Entre chatas y molinos de viento

 

Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Quién sabe por qué misterio del destino, las vanguardias que imponen los estilos de vida, las modas, esas que definen qué está bien y es cool o que está mal y es mersa y conviene evitar como correr una maratón en ojotas, ha decidido desde hace unos años que no hay nada más fashion que andar por el centro de Olavarría en camioneta 4 x 4. Cuanto más grande, alta y motor más grande tenga, mucho mejor.

Sin entender mucho de vehículos lujosos, uno intuye, por sentido común, que con un Mercedes Benz o un Alfa Romeo se podría mostrar, además de prosperidad económica, buen gusto. Además de viajar más cómodamente. Pero como no tengo manera de acceder ni a una camioneta ni a un Audi, me voy a mantener al margen de esa discusión.

Ahora, si me preguntan como ingeniero, sí puedo, con toda autoridad, afirmarle a usted señora que lleva al nene al colegio o a usted señor que sale a comprar medio kilo de tomates en camioneta, que no sería capaz de imaginar una muestra más grande de desdén por la salud del planeta, el cuidado del medioambiente, el ahorro energético, el respeto por las futuras generaciones, etc. etc. que tales formas de movilidad.

Las camionetas a las que me refiero fueron diseñadas y fabricadas para transportar hasta cinco pasajeros y una carga que oscila entre una y dos toneladas según la marca y el modelo. Muchas de ellas tienen tracción en las cuatro ruedas, algo completamente innecesario para moverse por la ciudad y, por otra parte, no se ajustan, dado el ancho que tienen, a los criterios con los que han sido diseñadas las calles de Olavarría.

El incremento del parque automotor de camionetas de alta gama ha sido exponencial en los últimos años. Hace unos meses, el gerente de una de las empresas que venden una de las marcas más conocidas, se jactaba (y con justa razón en virtud del trabajo para el cual le pagan) de haber llegado a vender la unidad número seis mil. Seis mil camionetas sólo de una de las cinco o seis marcas que existen, vendidas en una ciudad de 140.000 habitantes. Y esto además en tiempos de crisis en la que estamos tratando de sacarnos de encima la pesada herencia.

Ahora eso sí, esos mismos compadritos, o esas señoritas elegantes que no escatiman litros de combustibles fósiles para pavonearse por la ciudad, se muestran sumamente admiradas por la irrupción de los molinos de viento que ya se ven desde la ciudad. Por fin nos llega el progreso, de a poco iremos entrando al primer mundo.

Una mami, el otro día, en la puerta del colegio, le comentaba a otra: vos viste cómo les enseñan a los chicos a cuidar el medioambiente y a cuidar los recursos… Sí le decía la otra, la nena mía no te deja una luz prendida ni loca. Justo que la conversación se ponía interesante sonó el timbre y cada una de ellas subió con sus niñes a sendas camionetas que habían dejado en doble fila y en marcha y se perdieron por las callecitas de la ciudad, raudamente, impulsadas por los cuatrocientos caballos de fuerza que aportan sus motores.

Aunque sea una obviedad, no está de más hacer una aclaración: de estas críticas quedan excluidos, obviamente, el tipo que usa la chata para laburar, o el hombre de campo, el albañil que la necesita para cargar sus cacharros… Se entiende, ¿no?

Así que bueno, mientras dirimimos quién fue el primer olavarriense en descubrir desde el puente de la Colón que los generadores eólicos ya estaban girando, amigo lector, pisemos a fondo el acelerador y saquemos “arando” la pick up, que el porvenir, el futuro venturoso y la vulgaridad insensible que impone la vanguardia actual nos esperan a la vuelta de la esquina.

Y sigamos practicando este cinismo despreocupado que, tal como los tiempos que corren indican, resulta muy útil y funcional a las reglas impolutas del mercado.

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