La patria soy yo

Escribe Carlos Verucchi.


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Martín Kohan (Buenos Aires, 1967) es uno de los más destacados escritores argentinos de la actualidad. Su irrupción como novelista se produjo con “Dos veces junio”, (2002) y se confirmó con “Ciencias morales” en 2007, novela con la que obtuvo el Premio Herralde. Menos conocido, aunque no por ello menos recomendable, resulta el Martín Kohan ensayista.

En “Narrar a San Martín” (2005), Kohan ofrece una exhaustiva revisión del tratamiento que la literatura le ha dado a la figura histórica más importante de nuestro país. A partir de esta indagación bibliográfica, esboza una serie de hipótesis que además de originales resultan en agudas miradas, no sólo respecto a la figura del Gral. San Martín, sino también a la construcción del concepto de patria y a esa abstracción ambigua que a veces llamamos argentinidad y que, a partir de San Martín, hemos construido.

Kohan sorprende al lector al afirmar que la primera referencia bibliográfica hallada en relación a San Martín aparece recién en 1941, en un artículo publicado por El Mercurio, de Chile, y firmado por Sarmiento. Este artículo de Sarmiento, enfocado en la batalla de Chacabuco, sería el primero de una larga serie que el autor de “Facundo” le dedicaría a San Martín. Sin embargo, hubo que esperar hasta 1863 (trece años después de la muerte de San Martín), para que se diera a conocer el primer relato integral sobre su vida, en este caso a través de un texto publicado por José María Gutiérrez. Después vendría la versión de Mitre, de 1887, versión que intenta constituir a San Martín como el gran héroe nacional y, posteriormente, en 1933, el tal vez más ambicioso intento de sostener a San Martín como figura máxima de nuestra historia: “El santo de la espada”, de Ricardo Rojas.

Es en ese momento cuando San Martín alcanza el rango de “Padre de la patria” que hoy ostenta, fuera prácticamente de cualquier discusión. San Martín, afirma Kohan, es el único personaje histórico que se mantiene al margen de la “grieta”. Impone el techo bajo el cual se construye el concepto de nación o de patria. Si no hubiera existido un San Martín de carne y hueso (con todas sus virtudes y defectos) hubiéramos tenido que inventar uno como requisito indispensable para construir ese ideal de unión que se erige detrás del concepto de nación. No habría patria sin un San Martín. San Martín permanece, en este sentido, más allá de todo. Es crucial para Sarmiento en su intento de constituir “su” patria unitaria y pretendidamente europeizada, es esencial para Mitre en su propósito de ajustar la historia a sus intereses personales, es vital para la construcción colectiva que el régimen conservador instauró en la enseñanza escolar con el fin de evitar la infiltración apátrida de los inmigrantes. Pero la funcionalidad de San Martín no termina ahí, continúa en la exacerbada mirada que sobre él tiene el peronismo. No hay, en definitiva, sector que no lo reclame: el revisionismo histórico de José María Rosa “revisa”, valga la redundancia, toda la historia argentina, reivindica a los vilipendiados caudillos, pero a San Martín lo mantiene impoluto, es más, traza un hilo conductor que desemboca en Rosas y en Yrigoyen. La izquierda lo reclama como suyo, lo erige en el espejo en el que se mira el Che Guevara, lo asume, y no sin justificación, en el precursor de las luchas antiimperialistas.

San Martín, y esta afirmación no necesariamente se desprende del ensayo de Kohan sino que intenta más bien ser el modesto aporte de esta columna, se mantiene, ascético, completamente afuera de la famosa grieta que divide a los argentinos y que algunos políticos de la actualidad pretenden ingenuamente cerrar. Mitre lo moldea para que resulte funcional a su versión de la historia pero los revisionistas, como vimos, también lo hacen suyo, lo consideran el eslabón inicial que encadena con Rosas y con los caudillos, con Yrigoyen y con Perón.

¿De qué lado está San Martin? ¿Está con Dorrego o con Lavalle? (Tal vez sus dos mejores oficiales) ¿Está al lado de Sarmiento, su apologista, el primero en proponerlo como nuestro Ulises, o está con Chacho Peñaloza? ¿Está con Yrigoyen o con Uriburu? Está con el fusilado Valle o con el fusilador y posteriormente también fusilado Aramburu? ¿Está con Firmenich, que lo proclama como el mentor de las montoneras o está con Videla que lo venera como fundador de su ejército? Nadie lo sabe, o más bien, cada uno tiene razones para justificar una postura u otra. No es de nadie, o es de todos, no es unitario ni federal, no es nacionalista ni liberal, nadie sabe cómo medir la Guerra de Malvinas en virtud de su legado, no caben especulaciones para decidir si San Martín habría sido “azul” o “colorado” cuando el ejército se fraccionó en la década del 60.

Y tal vez no sea menor este detalle, dado que cualquier otro personaje de nuestra historia queda de inmediato asociado a uno de los lados de la grieta en cualquier contienda o escaramuza. ¿O no es obvio que Lavalle permanece vinculado, mucho tiempo después de su muerte, con los sectores más reaccionarios del ejército? ¿O no nos parece de lo más natural que los descendiente de Mitre publiquen el diario La Nación? Obviamente, Dorrego hubiera desaprobado la intolerancia de Aramburu.

San Martín sale indemne de esos conflicto menores. Está por encima de ellos, él mismo, por mérito propio, o bien por la construcción historiográfica que detalla Kohan en su ensayo, queda al margen de rencillas vernáculas.

Por eso, más que por haber cruzado los Andes con su caballo blanco, es San Martín el padre de la patria.

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