Mucho ruido, poco respeto
Escribe: Carlos Verucchi.
Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)
Durante todo el día surcan infatigablemente las calles de la ciudad. Saben anunciarse desde lejos, precavidos, sus escapes libres nos acercan las explosiones periódicas y secuenciadas que se desarrollan dentro de los cilindros, explosiones que transmiten energía al rodado y lo empujan hacia adelante. A medida que se acercan a nosotros el ruido crece exponencialmente. Cuando se produce ese encuentro fortuito, generalmente inoportuno, sólo nos quedan dos opciones: taparnos los oídos y esperar un momento, o levantar el brazo en señal de resistencia, juntar los dedos de la mano, agitarla hacia arriba y abajo breve y rápidamente y acompañar el movimiento con el insulto que nos venga a la boca en ese momento.
Son los ciudadanos olavarrienses que han decidido plegarse a la moda del escape libre. Quitan los silenciadores de sus motos para que el sonido sea más elocuente, para engañar a todos respecto a la potencia de sus motores y hacernos creer que son más grandes de lo que realmente son.
Algunos motociclistas llevan esta modalidad a un extremo, no sólo eliminan de cuajo cualquier elemento provisto por el fabricante de la moto destinado a atenuar el sonido sino que, además, modifican intencionalmente el funcionamiento normal del vehículo con el fin de acentuar el ruido que provoca.
Los olavarrienses hemos tenido que acostumbrarnos a interrumpir nuestras conversaciones, a poner en pausa nuestros dispositivos tecnológicos o a despertar antes de que el despertador lo indique para asistir a semejante prodigio de la tecnología y de la creatividad humanas, absortos y al borde de un ataque de nervios debemos ver cómo estos señores nos exigen un minuto de atención hacia ellos cada vez que pasan cerca, como si el espectáculo que ofrecieran fuera realmente digno de aplausos.
Cuesta mucho entender cómo hemos podido llegar como sociedad a un punto en el que, en lugar del respeto mutuo, en lugar del famoso mis derechos se terminan donde empiezan… etc., prime como nuevo paradigma el “me cago en todo”.
¿Qué puede llevar a alguien a tomar la decisión de salir a la calle directamente a molestar a cualquiera que se le cruce? ¿Qué nivel de soberbia hay que alcanzar para exigirle al mundo que se detenga a medida que yo voy pasando con mi moto?
Tal vez sea una manifestación más de cierto machismo mal escondido: hago todo el ruido que quiero porque me la banco.
¿Cuándo las autoridades van a reaccionar para evitar semejante despropósito? ¿O serán más los votantes que andan en moto con el escape libre que aquellos histéricos que nos quejamos?
Simple ejemplo de las disyuntivas estadísticas que deciden el futuro de las sociedades con democracias incipientes, titubeantes.
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