Por un parpadeo en Guaramiranga

Escribe: Arq. Jorge Hugo Figueroa.


Escribe: Arq. Jorge Hugo Figueroa.

Tiempo de lectura estimado:  2:18  minutos

    Llegamos por la mañana al poblado. El calor empalagoso de la costa había dejado el lugar para que lo ocupe una fría humedad.

Las calles empedradas no guardaban ni el eco de los habitantes.

Entre la neblina se colaban algunos cantos salvajes.

Llamaba la atención que no hubiera sonidos o ruidos artificiales.

Las puertas, adheridas por innumerables redes de arañas ocultaban algo, pero ¿Qué sería? ¿Estarían allí los lugareños? Quizás estuvieran observándonos a través de los millones de embudos arácnidos blancos.

Tal vez sus ojos acostumbrados a la oscuridad de un pueblo luminoso estuvieran tramando algo. No teníamos la certeza de su mirada pero una sensación pegajosa se aferraba a nuestros sentidos.

Caminamos unas cuadras cuesta arriba, hasta llegar a un templo recostado en una plaza y fue allí que, entre bocanadas que vagaban digitadas por alguna fuerza misteriosa una silueta fugitiva tropezó y lanzó un insulto en un portugués  hosco y esquivo a nuestras interpretaciones.

El templo, de carácter amable pero de expresión severa ocultó al hombre con sus blancas paredes.

Pensamos que no era inentendible aquel acento portugués, más bien parecía forzado, ajeno, impostado.

Había algo que nos abatía, que nos presionaba a abandonarnos en esa mañana silenciosa y opaca…

Un alarido nos explotó en el rostro y mientras la niebla nos rodeaba, algo desconocido nadaba por allí, justo al lado de unas rocas o cerca de unos arbustos empetrolados. 

Y entramos en pánico perdidos en el muro blanco donde sólo quedaban las pisadas lejanas que, poco a poco, comenzaban a percibirnos.

Atravesamos una plaza ante la mirada del templo, entre la lluvia inevitable de ecos siniestros.

Luego, a salvo, a toda marcha por la carretera pintada en las sierras todavía sentíamos un sutil parpadeo, una pupila infinita que se mantuvo a lo largo del tiempo haciendo que, cada tanto, volvamos a Guaramiranga a espantar a los forasteros.

Arq. Jorge Hugo Figueroa.

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