Borges nos explica el origen de la grieta
Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

“Una curiosa convención ha resuelto que cada uno de los países en que la historia y sus azares han dividido fugazmente la esfera tenga su libro clásico. Inglaterra ha elegido a Shakespeare, el menos inglés de los escritores ingleses; Alemania, tal vez para contrarrestar sus propios defectos, a Goethe, que tenía en poco a su admirable instrumento, el idioma alemán; Italia, irrefutablemente, al alígero Dante, para repetir el melancólico calembour de Baltasar Gracián; Portugal, a Camoens; España, apoteosis que hubiera suscitado el docto escándalo de Quevedo y de Lope, al ingenioso lego Cervantes; Noruega, a Ibsen; Suecia, creo, se ha resignado a Strindberg. En Francia, donde las tradiciones son tantas, Voltaire no es menos clásico que Ronsard, ni Hugo que la Chanson de Roland; Whitman, en los Estados Unidos, no desplaza a Melville ni a Emerson. En lo que se refiere a nosotros, pienso que nuestra historia sería otra, y sería mejor, si hubiéramos elegido, a partir de este siglo, el Facundo y no el Martín Fierro.”
Este texto, que como todo lo que escribió Borges podría originar infinidad de análisis, tesis de postgrado, críticas o incluso comentarios de meros charlatanes como en el caso de quien escribe, fue publicado por primera vez en el año 70 y constituye el comienzo de “El matrero”.
Dejemos para otros domingos la elección de cada escritor por país y la adjetivación que Borges hace de cada uno de ellos, Cervantes, el lego, Dante el alígero, Shakespeare, el menos inglés de los ingleses, etc. Estas definiciones bastan por si solas para establecer un canon literario, sobran para ofrecer una guía de lectura de la literatura clásica. Concentrémonos hoy en el lamento borgeano, ese que como el tango llora la posibilidad perdida del haber sido, ante el dolor del ya no ser. El fracaso de los argentinos, los vaivenes de nuestra historia, podrían haberse evitado si en lugar de inclinarnos por Hernández y su Martín Fierro hubiéramos elegido el Facundo de Sarmiento.
Tal afirmación ofrece dos interpretaciones posibles, una y otra surgen de jugar con el rol de causa y consecuencia de cada una de ellas. Podríamos pensar que los argentinos elegimos la barbarie en vez de la civilización que nos ofrecía Sarmiento y, por lo tanto, el Martín Fierro nos resulta más simpático. Otra mirada podría ser: Hernández fue más contundente que Sarmiento, su literatura causó mayor impacto en la realidad, por lo tanto los argentinos empujamos nuestra historia en cierta dirección que, para Borges, constituye la ruina. Aceptar esta última posibilidad implicaría confiar a ciegas en el poder de “la pluma y la palabra”. Tampoco exceptuemos combinaciones de ambas posibilidades.
Lógicamente la aseveración de Borges es retórica y tiende a una simplificación extrema. Los que preferimos al Martín Fierro antes que al Facundo (y cuando me refiero a preferencia lo hago no desde lo estrictamente literario sino tomando un texto y otro como símbolos de cada uno de los modelos posibles de país), entendemos que los barquinazos de nuestra historia se deben a que, a pesar de haberse impuesto, la inclinación por el Martín Fierro no haya sido concluyente. Si Borges se resigna a la victoria de Hernández, nosotros debemos reconocer que nunca hemos podido desligarnos definitivamente de la influencia de Sarmiento.
Sobre todo porque si bien la inmensa mayoría de la intelectualidad nacional se alineó en el bando de Hernández (salvo excepciones como Borges, claro), los sarmientinos cuentan entre sus filas a los sectores económicos determinantes, a los medios de prensa y, salvo excepciones, siempre han sido mayoría en el Ejército.
En definitiva, la victoria intelectual de Hernández se ha visto compensada por otros medios.
¿Qué hubiera significado elegir el Facundo como libro de cabecera? Seguramente la adopción de un modelo de apertura económica y librecomercio afín a las pretensiones de las potencias hegemónicas, una intensificación de la producción de materias primas, cierto desdén por el desarrollo industrial, ¿quién sabe?
¿Qué hubiera ocurrido si la postura que motivó a Hernández a lanzar su proclama martinfierrista hubiera prosperado? Tampoco nadie lo sabe. Tal vez, como dicen que dijo Churchill, Argentina sería hoy una potencia (sé que algunos me tildarán de ingenuo). Al menos, quizás, un país medianamente industrializado.
En nuestro país la famosa grieta ha existido siempre, antes quedaba disimulada porque la cerraban a fuerza de golpe de estado, hoy, en esta feliz y prolongada estancia democrática, las fuerzas políticas han debido reacomodarse para sostener posturas enfrentadas. El debate serio es bienvenido, lejos estamos re reeditar clásicos como Sarmiento vs. Hernández o Martínez Estrada contra Jauretche. Sería saludable que de a poco nos fuéramos aproximando.
Con el tiempo he descubierto que resulta muy fácil escribir una columna dominguera sobre literatura. Basta con abrir las obras completas de Borges en una página cualquiera y leer por cinco minutos.
Los comentarios están cerrados.