Yo whatsappeo, nosotros whatsappeamos


Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Medios de comunicación como whatsapp (prácticamente hegemónico) han modificado las reglas de la comunicación entre las personas. La flexibilidad que presenta esta aplicación, la posibilidad de chequear si un mensaje fue recibido o leído, la inmediatez de la comunicación, el uso de cierta simbología por fuera del lenguaje (gif, emoticones, stickers, videos cortos, etc.), la opción de enviar audios propios o videos, hacen que esta nueva manera de comunicación haya dejado en segundo plano al mail.

Esta forma de comunicación más fluida, a diferencia del mail, asegura (al menos en teoría) mayor privacidad. Las grandes empresas consideran a los mails corporativos propiedad del empleador y, por consiguiente, se reservan (con algunas pocas restricciones dependiendo de la legislación de cada país) la potestad de acceder a los mails de sus empleados. El whatsapp abre un camino por donde un empleado puede comunicarse esquivando la vigilancia permanente del amo. Por esta razón, las empresas exigen que todas las comunicaciones inherentes a órdenes, notificaciones, tratos con proveedores, etc. sigan el canal tradicional del mail corporativo.

Más allá de esto, hemos llegado a un punto en el que el whatsapp no es una opción entre otras para comunicarnos, es, por el contrario, universal y obligatoria. Sin un celular y sin esta aplicación, ya no es posible consensuar un turno para una consulta médica, avisar que no nos funciona la señal de televisión o enterarnos si faltó el profesor de Biología y por consiguiente tenemos que retirar a nuestro hijo del colegio una hora antes del horario habitual.

Todo avance tecnológico es bienvenido hasta que su utilidad comienza a exacerbarse. Los famosos grupos de whatsapp suelen ser un verdadero atentado contra el sistema nervioso de las personas y un motivo de distracción permanente. Si no logramos contener la tentación de estar al día con nuestros mensajes, debemos disponernos a ver afectada por completo nuestra forma de vivir. Ya no más charlas cara a cara, ya no sobremesas, olvidémonos de la posibilidad de mirar una película sin interrupciones o un partido de fútbol, y no hablemos de sentarnos a leer un libro.

Pero si hay una posibilidad que nos ofrece esta nueva modalidad de comunicación que pone en evidencia de manera flagrante esa exacerbación de la que hablábamos, son los audios en 2x.

La frenética necesidad de manejar muchas comunicaciones simultáneamente nos empuja en ocasiones a acelerar la rapidez de reproducción de los audios que recibimos. Así, un audio de cuatro minutos de duración puede escucharse en dos, por ejemplo, ahorrándonos de ese modo esos dos minutos que nunca nadie se ha puesto a pensar en que invertirá a qué otra ocupación asignará.

Una de las principales características de la comunicación verbal, es la prosodia, arte de manejar la pronunciación, acentuación de las palabras, de manejar los silencios entre palabra y palabra, entre frase y frase, de conferirle al habla una voz auténtica, donde se dejen entrever los estados de ánimo, el énfasis que se le da a cada idea expresada, la carga anímica que cada oración conlleva. Los audios en 2x anulan, matan la prosodia. Por lo tanto, convierten a ese mecanismo ancestral y maravilloso de la comunicación oral en un artefacto destartalado y contenido, limitado, marchito, sin gracia.

Reproducir audios en 2x le roba al lenguaje oral una de sus grandes virtudes, lo arrastra a la vulgaridad de las palabras escupidas mecánicamente, recorta su alcance, exige mayor atención por parte de quien escucha, lo obliga a procesar más rápida y superficialmente la idea que se le intenta transmitir.

Y nos hace a todos más histéricos.

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