría mi abuelo.
Por último, muchos lectores me escriben para recriminarme que en tal año me olvidé de tal o cual episodio importante. Lejos está este ejercicio de perseguir algún rigor historiográfico, apenas si intenta rescatar escenas que quién sabe por qué quedaron pegadas a la memoria, momentos que provocaron cierta nostalgia, hechos que aún trato de desentrañar o que marcaron a mi generación.
Casi me olvidaba, ese año, mi tío, me regaló la primera camiseta de Boca que tuve. En aquel tiempo las camisetas venían sin el número en la espalda, o sin el dorsal, como dicen ahora, y obviamente sin propagandas, pero a mí nadie me quita de la cabeza que la mía era la de Rojitas.