Las callecitas de Olavarría

Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)
Prolijas, rectilíneas, limpias, despejadas, incitando a la rapidez con su anchura, inclementes ante el sol, desprotegidas, alentando el vértigo y al mismo tiempo promoviendo el andar cansino, consintiendo casi casi la omnipresencia.
Las callecitas de Olavarría son el mapa de nuestro derrotero, cada esquina nos acerca alguna anécdota, algún recuerdo que parecía perdido. Cada esquina, cada una de sus calles, han sido testigos de instantes fugases e irrecuperables que sumados bosquejan una vida, integrados en el tiempo sostienen este instante que llaman presente pero que no es otra cosa que transición incesante, continuidad insoportable que no nos deja, devenir obstinado que no conduce a ninguna parte.
¿Cuántas veces habré pasado por la avenida del Valle? En bicicleta yendo al colegio, en auto a la facultad y al trabajo. Durante años. ¿Cuántas veces habré doblado esa esquina en la que nos cruzamos un día y decidimos seguir juntos para siempre? ¿Cómo sería el mapa de color de nuestras vidas? Si pudiéramos trazarlo deberíamos darle la razón al General, de casa al trabajo y del trabajo a casa. Una línea de trazo muy grueso que invisibiliza a las otras, a las concebidas por el azar, por el deseo errático, por la necesidad imperiosa de salinos de la rutina, de la repetición acompasada.
Rutina que extrañamos cuando se desdibuja, rutina que cansa pero que también da seguridad y sosiego cuando la incertidumbre nos abruma. Ese ir y venir continuo entre dos polos, esa insoportable sensación de continuo escapar, de oscilación armónica, de movimiento oscilatorio propio de los sistemas físicos de segundo orden. Vamos y venimos de la seguridad que nos da la rutina hacia el hastío de su repetición infinita de espejos enfrentados.
Esa insoportable levedad del ser, diría un eterno candidato a premio Nobel. Esa inconformidad que es insufrible y al mismo tiempo es el motor de nuestras vidas, el impulso que nos empuja a la acción, a algunos les incentiva la creatividad, a otros a dar la vida por una idea, por una religión, por un amor perdido.
Las callecitas de Olavarría tienen un no sé qué, distinto para cada uno de nosotros. Tienen un recuerdo escondido debajo de las baldosas flojas, un grito que se ahoga en una noche fría de dictadura, una musiquita que alguna vez nos emocionó, nos hizo llorar. Rastros de las lágrimas derramadas por aquel amor inalcanzable.
No dejemos de recorrerlas… si sabemos mirar, en ellas se ven nuestras vidas mejor que en ninguna otra parte.
Los comentarios están cerrados.