Las civilizadoras locuras de Sarmiento
Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)
Editorial Lumen acaba de publicar “Las señoritas. Historia de las maestras estadounidenses que Sarmiento trajo a la Argentina en el siglo XIX”, de Laura Ramos (Buenos Aires, 1960). A partir de un arduo y minucioso trabajo de investigación, la periodista y escritora Laura Ramos, rastrea las historias de las casi setenta maestras normales que Sarmiento contrató en 1869. El objetivo era sentar en el interior del país los cimientos de lo que consideraba el único camino posible para el desarrollo: la alfabetización y la educación siguiendo los modelos más progresistas para la época, tomando como base la experiencia norteamericana y basados en las teorías pedagógicas del suizo Enrique Pestalozzi.
Después de viajar por Europa y Estados Unidos, Sarmiento estableció un vínculo estrecho con Horace Mann, un pedagogo estadounidense que le permitió establecer contacto con varias maestras jóvenes. Tentadas por Sarmiento, algunas de ellas aceptaron firmar un contrato para venir por unos años a la Argentina. El proyecto demandó un presupuesto que resultó exageradamente abultado para las arcas del país. Sin embargo, aquellas setenta maestras, dispersadas por todo el país (una de ellas se instaló en la ciudad de Azul) forjaron un modelo de educación que con el tiempo haría de la Argentina un ejemplo a copiar para muchos países latinoamericanos.
Sarmiento, pretensioso respecto a la características que demandaba, exigía maestras “de aspecto atractivo, maestras normales, jóvenes pero con experiencia docente, de buena familia, conducta y morales irreprochables y, en lo posible, entusiastas y que hicieran gimnasia”. Podríamos afirmar que Sarmiento era un loco lindo si no fuera porque, mientras definía el perfil de las maestras, aconsejaba no ahorrar sangre gaucha con el fin de limpiar al país de esas razas abominables que poblaban el interior. “Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría a colgar…”. Afirmaciones como éstas inspiraron la reacción de Alberdi: “Facundo es usted”, le respondió el tucumano. Poniendo de este modo en sentido invertido la pretendida civilidad de Sarmiento y dejándolo sentado de traste en la execrable barbarie que creía combatir.
Cuando se inició el proyecto, Argentina tenía una población de casi dos millones de habitantes, de los que sólo trescientos sesenta mil sabían leer. El particular programa alfabetizador se prolongó desde 1869, es decir un año después de que Sarmiento asumiera la presidencia de la nación, hasta 1898.
En su estudio, Laura Ramos rastrea la historia de un puñado de aquellas maestras y las acompaña en su recorrido por los rincones más perdidos del país, nos acerca a las ilusiones de aquellas aventureras, antepasados inmediatos y modelos de las señoritas que alguna vez trazaron las pautas de la formación de todos nosotros. Un trabajo sumamente arduo volcado en un texto que se vuelve seductor por su prosa amena y culta.
Respecto al loco Sarmiento ¿qué más se puede decir? Contradictorio como buen Argentino, genial y cruel al mismo tiempo, apologista de una educación formal que a él mismo le había sido esquiva, brillante para detectar antes que nadie los caminos del porvenir y completamente ciego para ver lo obvio y lo inmediato.
Aquellas señoritas dejaron una marca profunda en todas las nuevas señoritas que formaron. Y éstas en las que vinieron después y así hasta llegar a las que nos formaron a todos nosotros. Esas que nos enseñaron que San Martín cruzó los Andes y que Belgrano creó la bandera. Mientras nosotros averiguábamos, por otros medios, y lo repetíamos cuando las señoritas no nos escuchaban, que el mérito más grande de Sarmiento, tal vez, haya sido esa provocación con la que según dicen ofendió al viento.
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