«Si gana Milei la tiene más fácil el radicalismo, va a ser un opositor nítido»

Entrevista de Marcial Luna para el diario El Tiempo


Ph: Nacho Correa, diario El Tiempo.

«Cuarenta años de democracia significa que decidimos dejar de matarnos para deshacernos de nuestros gobernantes», afirmó, categórico, Andrés Malamud.

En una entrevista de Marcial Luna para el Diario El Tiempo, el politólogo olavarriense radicado en Europa sostuvo que a los gobernantes «los seguimos mandando ‘a casa’, pero lo hacemos de manera pacífica, sin derramamiento de sangre. Esa es la definición, algunos dicen ‘más cínica’ y otros ‘más sintética’ de la democracia». Y, de inmediato, añadió: «La democracia no te da de comer, como esperaba Alfonsín, pero se encarga de que no te maten».

Reflexionó, además, que «hay gente que sobre esto tiene dudas, porque en Argentina creen que hay una alta tasa de homicidios, por ejemplo. En realidad, no es así. Esto no se puede explicar al que sufre una pérdida. Si te matan un pariente, esa vida vale el mundo. Pero, estadísticamente, estamos mejor que cualquier otro país de América latina y que los Estados Unidos», en tanto precisó: «Hay más homicidios en Estados Unidos, per cápita, que en Argentina».

Licenciado en Ciencia Política de la UBA y doctor en Ciencia Política por el Instituto Universitario Europeo, Malamud trabaja como investigador principal en la Universidad de Lisboa, Portugal, donde reside actualmente.

Malamud estuvo en Azul la semana pasada dado que participó del 17° Festival Cervantino. El jueves brindó una charla, en el marco de los 40 años de democracia.

Política y economía

Ante una pregunta en tal sentido, analizó que «nuestra democracia fracasó económicamente, pero triunfó en lo que Alfonsín decía: más que una salida electoral, una entrada a la vida».

Puede pensarse que las dificultades económicas, además del impacto social, socavan el desarrollo de los partidos. Malamud reflexionó: «Si desarrollo político es elegir gobiernos y echarlos sin violencia, estamos bastante desarrollados. Creo que la política argentina funciona, la economía no».

Explicó que «el problema de la política es que no resuelve los problemas de la economía. Pero Argentina no tiene problemas de autoritarismo, no tiene problemas de guerra, no tiene problemas de violencia política ni de derechos humanos. Tiene problemas con la inflación; tiene problemas con el crecimiento. Así que está claro que el problema de Argentina es económico, no es político». Esto es, «la política fracasa porque no resuelve los problemas de la economía».

Al observarse el transcurrir de los 40 años de democracia, desde 1983, y la imposibilidad de encaminar la cuestión económica, Malamud admitió que «Argentina tiene un ‘problemita’ y es que, históricamente, exportó lo que consumía. ¿Cuál es el precio ideal del cobre en Chile? Alto; porque se exporta, nadie lo consume. ¿Cuál es el precio ideal de la comida? Bajo. En Argentina, ¿cuál es el precio ideal de la carne y del trigo? Depende. Si lo exportás, alto; si lo consumís, bajo. Este es el dilema argentino: Un país exportador de alimentos que nunca llegó a un acuerdo social sobre cuál era el valor correcto de los alimentos. Caro para exportar o barato para consumir».

Sostuvo de inmediato que «hoy empezamos a exportar otras cosas: soja, litio; así que, por primera vez, en un siglo, se abre la posibilidad de que nos pongamos de acuerdo sobre el valor del dólar que es, en última instancia, lo que determina el precio de lo que producimos».

Puede advertirse una imagen de Alfonsín en 1983, fortalecido luego del 30 de octubre. Pocos años después, hacia el ’89, la hiperinflación carcomió esa imagen. Sobre ello, Malamud expresó que «las dos cosas con ciertas. Alfonsín fue un éxito político y un fracaso económico. Nadie lo niega. Él no lo negaba. Se sentía frustrado por no haber conseguido que la democracia fuera social; que, con la democracia, se comiera, se curara y se educara. Él no lo consiguió y los otros tampoco. Hace cuarenta años que la democracia argentina está en deuda con la prosperidad de los argentinos, con el bienestar. No con la libertad».

