Opinión/ ¿Cuánto necesitás?
El gobierno se empeña en comparar la situación económica del país con la de una familia cualquiera. Las cuentas del país, nos dicen, deben «cerrar» de la misma manera que deben cerrar las cuentas en cada hogar a fin de mes. No es posible, a partir de esta comparación, gastar más de lo que se gana y, en época de vacas flacas, no queda otra que ajustar el cinturón.
Si bien el argumento, además de cínico es fácilmente refutable, no resulta del todo desestimable la comparación utilizada. Podríamos afirmar, valiéndonos de ella, que el interés de parte del FMI por prestarnos dinero es tan altruista como el interés que presenta cualquier tarjeta de crédito al inducirnos a comprar un tele de 50 pulgadas para ver el mundial.
El préstamo se ha convertido, desde hace mucho tiempo en un arma de sometimiento y dominación. Largamente conocidos son los pormenores del famoso crédito que Rivadavia contrajo con la Baring Brothers, de Inglaterra, por un millón de libras esterlinas.
Del dinero prestado, sólo llegó al país algo menos de la mitad. Según Scalabrini Ortiz, de la suma otorgada por los ingleses, sólo llegaron al Río de la Plata en oro, como estaba convenido, un escaso 4%, o sea unas 20.678 libras. El resto se pagó en letras de cambio o directamente se perdió en impuestos, seguros, intereses pagados de antemano y multas que Argentina debió pagar a Inglaterra por diversas infracciones de dudosa legitimidad. Eso sí, Argentina pagó ―gracias a la imposibilidad de cumplir con los plazos y a la acumulación de intereses― catorce veces la suma acordada, hasta lograr cancelarla recién en 1.904, es decir 80 años después.
Pero Inglaterra no siempre sería la beneficiada con este tipo de maniobras especulativas. Después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos hicieron probar a los ingleses algo de su propia medicina. Con Europa a sus pies, los norteamericanos ofrecieron a Inglaterra en jugoso préstamo, sólo pusieron unas pocas condiciones: en primer lugar que se olvidara de sus proyectos imperialistas y abandonara sus dominios de ultramar, en segundo lugar pidió un freno a los controles de divisas y por último que declarara la convertibilidad plena de la libra esterlina. En otras palabras, lo que obtuvo EEUU con el préstamo fue la liberación política de las colonias británicas ―obviamente con el fin de someterlas a su dominio económico― y por otro lado la “apertura” de la economía británica al mundo, de modo tal de convertirla en un cliente más de la poderosa industria norteamericana.
Algo similar hizo con Francia, más castigada aún por la guerra que Gran Bretaña. En primer lugar le exigió abandonar las cuotas proteccionistas a la importación de modo tal de permitir la libre entrada de productos provenientes de los EEUU.
El dinero de los préstamos tardó menos de un año en regresar a EEUU, ya sea como pago de cuotas o a través de los beneficios de haber convertido a buena parte de Europa en clientes y destinatarios de su producción industrial.
El FMI, justamente uno de los organismos fundados después de la guerra, se ocupa principalmente de mantener a los países dentro de ese comercio global que lógicamente favorece a los países industrializados. Cuando algún país está en problemas, ahí acude en su ayuda de inmediato. Tal como sucede con las tarjetas de crédito, su preocupación principal es que no dejemos de consumir: cuando nuestra economía familiar tambalea podemos acceder a sus beneficios, y pagar a 12 o 18 meses, o más aún, pagar a fin de mes sólo una pequeña fracción de lo que hemos consumido, el resto se puede volver a refinanciar en las cuotas que queramos. ¿El interés?, el interés ronda el 60 o 70 % anual, claro, las tarjetas de crédito tampoco hacen beneficencia.
Y sí, es cierto… Esta vez hay que darle la derecha a Dujovne, la economía del país se parece mucho a la economía familiar.
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