Nuevas lecciones del maestro
Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)
En 1976 Borges fue invitado por el profesor Donald Yates, uno de sus traductores al inglés, a dictar un curso de Literatura Argentina en la Universidad de Michigan (Estados Unidos). Yates grabó las clases y conservó por años aquellos viejos casetes, que ahora se ofrecen en formato de texto y fueron recientemente publicados en español por Editorial Sudamericana.
El curso de Borges, dictado en la intimidad de un aula con muy pocos estudiantes, transcurre en un tono ameno y coloquial en el que el autor de Ficciones se deja llevar por sus recuerdos y sus preferencias literarias. A decir verdad, el curso poco y nada tiene de convencional y hasta podría decirse que el tópico en el que se centra (la literatura argentina), es apenas un pretexto para abordar la personalidad de distintas figuras históricas y literarias de nuestro país, para refrescar hechos históricos de nuestra Argentina del siglo XIX y para recorrer infinidad de anécdotas que Borges escuchó alguna vez o leyó de otros autores.
Las clases se desarrollan alrededor de Sarmiento, Hilario Ascasubi, Almafuerte, Lugones, Grussac y Güiraldes. No siguen un procedimiento analítico convencional como ya adelantáramos, sino que se centran en la vida de estos personajes, en las circunstancias que los llevaron a ser escritores, al contexto histórico que les tocó atravesar y, cada tanto, reflejan algún fragmento de sus obras, fragmentos que generalmente Borges cita de memoria.
Leer este Curso de Literatura Argentina es como estar oyendo a Borges, con su tono vacilante y sus afirmaciones enfáticas que no tienen otra vocación que la de provocar o incentivar a leer. El gaucho, Urquiza y Facundo, Rosas, Mitre, la barbarie en tensión con la pretendida ilustración de Sarmiento, cruzan estas clases con el enfoque obviamente unitario al que Borges adhiere, admirando secretamente a Sarmiento, no tanto por su pluma sino por su valentía, por su espíritu infatigable.
Borges hablando de literatura argentina del siglo XIX no deja de ser el Borges escritor que todos conocemos. En sus clases surgen permanentemente las obsesiones que alimentaron su obra, el valor, el destino trágico, la contradicción de haber sido el degollador oficial del ejército de Urquiza y sin embargo ser un buen tipo. La rara parábola del verdugo que pide valor a sus víctimas antes de hundirles el cuchillo en la garganta. Un Urquiza que se hace cebar mate mientras supervisa el degüello de sus prisioneros.
Una de mis pocas virtudes, dice Borges, es no haber formulado jamás una pregunta en mis años de profesor en la Universidad de Buenos Aires. ¿Quién soy yo para preguntar o para decidir qué es importante o qué hay que saber de literatura? Mejor dejar que cada estudiante hable de lo que le ha gustado, de ese texto o de ese soneto que ha quedado por alguna misteriosa razón aferrado a su memoria. La literatura siempre como goce, como instrumento hedonista del placer. Como entretención inocente para esperar a la muerte, muerte que no le llegará, lamentablemente, como hubiera querido tal vez, en una carga a punta de lanza contra la montonera.