«En Argentina -añadió el politólogo-, si vos querés hacer política para cambiar lo que está mal, no arriesgás tu vida. En Brasil, en Colombia, en México, en Ecuador -donde acaban de matar a un candidato presidencial-, si vos te querés meter para cambiar lo que está mal, te pueden matar. En Argentina no».

En ese plano, Malamud refirió que «participar en política es habilitante. El problema es que no conseguimos que los que participan en política encuentren las soluciones».

Fragmentación y terceras fuerzas

En el ’83 puede observarse claramente el bipartidismo en Argentina. Luego, con los años, se experimentó una fragmentación. Al analizar este aspecto, Andrés Malamud dijo durante la entrevista que «los partidos son más débiles porque la fragmentación significa que tienen menos votos. Y cuando tienen que ponerse de acuerdo con más partidos, necesitan perder más tiempo en la ‘rosca’ que en el gobierno. Pero cuando había bipartidismo tampoco encontraron la solución».

«Así que la fragmentación -puntualizó-, mientras sea moderada, no es grave para la democracia. Se resuelve con coaliciones. Y Argentina es bastante bipartidista, o como dicen algunos, ‘bifrentista’; porque hay dos grandes identidades políticas, los peronistas y los no-peronistas, y porque las instituciones electorales son restrictivas. Entonces, las terceras fuerzas la tienen complicada. Hay costos de entrada muy altos y los que ya están adentro tienen ventaja».

¿Puede considerarse al partido que encabeza Milei como la tercera fuerza de esta hora, o aún debe consolidarse? Ante esta cuestión, Malamud planteó que «la tercera fuerza tiene casi un tercio de los votos, pero en el Congreso de la Nación no va a tener ni un sexto de las bancas. Las instituciones lo que hacen es dificultarle el acceso a, por ejemplo, las gobernaciones, al poder territorial. Y al Congreso, al Poder Legislativo». Es así como, a su modo de ver, «el sistema electoral argentino castiga a los demás».

A esta altura de la vida democrática en Argentina, puede creerse que el retorno hacia un bipartidismo clásico -como el de 1983- resulta imposible. Más aún, ¿quedan partidos fuertes? Malamud aseguró que «no los vas a tener con un 52 por ciento de los votos. Puede ser un partido fuerte con el 30 por ciento, que una alianza con otro partido del 20 por ciento. Pero ya no son partidos mayoritarios. Lo que hay es una mayor fragmentación porque las sociedades tienen intereses muy complejos, preferencias muy diversas. Y la fragmentación partidaria las refleja».

El caso libertario

La tercera fuerza surgida, en términos electorales, el pasado 22 de octubre, resultó La Libertad Avanza (LLA). Pero, ¿cuáles son los antecedentes libertarios en nuestro país? Al respecto, Malamud explicó que «antecedentes de terceras fuerzas hay muchos. En general, esas terceras fuerzas no se consolidaban. El PRO fue una excepción y lo hizo a costa de una alianza con el radicalismo. No llegó solo. Tuvo que aliarse con un partido tradicional porque no le alcanzaba lo que había construido».

Para el politólogo, «[Javier] Milei es, él mismo, una novedad, porque el anarcocapitalismo no tiene tradición en Argentina. Pero su alianza con los conservadores, encarnados por su candidata a la vicepresidencia [Victoria Villarruel], lo que muestra es que él también necesitó formar alianzas y coaliciones. No son los anarcocapitalistas los que van a gobernar si ganan. Son los anarcocapitalistas con los conservadores militaristas».

