A un siglo de la Revolución de Octubre
Miles de rusos hacen cola en Moscú en 1990 para ingresar por primera vez a un local de McDonald’s.
Carlos Verucchi / En Línea Noticias ([email protected])
La Revolución de Octubre, paradójicamente, fue en noviembre. El 7 de noviembre de hace casi 100 años más precisamente. En los inicios del siglo XX Rusia era uno de los países más atrasados de Europa y, de tanto atraso, mantenía aún en vigencia el calendario juliano cuando el resto de los países había adoptado el actualmente utilizado y más preciso calendario gregoriano. Cuando el 25 de octubre de 1917 los bolcheviques tomaron el poder, para el resto del mundo era 7 de noviembre. Actualmente Rusia se rige por el mismo calendario que el resto del mundo, de todas maneras, no tendría sentido esperar a noviembre para conmemorar una fecha que quedó registrada en la historia como la Revolución de Octubre.
El actual presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, afronta esta fecha (que en realidad, y como diría Borges, sólo nos resulta llamativa por haber sido educados en el sistema de numeración decimal) como un obstáculo más en el camino que ha iniciado con el fin de volver a convertir a Rusia en una gran nación.
Después de tanto esfuerzo por sacar a su país del oscurantismo soviético y meterlo de lleno en la modernidad, se ve obligado a adoptar una postura que hasta hoy había podido esquivar. ¿Cómo considerar los 100 años de la Revolución? ¿Cómo festejar el inicio de un período de más de 70 años cuyos aspectos nocivos hasta el día de hoy ha tratado de mostrar a todos sus compatriotas? Tal vez su éxito esté vinculado a la ambigüedad con la que ha sabido manejarse: se arrodilla ante el altar pero asegura no haber roto jamás su viejo carnet del PC, se muestra entusiasmado con la organización de un mundial de fútbol pero a la vez nostálgico por los días de gloria del imperio soviético. Putin ha sabido manejarse como un equilibrista en su objetivo de romper con el pasado pero sin abandonar del todo ciertas tradiciones, mostrar las virtudes del capitalismo sin ofender el espíritu de un pueblo acostumbrado y educado para luchar contra las injusticias sociales.
Una lógica elemental y algunos datos extraídos de Google permiten un cálculo sencillo. La edad promedio de la población actual de Rusia es de 38 años y la esperanza de vida (promediando ambos sexos), de 68. Esto significa que, aproximadamente la mitad de la población actual, no sólo nació, sino que también fue a la escuela bajo el régimen soviético. Se formó en el culto a la camaradería y la solidaridad, al esfuerzo colectivo y a los objetivos comunes, prácticas, todas éstas, sumamente desaconsejables para un verdadero y efectivo desarrollo capitalista.
Putin lo sabe mejor que nadie, tal vez por eso se niegue a sacar a Lenin del mausoleo en medio de la Plaza Roja de Moscú a pesar de que cada tanto alguna encuesta asegura que la mayoría de la población está a favor del traslado.
Si, como afirma Max Weber, el capitalismo presentó un avance muy superior en los países protestantes debido a que esa religión, a diferencia de la católica, ofrece menos prejuicios para el enriquecimiento material de los creyentes, cabe preguntarse ¿cómo se podría adaptar Rusia al cambio de paradigma que se está tratando de imponer? Hasta ahora lo ha hecho con un crecimiento vacilante y con grandes niveles de desigualdad.
¿Habrá quedado algo de aquellos años? Tal vez la convicción de que toda verdad sólo es temporaria y fragmentada, y que los paradigmas van cambiando con el tiempo, y que de igual manera a como cayó la realeza, o el comunismo, tendrá que caer también, algún día, el sistema que impera en estos tiempos.
Hoy no estamos tan seguros de que la historia siga una lógica. Los hombres de la revolución se sentían impulsados por la convicción de que un gran cambio social era inevitable, irreversible, los mecanismos de la historia eran tan rigurosos que el futuro podía predecirse con la precisión de un teorema.
Equivocados o no, muchos murieron por asumir estas ideas. Equivocados o no, muchos fueron felices mientras había esperanzas.
Todas las construcciones ideológicas son incompletas, sus aciertos son circunstanciales o parciales, por lo tanto todas son equivocadas, todas mienten.
Tal vez el mejor homenaje a Lenin y Trotsky sea recordarlos como los mentores de una de las fábulas más bellas y seductoras que la humanidad ha logrado construir colectivamente. Mientras no aparezca una mejor seguiremos así, a la deriva, desesperanzados.
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