Transfiguración del Señor


Por: Angélica Diez, Misionera de la Inmaculada Padre Kolbe, Olavarría.

Cada 6 de agosto la Iglesia celebra la fiesta de la Transfiguración del Señor, ocurrida en presencia de los apóstoles Juan, Pedro y Santiago. De acuerdo al relato evangélico, (Lc. 9, Mc. 9, Mt. 17) este hecho ocurrió en un monte alto y apartado llamado Tabor, que en hebreo quiere decir “el abrazo de Dios”.


Lo vivido en la transfiguración de Jesús es un adelanto de lo que está por venir , Jesús nos mostró la gloria que le estaba reservada a Él y a cuantos imitan su ejemplo. Dos cosas definen el momento: la conversación entre Jesús con Moisés y Elías, y la voz de Dios que irrumpe desde una nube diciendo: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo” .Santo Tomás de Aquino subraya el aspecto trinitario de esta teofanía [manifestación divina]: “Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa”.


En nuestro cotidiano vivir ; mucha gente ha caído en la desesperanza o el agotamiento espiritual, en la indiferencia, en la soledad y el abandono. Frente a estos fenómenos, Jesús aparece hoy, radiante, lleno de Luz. En Él renace nuestra confianza en que lo mejor siempre está por venir, y que aquello que está mal, siempre podrá ser transformado. El Papa Benedicto XVI señalaba, el 6 de agosto de 2013, a propósito de esta fiesta: «¡Cuánta necesidad tenemos, también en nuestro tiempo, de salir de las tinieblas del mal para experimentar la alegría de los hijos de la luz! Que nos obtenga este don María ”.


La fiesta de la Transfiguración, decía el papa Francisco es…»Una aparición pascual anticipada», pero también «un regalo de amor infinito de Jesús» que muestra la gloria de la Resurrección, «un atisbo del Cielo en la Tierra”. “Subamos a la montaña en oración; oración silenciosa, oración del corazón, oración que busca al Señor. Permanezcamos unos instantes en recogimiento, cada día un rato, fijemos nuestra mirada interior en su rostro y dejemos que su luz nos impregne e irradie en nuestra vida”. Y en otra ocasión nos invitaba a ser “signos concretos de luz”: «Transformados por la presencia de Cristo y el ardor de su palabra, seremos un signo concreto del amor vivificante de Dios para todos nuestros hermanos, especialmente para los que sufren, los que se encuentran en la soledad y el abandono, los enfermos y la multitud de hombres y mujeres que, en distintas partes del mundo, son humillados por la injusticia, la prepotencia y la violencia”. “Encender pequeñas luces en el corazón de la gente; ser pequeñas lámparas del Evangelio que lleven un poco de paz, de amor y esperanza: ésta es la misión del cristiano”.

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