El pensamiento libertario, en el siglo XIX, se propagó a través de los anarquistas. ¿Existen puntos en común con los actuales libertarios? Malamud fue taxativo: «No, ellos [los anarquistas decimonónicos] querían poner una bomba al Estado, no solamente al Banco Central… Es una fuerza diferente de aquellas con las que se las compara en el mundo. [Donald] Trump y [Jair] Bolsonaro, por ejemplo, son nacionalistas. Trump dice ‘hacer América grande de nuevo’ (América es, en su expresión, Estados Unidos). Bolsonaro dice ‘Brasil, por encima de todo’. Y Milei dice ‘Viva la libertad, carajo’… Lo que ves es que él defiende una doctrina que es independientemente de la Nación. La Nación la defiende Victoria Villarruel. Esta es la alianza entre una doctrina y el sentimiento nacionalista cotidiano; pero Milei no se parece tanto a Bolsonaro como a Trump. Como a Collor de Mello, que fue el presidente brasileño que gana en los ’90, ultraminoritario y liberal, sin apoyo en el Congreso, que terminó su mandato interrumpido dos años después de asumir».

Como profesional que desarrolla su actividad en Europa, EL TIEMPO consultó a Malamud sobre cuál es la mirada de los europeos en torno a la figura de Milei. Si, realmente como exponen algunos periódicos, se lo visualiza como un «psicópata». El politólogo admitió que «sí, bastante. Lo ven como un fenómeno y ahí sí no lo distinguen, parecido a Trump o a Bolsonaro. Y en Europa creen que Trump y Bolsonaro son, además de autoritarios, un poco locos. Milei, para ellos, es de esa escuela. Ellos no ven la distinción entre nacionalismo y libertarianismo».

Outsiders, izquierda, Populismos y ‘grieta’

Por otro lado, en el contexto de los 40 años de democracia, la política registró el ingreso de outsiders, no sólo en Argentina sino a nivel global. Al abordar este aspecto, Malamud respondió haciendo «una descripción: un economista es convocado en un momento de crisis para salvar al país, durante un año estabiliza la economía, después renuncia, se candidatea para presidente y gana. Y hay dos respuestas: Rafael Correa en Ecuador y Emmanuel Macron en Francia. Es alguien que forma un partido de la nada, a partir de haber tenido un conocimiento tecnocrático de un área en particular. Y pasó en Europa y en América latina». En efecto, el de los outsiders, «es un fenómeno global».

Por otro lado, al observarse el desarrollo histórico de la izquierda en Argentina y su menguada repercusión en la clase trabajadora, desde fines del siglo XIX hasta la actualidad, surgió durante la entrevista una cuestión precisa: ¿Cuál es la característica de esa clase trabajadora argentina? ¿Por qué no adhirió a las izquierdas? ¿Su base es conservadora? Andrés Malamud enfocó la cuestión: «La izquierda siempre tiene pretensiones, pero nunca las culmina. Las clases trabajadoras, en todo el mundo, prefieren el bienestar antes que la revolución. Eso es lo que la izquierda no entiende. Lo que quieren es vivir bien; tener un buen pasar, para ellos y sus hijos. La doctrina y los libros sirven en cuanto instrumento para conseguir el bienestar. La revolución no es un fin en sí mismo para los sectores trabajadores; para los militantes de izquierda, sí.»

Por otra parte, analizó que «el populismo es ambivalente. Puede cumplir funciones de deterioro de la democracia; por ejemplo, cuando atenta contra los controles y el equilibrio de poder. O puede tener funciones de correctivo para la democracia».

Entonces, «cuando la democracia se oligarquiza, cuando los partidos se ‘cartelizan’, cuando se vuelven una ‘casta’, una candidatura populista puede contribuir a romper esa oligarquización; a ofrecer competencia donde ya no la había. Así que todo depende del punto de partida: si se tiene una democracia liberal, el populismo es malo. Si se tiene una democracia oligárquica, el populismo es bueno. Depende a qué se enfrente».

¿Dónde es posible hallar el comienzo de ‘la grieta’ en Argentina? Otro concepto que se instaló en la discusión pública desde hace algunos años. Para Malamud, «como antecedentes, se puede buscar al inicio de los tiempos; si queremos, en la división entre Saavedra y Moreno. O antes inclusive, con Liniers, el héroe contra las invasiones inglesas al que después fusilan porque se alió con los realistas. Pero el rosismo, unitarios y federales, uno puede buscar en la historia y encontrar divisiones donde prefiera».

