Una realidad atroz

Escribe: Carlos Verucchi


Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

De ninguna manera voy a caer en el error infantil de intentar un análisis literario del famoso cuento de Borges, Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. El texto, publicado por primera vez en la revista Sur en 1940 y posteriormente incluido en el libro El jardín de los senderos que se bifurcan, de 1941 (y que finalmente pasaría a formar parte de Ficciones, publicado en 1944), es sin dudas uno de los más ambiciosos de toda la obra borgeana.

Al igual que una cebolla, el cuento tiene muchas capas superpuestas. Al quitar la capa superficial aparece una nueva, más inquietante, perturbadora, compleja. A diferencia de la cebolla, las capas nunca se acaban, siempre hay una más profunda, siempre queda algo para rescatar o descubrir.

Como dije antes, no pretendo reseñar (mucho menos analizar) un texto que, más que un cuento, o además de un excelente cuento, es la puerta de entrada a un postulado filosófico todavía despierto y latente. Me voy a remitir a dos aspectos superficiales (ni siquiera eso, más bien diría a dos detalles anecdóticos), uno más bien personal, el otro humorístico.

Como recordarán aquellos que leyeron el cuento, los personajes principales son el propio Borges, su amigo Bioy Casares, su otro amigo Néstor Ibarra (creo que nada tiene que ver con el comentarista de partidos de fútbol) y algún otro personaje ficticio como el enigmático Herbert Ashe.

La trama se inicia con una cena entre Borges y Bioy, en la que discuten sobre la posibilidad de escribir una “novela en primera persona, cuyo narrador omitiera o desfigurara los hechos e incurriera en diversas contradicciones, que permitieran a unos pocos lectores ―a muy pocos lectores― la adivinación de una realidad atroz o banal”. Obviamente, tratándose de Borges, al lector lo asalta la sospecha de que justamente eso que está leyendo esconde una realidad atroz o banal (dejar abierta la posibilidad de que atroz y banal puedan interpretarse como sinónimos es una salida característica en Borges). Debo confesar que para considerarme entre uno de esos pocos lectores que descubren esa realidad atroz o banal tuve que leer el cuento veinte veces, con lo cual mi condición de buen lector queda totalmente descartada. Tuve, si se quiere, la prudencia o el acierto de no googlear una explicación que me hubiera impedido sentir el placer que sentí cuando, en la veinteava lectura (ofrecer este tipo de exactitudes también es una treta borgeana para fingir verosimilitud), encontré por mérito propio el sentido que tanto buscaba.

El segundo detalle anecdótico al que haré referencia es, supongo, una especie de cargada de Borges a su amigo Bioy. Bioy, en el cuento, afirma durante la sobremesa que uno de los heresiarcas de Uqbar había declarado que “los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres”.

Ante la desconfianza de Borges respecto a la sentencia, supuestamente incluida en cierta enciclopedia americana, Bioy, la mañana siguiente, busca en su biblioteca y llama a su amigo para demostrarle la veracidad del artículo y de la declaración. Orgulloso de su memoria, Bioy dicta por teléfono: “…mirrors and fatherhood are hateful”. Esto es: los espejos y la paternidad son abominables.

¿Cuál es el chiste?, se preguntará el lector. No sé si habrá una broma pero a todas luces resulta curioso que la convulsionada cabeza de Bioy haya transmutado, con el tiempo, paternidad por cópula. Borges imagina que su gran amigo, de quien nadie desconoce su condición de mujeriego, haya leído cópula donde en realidad dice paternidad.

(Hay además otro guiño de Borges al fingir que traduce hateful como abominable, cuando una traducción convencional hubiera preferido odioso o detestable.)

Como prometí, ni remotamente debe leerse esta nota como un intento de acercamiento al famoso cuento de Borges. Sí, si me permiten, me sentiría satisfecho si se lo lee como un modesto estímulo (en definitiva el objetivo de todo artículo de divulgación) hacia aquellos que aún no han leído el texto. Un intento de despertar curiosidad por las que tal vez resulten las páginas más memorables de la literatura argentina.

Olvidé mencionar que mi lectura número veinte, esa en la que alcancé a vislumbrar cierta realidad atroz o banal, constituye el momento de mayor comunión con cualquier expresión literaria, el éxtasis de mi vida como lector.

Vale la pena intentarlo.

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