Dígalo cantando


Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

No por capricho, la poesía clásica en español recurre con mucha frecuencia al endecasílabo. Los versos de once sílabas se ajustan con perfección a la vocalización de una frase, facilitan la respiración y, si además tienen una buena coordinación entre las sílabas que se acentúan y las que no, permiten versos memorables, como este de Garcilaso, poeta que utilizó por primera vez el endecasílabo en sus poemas:

Hiedra que por los árboles caminas.

O este otro:

Escrito está en mi alma vuestro gesto.

En el que recurre dos veces a la sinalefa para ajustarse a la métrica (la vocal situada al finalizar una palabra se une con la vocal inicial de la palabra siguiente y sólo cuenta como una sílaba).

Resulta tan sorprendente la naturalidad con la que nuestra mente procesa un endecasílabo y nuestras cuerdas vocales lo pronuncian, que la neurociencia, actualmente, intenta determinar por qué razón esta métrica encaja tan aceitadamente con las redes neuronales de nuestro cerebro.

García Márquez construye con endecasílabos muchos de los títulos que dan nombre a sus novelas. Si contamos con atención:

El coronel no tiene quien le escriba.

El amor en los tiempos del cólera.

Crónica de una muerte anunciada.

Son todos endecasílabos. Y todos muy fáciles de decir, salen musicalmente, resultan atractivos al oído. El último contiene un hiato, esto es, lo contrario a la sinalefa, ya que en “de una”, las sílabas se pronuncian separadas a pesar de terminar con vocal y empezar también con una vocal la palabra siguiente. En El amor en los tiempos del cólera puede que haya un error de quien escribe esta nota, error que algún lector perspicaz sabrá señalar.

En Cien años de soledad, y en El otoño del patriarca, García Márquez recurre al octosílabo (otra estructura cómoda y musical al habla).

En el caso de Cien años de soledad, si bien cuenta siete sílabas, se agrega una porque la palabra final es aguda. Esto le da una continuidad o una especie de eco a la frase alargándola un poco.

Y bien, esto es todo por hoy. Nada extraordinario. Simplemente un intento de mantener viva cierta delectación por el ordenamiento cuidadoso de las palabras, una ingenua pretensión de avisarle a los lectores que hubo un tiempo en el que las cosas no solo se decían, sino que se decían bonito. Una actitud de resistencia ante las barbaridades que se escuchan por televisión actualmente. El problema es que se habla como se piensa.

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