Pero la ‘grieta’, «contra lo que uno piensa, es mucho más suave que todas las anteriores; porque la ‘grieta’ no produce muerte. La ‘grieta’ es polarización afectiva, es una distinción dentro de la democracia. Cristina, cuando pierde las elecciones, se va sin ponerle la banda a Macri, pero se va, no hay tiros. Al final, la ‘grieta’ es una cosa suave. No nos damos cuenta porque nos peleamos mucho, nos gusta amargarnos la vida, pero la ‘grieta’ es la prueba de la civilización argentina. Ya no andamos con la Mazorca matando unitarios. Andamos simplemente despellejándonos en las mesas de café», refirió.

Crisis y partidos

En su trabajo «Los partidos políticos» -incluido en la compilación que realizó Julio Pinto para Eudeba, «Introducción a la Ciencia Política» (1995), Malamud menciona que la UCR es producto de la crisis económica de 1890, el justicialismo, de igual modo, una reacción post crisis 1929-30. Al ser consultado si el partido libertario es producto, en definitiva, de la crisis económica de los últimos años, el politólogo señaló: «Sí, pero antes está la crisis del 2001 y es donde surge el PRO. El PRO es un hijo de la crisis del 2001. Y ahora los libertarios son un producto de una crisis que, por primera vez, es atribuida a los dos grandes espacios políticos. Hasta ahora, o pagaba las culpas el radicalismo, o las pagaba el peronismo. De repente, en esta década, gobernaron todos. Gobernó Cristina Fernández, Mauricio Macri y Alberto Fernández. Y cuando los jóvenes, sobre todo y especialmente varones, miran para atrás, no consiguen distinguir responsabilidades. Se las atribuyen a todos por igual».

Es así que «el discurso libertario y la identificación de la ‘casta’ como el adversario o enemigo común, se basa en atribuir la responsabilidad de fracaso a todos los que gobernaron antes, no solamente a algunos».

En la reforma constitucional del ’94, se incluyó un artículo referido a la trascendencia institucional de los partidos políticos. En este caso, también a instancias de Alfonsín, en el marco del Pacto de Olivos. Malamud reflexionó: «Alfonsín no se daba cuenta en el momento. Para los politólogos es fácil decirlo porque lo que estudiamos lo hacemos con el diario del lunes… Los partidos políticos cumplen un ciclo. Son creados como representantes de la sociedad ante el Estado y, de a poco, se transforman en el instrumento del Estado para gobernar la sociedad. Nosotros todavía votamos con boleta partidaria. Los partidos imprimen, distribuyen y fiscalizan; porque desconfiábamos del Estado cuando creamos el sistema».

Añadió al respecto que «no queremos que el Estado se encargue de las boletas. En el resto del mundo el Estado te otorga un papelito cuando entrás, marcás con un lápiz y lo metés en la urna. Nosotros no queríamos que el Estado se metiera en los asuntos de la sociedad. Y Alfonsín lo que hace es constitucionalizar los partidos; y, al hacerlo, asume que están débiles. Cree que es necesario ponerlos en la Constitución. No debería ser así. Es la sociedad la que tiene que mantener los partidos vibrantes, no es el Estado».

El futuro es hoy

El balotaje obligó a los partidos a definirse. En el caso del radicalismo, por su pasado histórico y la actual coyuntura, EL TIEMPO consultó a Malamud sobre cuál sería el escenario, en el caso de ganar Massa o Milei. El politólogo expresó que, «en el caso de Massa, será de cooptación. Va a haber algunos radicales sin cargo que van a estar contentos de participar en el gobierno, pero van a ser pocos. Si gana Milei la tiene más fácil el radicalismo. Va a ser un opositor nítido. Milei expresa todo lo que el radicalismo no quiere, desde la democracia, no con golpe de Estado».

