La Parroquia San Cayetano realizará actividades por la canonización de Mamá Antula, la primera Santa argentina
Desde la Parroquia San Cayetano del barrio CECO se invita a la comunidad a participar de distintas actividades que se llevarán adelante el miércoles 7 de febrero.
Como sucede cada día 7 la Parroquia abrirá sus puertas desde muy temprano para recibir a los peregrinos que llegan desde distintos puntos de la ciudad.
Se rezará el Rosario durante todo el día, cada una hora.
Los horarios de misa serán 10.30, 15.30 y 19.
Inmediatamente después de la última misa, se realizará una hora dedicada a Mamá Antula, preparando así la canonización de la primera santa argentina, a realizarse en Roma el próximo domingo.
Se desarrollará un canto rezo y se proyectará unas video historias sobre la vida, obra y legado de Mamá Antula. Participará de esta actividad la artista local María Inés Banegas que desde hace mucho tiempo representa a Mamá Antula mediante el arte del estatuismo.
Mamá Antula
Su nombre era María Antonia. Nació en 1730 en la actual provincia de Santiago del Estero. No era monja, siempre fue laica. Desde joven le gustaba la oración, dar una mano a los pobres y ayudar a los demás a encontrarse con Dios. A las jóvenes que tenían esas inclinaciones, los sacerdotes jesuitas las alentaban a vivir juntas y a colaborar en los ejercicios espirituales que ellos ofrecían. Desde los quince años, María Antonia se unió a una de esas comunidades. Quiso que la llamaran «María Antonia de San José».
Como tenía mucha capacidad para acompañar, consolar y ayudar a los demás, la gente la veía como una madre. Por eso los santiagueños le llamaban «la mama». Pero, además, era tan sencilla, cercana y accesible, que le decían cariñosamente «Antula», que es como si hoy dijéramos «Antonieta», por eso pasó a la historia como «Mama Antula».
En 1767, cuando ella tenía 37 años, los padres jesuitas fueron expulsados del imperio español, y su ausencia se hizo sentir también en el norte argentino. Los lugares donde ellos vivían y trabajaban quedaron vacíos, y dejaron de hacerse los ejercicios espirituales que cambiaban la vida a tantas personas. María Antonia se preguntó: ¿qué me pide Dios que haga en estas circunstancias? Y se apoderó de ella «un deseo ardiente». Así descubrió que ella podía trabajar para que los ejercicios espirituales se volvieran a ofrecer a la gente. Con la ayuda de sus compañeras inseparables, comenzó a organizar ejercicios espirituales en la ciudad de Santiago del Estero y sus alrededores. Estas mujeres se ocupaban de todos los detalles, y, al principio, ellas mismas predicaban, pero poco tiempo después consiguieron que algunos sacerdotes del lugar hicieran las prédicas.
Así la Mama empezó a caminar y caminar. Cuando llegaba a una población, pedía autorización para organizar los ejercicios espirituales, elegía un lugar donde pudieran dormir unas 100 personas, buscaba sacerdotes predicadores, repartía boletines de publicidad, pedía limosna para la comida y demás gastos, y organizaba todo. Pedía limosna porque ella quería que los más pobres también se beneficiaran de los ejercicios espirituales. Para que eso se continuara después de su muerte, en su testamento incluyó un especial pedido: «que sean admitidos y preferidos, si es posible, los pobrecitos del campo».
Empezó en las poblaciones de Silípica, Loreto, Atamisqui, Soconcho y Salavina. Luego comenzó a ir más lejos. Primero fue a Jujuy y a Salta, luego a la actual provincia de Tucumán, a Catamarca, a La Rioja y a Córdoba. Cientos y cientos de kilómetros, en su mayor parte a pie, y en parte arriba de un sencillo carro tirado por un asno. Al llegar a las ciudades la veían aparecer a pie, descalza, y en su carro normalmente traía donaciones que iba recogiendo en el camino.
Después de vivir un tiempo en Córdoba, finalmente llegó a Buenos Aires, a pie, a fines de 1779. El Obispo de Buenos Aires al comienzo desconfiaba de ella, y durante nueve meses le negó el permiso para organizar los ejercicios espirituales. Después la admiraba y le permitía trabajar con total libertad. A fines de 1781, estos ejercicios espirituales de diez días ya se habían hecho treinta y cuatro veces en la ciudad. A fines de 1786 habían pasado por ellos unas 70.000 personas.
Pero cuando estaba en Buenos Aires, no hay que pensar que era como una religiosa silenciosa que se quedaba dentro de una casa cuidando el orden de los ejercicios espirituales. No era así. Salía permanentemente a ayudar a los pobres, a consolar, a pedir limosnas para sus obras buenas, a visitar presos, mendigos y enfermos. Además, cada tanto organizaba misiones en algunos barrios. Cuentan que con sus palabras sencillas era capaz de calmar a personas furiosas, de devolver la esperanza a los suicidas, de reconciliar a los enemistados.
Nunca faltaba el alimento en los ejercicios espirituales, y se consideraba un milagro, porque siempre a último momento llegaba lo necesario. Ella siempre confiaba porque sabía que la obra era de Dios. En 1785 tenía 55 años, y aunque la vida que había llevado le hacía sentir el cansancio, la llama de la salida misionera no se apagaba. Quería partir nuevamente hacia otros lugares necesitados, pero su director espiritual le pedía que se quedara en Buenos Aires donde hacía tanto bien.
Ella quería construir una Casa de Ejercicios. No fue fácil, pero con la seguridad de que Dios se lo pedía, se entregó a la tarea en cuerpo y alma. En 1795 se inauguró una primera parte, pero ella no pudo verla terminada.
María Antonia murió el 7 de marzo de 1799. Sus restos están en la iglesia de La Piedad, porque allí se refugió apenas llegó a Buenos Aires cuando unos muchachos la perseguían. Como forma de gratitud, pidió que la enterraran allí. Pero ella siempre llevaba en su corazón su querida Santiago, que la vio nacer y crecer, los pueblos del interior, y los caminos largos y polvorientos que había recorrido en sus correrías evangelizadoras.
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