Chicago no se queda en Primera

 

Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Es rara la memoria, misterioso el recuerdo. Como en una novela de Proust, un detalle insignificante y en apariencia totalmente desconectado puede destrabar un recuerdo que había quedado guardado en nuestro disco rígido a modo de programa preinstalado, está y no está, está escondido en algún lugar y necesita que alguien o algo lo dispare.

Para mí había sido antes, el infalible google corrige mi capacidad precaria para retener fechas y fija el hecho en marzo del 83.

El equipo de fútbol de Loma Negra transitaba su última experiencia en un torneo nacional, junto con la dictadura se desvanecían las ínfulas de popularidad de Amalita y el delirio místico de un grupo de genocidas que querían ganarse al pueblo saliendo con vedettes o fomentando actividades deportivas, comprando una emisora de radio (los medios, siempre los medios como herramienta útil para inventar y sostener una verdad, igual que ahora).

En esos días, me acuerdo, se había puesto de moda una canción de Sandra Mihanovich que decía algo así como: Cuando me levanto temprano en la mañana / Me cebo unos mates y riego las plantas / Salgo a la terraza hay un sol que camina / Todo sigue adentro, procesión que lastima / Es la vida / Que me alcanza / Es la vida / Que me alcanza.

Loma Negra había perdido el primer partido de su zona contra River, de visitante. El segundo sería acá en Olavarría y había que levantar cabeza, el rival no parecía tan complicado, un equipo a punto de descender de categoría: Nueva Chicago.

Allá fuimos con mi tío a la tubular más cercana a la Avenida Sarmiento, nunca supe por qué le decían tubulares a esas estructuras sencillas de caños y tablones de madera que perduraron hasta no hace muchos años. El partido fue malo, un cero a cero aburrido. El espectáculo que permaneció en mi memoria y hoy aflora, como si alguna red neuronal de mi cerebro se hubiera destapado de pronto, fue la presencia que impuso la hinchada visitante. Creo que ahí comprendí lo que significaba una barra brava en el fútbol y pude entender la diferencia entre los aficionados que alentaban a Loma Negra y esa especie de seguidores profesionales que venían de Mataderos a sostener, ya no alentar, a un equipo.

A la canción de Mihanocich le habían modificado ligeramente la letra, no dejaron de cantarla en todo el partido: Cuando me levanto temprano a la mañana / Me tomo unos vinos y voy a la cancha / Subo a la tribuna pongo las banderas / Porque Nueva Chicago se queda en primera / Es Chicago / Que se queda / En primera.

¿Cómo puede ser que cuarenta años después haya recuperado esa letra con lujo de detalles?, no lo sé. Pero recuerdo aquella tarde como si hubiera sido ayer.

Creo que pasé gran parte del partido viendo a esos hinchas tomarse un partido de fútbol como si fuera cuestión de vida o muerte. Tal vez lo fuera realmente para ellos. Si estos son así cómo será la hincada de Boca, reflexionaba obnubilado por el espectáculo.

El resultado no le serviría a ninguno de los dos, Loma Negra terminaría pronto su última aventura a nivel fútbol profesional y Nueva Chicago descendería junto a Racing de Avellaneda a la Primera B ese año.

La hinchada de Chicago esa tarde ya lo presentía. No sé por qué maniobra estratégica de la policía, los micros en los que habían llegado a Olavarría habían quedado estacionados sobe Sarmiento a la altura del Prado Español (aunque esta referencia sea, tanto ahora como en el 83, un anacronismo). El recorrido desde Brown hasta España, por la avenida, fue una manifestación de violencia colectiva que nunca pude olvidar. Los barras se esmeraron por no dejar, a lo largo de todo ese trayecto, una sola vidriera sana. Y esto ante la mirada de los policías, que habían formado una especie de cordón, no tanto para proteger a los barras sino a los olavarrienses de ese puñado de porteños que rompían veredas para tener proyectiles y continuar, perseverantes, con su propósito de romper la mayor cantidad de vidrios que pudieran. Los policías permitían esos destrozos, supongo, con el fin de no demorar la partida de los micros, lo imprescindible era que se fueran lo más rápido posible y pisaran la 226 para no volver nunca más.

Es tan rara la memoria, retiene hechos o datos con alguna lógica que ignoramos. Tal vez retenemos los hechos o datos que resultan más útiles a la supervivencia, por eso los retenemos. Heredamos esa condición de nuestros antepasados, que por recordar esos datos y no otros, sobrevivieron a la hostilidad del medio y alcanzaron a reproducirse. No pretende pasar esta reflexión de infundada conjetura.

Aquella tarde, el espectáculo era fantástico, pero debo confesar que yo también tuve miedo, y deseaba que esos salvajes se subieran a los micros lo antes posible y se fueran de una vez.

La prédica con musiquita de Sandra Mihanovich no sirvió de mucho. De la experiencia de Loma Negra en el fútbol profesional apenas quedan anécdotas, recuerdos entrañables, algunos jugadores que tal vez por desidia se quedaron en la ciudad, y la certeza de que no es tan sencillo engatusar a todo un pueblo.

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