Milei «va a tener que construir un instrumento que no tiene y, segundo, va a ser fácil ponerse en contra de Milei, por lo tanto imagino mayor cohesión, tanto para él, para su partido, como para la oposición, si quiere ser efectiva».

Finalmente, al plantearse cómo la historia política argentina demuestra que las expresiones «anti» producen el fenómeno contrario -por caso, el «antiperonismo» de la década del ’50 que, lejos de erradicar al movimiento político, terminó fortaleciéndolo-, Andrés Malamud fue contundente: «Sí. Si vos querés fortalecer algo, prohibilo. Vas a provocar la rebelión».

La «hipertrofia bonaerense»

Malamud, en su libro «El oficio más antiguo del mundo» (CI, 2020), dedica un capítulo al tema. Durante la entrevista con EL TIEMPO, al mencionarse que la autonomía municipal se incluyó en la reforma constitucional de 1994 a instancias del propio Alfonsín, el politólogo dijo que, «en cuanto a la autonomía municipal, la Constitución Nacional de 1994 la garantiza. Y la Constitución provincial del ’94 la ignora. El mismo año se reforman las dos constituciones y la bonaerense nos traiciona, no siguiendo el espíritu y la letra de la Constitución Nacional».

Afirmó que «la provincia de Buenos Aires es el elefante en la sala de la política argentina. Es el mayor problema a la vista de todos; sin embargo, todos lo ignoran. Y es un problema, entre otras cosas, porque la ley de coparticipación la condena a la pobreza. Del 40 por ciento de la población, el 50 por ciento de los pobres; teniendo la mayor industria, el mayor campo, la mayor costa para producciones ictícolas, la mayor producción de servicios, lo que se nos ocurra».

En tal contexto, «es una provincia hiperproductiva y, al mismo tiempo, hiperpobre. La estabilidad de los presidentes depende de su relación con el gobernador. Por eso, gane quien gane, hoy Massa y Milei, el futuro de ellos depende de cómo se lleven con Kicillof. Si se llevan mal, alguien va a caer. Si se llevan bien, es probable que les vaya mejor».

Andrés Malamud analizó: «Pero ahí empieza el ‘problemita’, porque Kicillof, en principio, responde a Cristina Kirchner. Esa es, o la garantía de supervivencia del kirchnerismo, o el obstáculo que hay que destruir para acabar con el kirchnerismo. Fijate cómo siempre la provincia de Buenos Aires está en el centro del campo de batalla de la política argentina. Y eso está mal, porque significa que las otras provincias valen menos».

Sobre el negacionismo

En el contexto de las candidaturas presidenciales, sobre todo, se ha instalado una conceptualización: el negacionismo. Los 40 años de democracia remiten, invariablemente, al ex presidente Raúl Alfonsín, al Juicio a las Juntas, a los 30 mil desaparecidos.

Al ser consultada su opinión sobre el «negacionismo», Andrés Malamud sostuvo categóricamente que «es irrelevante». Y explicó: «Si vos, en Alemania, hacés un chiste sobre judíos, no se ríe nadie. Los alemanes tienen una culpa histórica. Hay una hiperminoría nazi para la cual fue aprobada esta ley, porque no quieren volver a tener nazis en el gobierno. Pero a los nazis los votaron; ese es el problema. Hay una ley contra el negacionismo porque se arrepienten de haber elegido a ese gobierno. Nosotros, a la dictadura, no la elegimos, así que no necesitamos cercenar la libertad de expresión para garantizar la democracia y los derechos humanos. Eso se garantiza con los votos. Si hay alguien que piensa que la dictadura fue buena, que piense lo que quiera. La democracia no peligra por eso».

Puntualizó luego que, «en Alemania, tienen miedo de recaer en el error, en la tragedia. Nosotros no tenemos ese miedo. Si tuviéramos ese miedo, mal favor le haríamos a la democracia. La democracia que construimos es fuerte, no necesita que prohibamos la libertad de expresión. No lo necesita. Aguanta sin eso».

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