Especial: Diciembre, una noche calurosa y un extraterrestre que aterrorizó a un vecino

Sucedió en 1983, mientras el país se preparaba para la asunción de Raúl Alfonsín y en La Plata aparecían enanitos verdes. Juan Carlos Escosteguy salió a la vereda, vio un ovni, y luego contempló con espanto cómo se le acercaba un humanoide luminoso.


Por Marcelo Metayer, de la Agencia DIB

Diciembre de 1983 fue un mes en el que pasaron hechos muy singulares en nuestro país. Mientras la opinión pública estaba concentrada en la recuperación de la democracia y la llegada de Raúl Alfonsín a la presidencia, en la ciudad de La Plata un grupo de chicos aseguraba que veía “enanitos verdes”. Y a pocos kilómetros de la capital bonaerense, en el partido de San Vicente, un vecino tuvo un estremecedor encuentro con un ser aparentemente descendido de un ovni. Esa fue, según comentaron años después los investigadores Fernando Lefevre y Esteban Dylan“la noche en la que los extraterrestres invadieron Guernica”.

El protagonista del suceso se llamaba Juan Carlos Escosteguy. Todo empezó una noche de ese diciembre que resultó especialmente caluroso. La elevada temperatura, la humedad y los mosquitos le impedían dormir al testigo, que decidió salir a la calle cerca de la 1 de la mañana a tomar un poco de aire.

De acuerdo al relato de los ufólogos mencionados, el hombre vio en el cielo hacia el este “una luz blanca en movimiento que al principio tomó como un avión y que se aproximó, siguiendo una trayectoria recta, hacia su posición”.

Escosteguy no sabía qué se le venía encima. Cuando parecía que el objeto iba a chocar contra los árboles, se metió de nuevo en su casa. Después la curiosidad pudo más que el miedo y volvió a asomarse. Pero las luces de la calle estaban apagadas.

Volvió a entrar en busca de una linterna, salió y ya no había nada en el cielo, salvo las estrellas brillando detrás de una bruma caliginosa. El objeto luminoso había desaparecido.

Alto y luminoso

Siempre según la narración de Lefevre y Dylan, en ese momento a Escosteguy se le estrujó el corazón de espanto. Porque en el parque que estaba frente a su casa, de pie tras un arco de fútbol, vio a “un ser de elevada estatura, con los brazos cruzados al pecho, que emitía un resplandor blanquecino”.

En ese momento el hombre sintió que la linterna se deslizaba de su mano, de manera ajena a su voluntad, hasta caer al suelo y apagarse.

Pudo superar el horror y volvió a entrar a su casa para salir, esta vez, con un cuchillo. Y en ese momento descubrió que el ser se había acercado y estaba parado, con su lechosa luminosidad, sobre el cordón de la vereda de enfrente.

Antes se le había caído la linterna; ahora, sin entender por qué, Escosteguy dejó que el cuchillo se escurriera de su mano para terminar en el piso.

Cuando levantó la vista, el hombre quedó trémulo: la criatura estaba a escasos metros de su vivienda, sobre la propia vereda.

Aterrorizado, Escosteguy giró para entrar en su casa. Cuando tocó el picaporte tuvo la sensación de recibir una fuerte descarga eléctrica. Intentó entrar por la parte trasera, pero no podía avanzar; estaba paralizado como cuando en un sueño uno quiere correr pero siempre está en el mismo lugar.

Logró entrar. Se apoyó en una pared. Intentó calmarse en la oscuridad de la habitación.

“Luego de pasado un tiempo, recobrado ya de la impresión inicial, salió nuevamente. La calle desierta y a oscuras estaba como siempre. En el cielo, las estrellas brillaban y entre el pasto los grillos cantaban su melodía”, cuentan Fernando Lefevre y Esteban Dylan, reproduciendo el relato del testigo.

Todo había terminado.

O al menos eso creyó Juan Carlos Escosteguy.

Círculos de hongos

El hombre se encargaba del mantenimiento del parque situado frente a su vivienda, donde había visto por primera vez al ser luminoso.

Días después del encuentro, cuando todavía no se había disipado la sensación de espanto, Escosteguy descubrió en el césped “una marca de forma circular formada por pasto de una tonalidad más intensa que el circundante”. Pasó la máquina y dejó el pasto cortado al ras. Pero luego la marca volvió a aparecer: el pasto creció nuevamente con distinta coloración.

Y hoy en día, según confió Escosteguy a los investigadores, en esa zona “suelen crecer unos hongos chatos y grises que se deshacen fácilmente, diferentes a otros blancos que proliferan sobre el terreno”.

¿Qué misterios sobrevolaron Argentina en esos días? ¿Qué misión cumplieron estos seres que aparecieron en La Plata y Guernica? Probablemente nunca lo sabremos. Sí se puede afirmar que Juan Carlos Escosteguy fue protagonista, esa noche de calor insoportable, de una experiencia que marcó su vida. (DIB) MM

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.

error: Contenido protegido