La violencia como argumento


Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

En su ensayo “Marcados a fuego, la violencia en la historia argentina”, Marcelo Larraquy intenta mostrar un hilo conductor (en este caso entre 1980 y 1945) que permite hilvanar nuestra historia a partir de hechos de violencia.

Paradójicamente, o tal vez adrede, el autor deja de lado los períodos más violentos: el que se extiende desde 1955 hasta 1982 y el que inicia con el fusilamiento de Dorrego y se prolonga hasta la batalla de Pavón.

El texto de Larraquy comienza con la famosa Revolución del Parque liderada por Leandro Alem y organizada para derrocar al régimen oligárquico. Tal como ocurre con otros episodios analizados en el ensayo, la violencia en este caso no finaliza con la rendición de los sediciosos, por el contrario, se prolonga por años en acciones de venganza, persecución, escarmiento e implantación de mecanismos de terror a través de los cuales se intenta desanimar cualquier nuevo intento de insubordinación.

Pero los nuevos intentos iban a llegar rápidamente y se iban a convertir casi en cotidianos a partir de la resistencia de Yrigoyen y un permanente hostigamiento al poder corrompido de la oligarquía.

Tampoco estará exento el líder de la Unión Cívica Radical de caer en prácticas violentas cuando finalmente alcance el poder. La famosa semana de enero (enero de 1919) o Semana Trágica, terminaría con cerca de mil obreros muertos. Poco tiempo después llegarían las huelgas patagónicas y los aberrantes fusilamientos del Teniente Coronel Varela que salpicarían con sangre al gobierno radical. Posteriormente, y como ya hemos observado, una seguidilla de venganzas se prolongaría durante mucho tiempo. En este caso tanto de un lado como del otro. Wilckens, un anarquista alemán, le haría pagar con la vida a Varela su servil alianza con los Braun Menéndez. Wilckens, a su vez, moriría en la cárcel asesinado por un ilustre patricio de la Liga Patriótica, que a su vez sería… Y así hasta el infinito.

Más adelante Larraquy sigue rescatando los hechos de violencia con los que se fue construyendo este país: las andanzas del pintoresco Severino Di Giovanni y su fusilamiento público para deleite y entretención de las clases dirigentes, por un lado, y la sed de sangre sin límites de sádico hijo de Leopoldo Lugones (llamado del mismo modo que su padre), inventor y de la picana eléctrica y otros mecanismos de tortura aberrantes, por otro.

Larraquy cierra su ciclo de violencia con la revolución del 43 y con la serie de episodios (algunos de los cuales están aún en discusión respecto a las motivaciones o circunstancias que los originaron) que llevaron a Peón al poder.

“Marcados a fuego” es un texto sumamente útil para mantener latente la presunción de que estamos construidos, como país, de violencia. Una violencia que cada tanto aflora nuevamente adoptando a veces formas más sutiles pero igualmente nocivas: la permanente incentivación por parte de algunos medios de prensa del odio hacia sectores marginales de la población, la apología del gatillo fácil que promueven algunos, la explotación de trabajadores.

Durante la pandemia, el uno por ciento más rico de la población mundial duplicó su capital, el resto se volvió más pobre. Alguien afirmó alguna vez que “violencia es mentir”. La violencia se presenta de maneras insospechadas, a veces no la vemos hasta que se hace evidente, a veces, cuando vemos la sangre ya es demasiado tarde.

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