Literatura / ¿Ángel o demonio?
A seis años de su muerte, la vida y obra Ernesto Sábato siguen alimentando pasiones.
Literatura / Carlos Verucchi para «En Línea Noticias» ([email protected])
Como ya se sabe, los argentinos tenemos cierta predilección por las dicotomías. Definitivamente no nos gustan los grises: vamos por todo o nada, la devoción o el odio más despiadado, la idolatría o la calumnia.
Sábato no escapa a esta regla, por el contrario, despierta pasiones contrapuestas, su figura y sus acciones siguen produciendo apologistas y detractores, siguen dividiendo las aguas.
Después de graduarse en Ciencias Físico-matemáticas en la Universidad de La Plata obtuvo una beca para trabajar con Marie Curie en Francia. Al poco tiempo se hastió de la física y de la matemática y se dedicó a vagabundear, borracho, por las calles de París. Estableció contacto con un grupo de surrealistas y así, poco a poco, fue dejando la ciencia para volcarse a la literatura. Manuel Sadosky, que veía en él a un promisorio científico, nunca le perdonó ese alejamiento, como recordará Sábato muchos años después no sin cierta nostalgia, le retiró el saludo. Al cabo de algunos años volvió a la Argentina con la firme intención de convertirse en escritor.
Escribió algunos ensayos y después se aventuró con algunas novelas. No resulta fácil encontrar admiradores suyos en el contexto de la literatura nacional. Beatriz Sarlo en sus “Escritos sobre literatura argentina” directamente no lo menciona, lo considera un escritor menor. César Aira afirma que los escritores de su generación “nunca lo tuvieron en cuenta”. Bioy, en sus diarios, registró conversaciones con su amigo Borges en las que se refieren despectivamente a Sábato, a quien ven como una especie de impostor. Abelardo Castillo es uno de los pocos que menciona “Sobre héroes y tumbas” como una gran novela.
Más allá de lo estrictamente literario, la postura que adoptó respecto a la historia de nuestro país no podría haber sido más desatinada: ¿qué necesidad había de escribirle una elegía a Lavalle? ¿Para qué rescatar del oprobio a un personaje menor al que la tradición del viejo partido Federal, prolongada en Irigoyen y Perón, considera el germen de todos los males de nuestro país? ¿Genuina convicción o interés por la polémica?
Intelectuales como Rodolfo Walsh nunca se lo perdonarían. “Ya tendrá su Sábato” afirma este último refiriéndose al General Aramburu cuando ciertos sectores de la sociedad argentina de empeñaban en reivindicarlo.
Su exposición pública no es menos polémica. La izquierda argentina jamás le perdonará aquel almuerzo con Videla en plena dictadura. A decir verdad, por aquellos años, Sábato aceptó participar de un juego perverso que lo condenaría para siempre. La dictadura necesitaba limpiar su imagen y para ello requería de intelectuales que simpatizaran con las políticas que aplicaba. Sólo con Borges no era suficiente, entonces inventaron a otro supuesto gran intelectual y después lo utilizaron para contrarrestar las críticas que principalmente llegaban desde afuera.
Pero vayamos al grano, ¿hay realmente algo destacable en su obra? Tal vez lo más valioso sean aquellos primeros ensayos que escribió tímidamente cuando no sabía si era un físico o un escritor. Entre ellos se destacan “Uno y el Universo”, publicado en 1945 (en el que denuncia los riesgos que afrontan las sociedades tecnológicas), “Hombres y Engranajes”, de 1951 y Heterodoxia, 1952. Piglia afirma que esos textos son buenos porque, como todo lo que se escribió a mediados del siglo XX, están influenciados por Borges. Esos textos, al igual que la novela de Bioy “La invención de Morel” están escritos con el estilo de Borges, son imitación de un estilo que imperceptiblemente se había impuesto y en esto radica su valor. Sólo unos pocos escritores realmente buenos ―sigue Piglia―, como José Bianco, por ejemplo, entendieron la necesidad de escapar a esa influencia.
Yo le adjudicaría algún otro mérito. Aquellos primeros ensayos están escritos por alguien que ve las cosas desde afuera, alguien que viene de lejos o que entró por la ventana. El físico ve en la literatura lo que los escritores no son capaces de ver, el escritor ve en la física lo que ningún físico vería jamás. Ahí está, tal vez, la riqueza de aquellos ensayos prácticamente olvidados, algo así como haberle encontrado el sabor al agua.
Meritorio también es su temprano rechazo al positivismo, actitud bastante pionera con la que se ganó la antipatía de muchos sectores de izquierda. Había que ser muy audaz para hacer una crítica de tal naturaleza en aquel tiempo.
Esta página no tiene más pretensión que rescatar aquellos textos primitivos de un escritor tímido y desconocido que justifica sus ínfulas literarias escribiendo de lo que realmente sabe: física y matemática. Lo que vino después es antipático, sus novelas, su intento de rescatar a Lavalle, su complicidad con el Proceso.
“La genialidad de Newton… ―afirma en Uno y el Universo―, radica en haber comprendido que la manzana que cae, y la Luna, que no cae, constituyen dos manifestaciones del mismo fenómeno.”
A ese Sábato, claro que vale la pena leer.
Las inútiles expresiones que escriben los no escritores.