Opinión | ¡¡Ay, Ay, Ay, esos pobres jubilados!!

Escribe: Carlos Paladino / En Línea Noticias
Por más que al discurso se le ponga vehemencia y trate de ser convincente, si es dado por compromiso y para la tribuna, no dejará de ser una simple perorata. Entre las peroratas hipócritas de los gobiernos populistas (todos los partidos políticos hacen gala de populismo aunque algunos prefieren auto diferenciarse estimándose «populares»), los temas de la pobreza y de los jubilados, mientras haya quien escuche, estarán presentes y desactualizados.
No se trata de ser un irresponsable o un jodido, ocurre que nos falta capacidad para comprender que la solución a este añejo problema requiere de una fórmula tan compleja para la ciencia como para las más preclaras mentes de la república. Si no; cómo entender tanto tiempo lidiando con el asunto de los pobres jubilados. La fórmula aún no halló al Arquímedes que grite a viva voz, «Eureka». Sin duda, el encontrarle un punto justo es abrumador. La búsqueda por descifrar esta problemática social argentina tiene sus añitos de experiencia.
Cada vez que a la tercera edad se le echa un «pial», los cerebros en las cabezas de la democracia se estrujan al máximo; el asunto exige de un concienzudo parlamento; pero, como la decisión sigue siendo complicada, se acuerda al tun tun un porcentaje arbitrario que calme la expectativa. Ahora, el impedimento pasa por las arcas estatales que no tienen plata. ya que la que había se gastó en urgencias o, se destinó a otros sueldos de mayor importancia. Entonces, el obstáculo se zanja (provisoriamente); fabricando una buena cantidad de dinero.
El caso de los jubilados y pensionados argentinos es tan viejo como tan remanido. A los efectos traemos a la memoria los percances ocurridos allá, entre los años ’50 y ’60. Para los jubilados y pensionadas de esos años comenzaba una odisea por la subsistencia. Era una incógnita la fecha en que iban a cobrar su primera retribución. Al dolor por la pérdida del ser querido, se le sumaba la penuria por «parar la olla» y mantener a su familia. En realidad, en esa época, se necesitaba muy poco para vivir sin estrecheces: algún alquiler, la comida, la escuela de los chicos, las zapatillas tenían que durar, los remedios se conseguían y la epidemia de la Parálisis Infantil se combatía con una bolsita de alcanfor sujetada al cuello. Los chicos se divertían con una pelota, unos autitos, una muñeca, jugar a «la casita», saltar la soga, la rayuela, y, algún que otro juego resultado más de la imaginación que del dinero. Comprenden que el tiempo de demandar «chiches» se les había anticipado. Muchos niños esperaban el 6 de enero para ir al Correo a buscar una pelota de goma, una muñeca lindísima, un jueguito de cocina, un trompo, un autito, un trencito de madera, etc. Y, así se transitaba la vida con resignada felicidad.
Pese a las escasas pretensiones que conformaban a los ciudadanos, la situación para un jubilado o pensionado se tornaba humillante y lacerante.
Los poquísimos ahorros que ciertas familias pudieron haber ahorrado, se esfumaron en un santiamén y, ahora, escondiendo la vergüenza ajena por su indignidad, afrontan la realidad, saliendo a pedir ayuda. Los chicos tienen que comer, sin lujo, pero comer. Y, en ese momento, cuando ya no se puede manipular a la pobreza y a punto de convivir con la indigencia, se hacían «de tripa corazón» e iban por colaboración. ¿A quienes se recurría? Los emprendedores; los comerciantes del barrio, suplían la ineficiencia del Estado Argentino, la acostumbrada ineficacia del Estado Benefactor. La solidaridad innata (¿racimal?) del vecindario tomaba a su cargo la insensibilidad social del Estado Protector.
Los individuos corren el riesgo de que la insensibilidad se naturalice. La política es una aliada formidable para rematar los atisbos sensibles de la humanidad. : «Debía de haber, por lo tanto, una diferencia, grande y definitiva, entre aquellos dos mundos. Tenía que haberla. Pero él fue incapaz de descubrirla. A él le parecía que el mundo era el mismo de siempre. Lo que le dejaba perplejo era esa insensibilidad desconocida que había en su interior» Haruki Murakami.
El vecino carnicero, el verdulero, el almacenero, munidos de libretas o cuadernos de tapa de hule (para que durara más), empezaban a llenar renglones con los artículos que el jubilado o la pensionada retiraba de su negocio. Una especie de capitalismo con sentido social en miniatura que fue acostumbrando al gobierno que la fraternidad hacia los alicaídos no es de su incumbencia, El primer desinterés por los demás debe recaer en el pueblo. Un pueblo bien adoctrinado no demora en brindar sostén al necesitado, lo hace por su cuenta y con placer; el gobierno está para cosas mayores.
También existían quienes con el ánimo puesto en menospreciar la actitud del comerciante, sentenciaban «Y bueno «ellos pueden». No sabemos si era un sentimiento sentido; no obstante, practicaban una solidaridad social que no era de su responsabilidad. Un día; por fin, la espera para estas víctimas llegaba a su fin y, ni bien recibían su primera gratificación, era de rigor saldar la deuda al «fiador» y hacerle un regalo que, por su simpleza no demostraba totalmente el beneficio recibido. La gratitud era para toda la vida… Y pensar tanto sufrir por una jubilación muchas veces miserable.
Por supuesto, de esta generalidad no participa la clase privilegiada gubernamental. Hoy, cualquier paso fugaz por la administración pública será recompensado como si fuera un servicio inestimable brindado a la patria.
Con esta pequeña narración queremos mostrar adonde hay remontarse para ir en busca de la inequidad y la desestimación hacia los jubilados de nuestro país. No hablamos del malquerer de los funcionarios; es que los cálculos de la maldita fórmula no cierran. La culpa , se ha decidido por unanimidad, que siempre será del gobierno anterior que no supo hacer una fórmula que dé a los jubilados un cacho más de consuelo. También se debe considerar: para «que quieren plata los jubilados», si no tienen en que gastarla. Con tal que tenga para cubrir las necesidades básicas y elementales, ya está la misión cumplida.
Por lo escuchado y leído recientemente, el largo derrotero por obtener un cálculo exitoso y salvador que pondrá fin a las penurias de la ancianidad, llegó. Gracias a las esclarecidas ideas de determinados legisladores que «la tienen clara»; llegó. La nueva fórmula va a tener equidad y sustentabilidad, se escuchó decir. Listo; señores jubilados quédense tranquilos, la solución llegó.
Estimados representantes de las políticas públicas, en principio, nos da la vaga sensación de que no les cree nadie. No quieran ser hipócritas originales, la hipocresía es hipocresía y sólo los profetas no la esgrimieron en su provecho propio. A la hipocresía no se la engaña; se engaña sin la ayuda de nadie.
¿Hay que dejarse de joder?! Hay cosas que no se arreglan porque no se quiere; porque solucionarlas implicaría sentir afectadas sus especiales condiciones de dirigentes sobresalientes. Porque saben que del ajuste debemos participar todos los argentinos. Ni uno afuera
Alguna vez alguien dijo que estábamos en una economía de guerra y debíamos actuar en consecuencia. Pobre infeliz como le colgaron el cartel de ridículo.
Claro, para ciertos actores de la conducción nacional, asumir la veracidad de una economía en situación extrema, ser auténtico al expresar la verdad, es una idiotez.
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