Opinión | Las nuevas formas de la guerra

La pluma y la opinión de Carlos Verucchi analiza el escándalo desatado tras la presentación del Juez Ramos Padilla en el Congreso


 

Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias ([email protected])

No era necesario ser muy ingenioso para sospechar que detrás de la embestida mediática-judicial del gobierno actual contra la oposición había un poder omnipotente o casi divino. Es que de no existir dicho poder sobrenatural de protección, las actitudes de muchos políticos, jueces y periodistas resultaban a todas luces suicidas. Nadie desconoce que tarde o temprano la política nacional cambiará nuevamente de signo y, aquellos que hoy se mueven con total impunidad deberán, en tal caso, dar explicaciones y justificar sus actos.

Esta semana quedó en evidencia, a partir de las declaraciones en el Congreso Nacional del juez Ramos Padilla, que ese poder invisible y hasta ahora desconocido que da impunidad a la política de persecución sistemática y manipulación de la opinión pública, no es omnipotente ni de carácter divino aunque no le falta mucho para serlo: es ni más ni menos que el gobierno de los Estados Unidos.

En cualquier país medianamente serio las investigaciones del juez de Dolores hubieran provocado un escándalo de grandes dimensiones. En el nuestro, por el contrario, los medios de comunicación hegemónicos minimizaron la denuncia y disfrazaron la detención del supuesto abogado Marcelo D’Alessio bajo el rótulo de “Corrupción K”, sumando, de este modo, un nuevo capítulo al compilado de noticias falsas con las que vienen construyendo una realidad paralela desde hace varios años.

Mañana mismo, obviamente, el gobierno nacional procederá con la destitución de Ramos Padilla. De acuerdo a lo anunciado por el Ministerio de Justicia a través de un comunicado, el gobierno de Mauricio Macri justifica este pedido de destitución en la “manifiesta actuación irregular y violatoria de los deberes de imparcialidad y reserva que todo juez debe guardar respecto de las causas que tramita ante sus estrados y en resguardo de los derechos de las partes involucradas”. Es decir, cuestionan que el juez haya ido al congreso a “ventilar” detalles del caso en un acto que los legisladores de Cambiemos tildan de “puesta en escena”. Como decía mi abuela, el muerto se asusta del degollado.

Pero la embestida de los Estados Unidos contra Latinoamérica no es exclusividad nuestra. Por el contrario, existen fundadas sospechas sobre las presiones que ejercieron los Estados Unidos en la detención de Lula en Brasil y resulta más evidente aún el boicot hacia Venezuela. A propósito de esto último, el reconocido doctor en Ciencias Políticas Atilio Borón acaba de denunciar que el apagón eléctrico que sufrió Venezuela durante tres días, semanas atrás, fue una clara muestra de sabotaje desde el exterior del país. Sabotaje planeado con el fin de provocar un estallido social y la caída del gobierno de Maduro.

La inesperada interrupción de alrededor  de diez horas que sufrieron las redes sociales esta semana habría sido, siempre a partir de la misma fuente, la respuesta a los Estados Unidos de parte de países alineados con Venezuela. Algo así como una declaración de guerra cibernética, una provocación al estilo de “nosotros también podemos sabotear tus sistemas más seguros o más sagrados, como el de WhatsApp por ejemplo”. O, “también nosotros estamos preparados para iniciar una guerra de quinta generación”.

Ante esta perspectiva me fui corriendo a conectarme a Netflix. En una de esas los rusos también sabotearon sus servidores, me ilusioné, y en alguna serie ganan los árabes. Pero lamentablemente comprobé que las series de siempre seguían ahí, inalterables. Nada nuevo. Elegí una de esas que mira todo el mundo y empecé por la primera temporada aunque mis compañeros de trabajo ya están comentando la novena. Pero no pude. Cuando repitieron por quinta vez, en cinco minutos, la palabra flatulencia, cerré la compu y salí a la calle decepcionado.

Entonces ya no tuve dudas, definitivamente se está yendo todo al carajo.

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