Sobre premios y tumbas

Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Paradójicamente, el escritor argentino Noé Jitrik murió este 6 de octubre a la edad de 94 años, a la misma hora en que se anunciaba el ganador del premio Nobel de Literatura 2022. Lo de paradójico se sostiene en el hecho que Jitrik era uno de los candidatos a ganarlo. A principios de año, un grupo de intelectuales entre los que se destacan los argentinos Mempo Giardinelli y Luisa Valenzuela, la mexicana Elena Poniatowska y la escritora chilena Diamela Eltit, había postulado la candidatura de Jitrik. La postulación destacaba los méritos de una obra literaria en la que se “ha combinado, de modo seminal y alumbrador, una ética social con un compromiso político”.

Jitrik, autor de una extensa obra literaria que prácticamente abarca a todos los géneros, había viajado a la ciudad de Pereira, en Colombia, para ofrecer una conferencia. No sabremos nunca hasta cuándo, el autor, esperó ese llamado milagroso con la noticia tan anhelada que lo hubiera elevado al pedestal que sólo unos pocos escritores latinoamericanos han alcanzado. No sabremos nunca si la esperanza de recibirlo lo mantuvo con vida unos días más.

El otro candidato argentino, uno que lo viene siendo año a año desde hace mucho tiempo, es césar Aira. El escritor nacido en Coronel Pringles, al igual que el japonés Haruki Murakami, el rumano Mircea Cartarescu, el francés Michel Houllebecq, la canadiense Margaret Atwood y el checo Milan Kundera se han convertido en candidatos eternos.

También pertenecía a esa lista la escritora francesa Annie Ernaux, ganadora justamente del premio en 2022.

El portal de literatura “Interzona”, días antes de conocerse al ganador, afirmaba que “si el año pasado ganó un tanzano, en esta edición es el turno de un europeo; si antes fue un varón, entonces ahora podría ser una mujer, si las últimas premiaciones fueron en su mayoría otorgadas a escritores en lengua inglesa, podría tocarle ahora a un escritor que escribiera en español o francés”.

Evidentemente todos los caminos conducían a Annie Ernaux. Como puede verse, no todo es literario a la hora de otorgarse un premio literario. La academia sueca, empeñada en ser “políticamente correcta”, privilegia un espíritu equitativo por encima de méritos puramente literarios o poéticos.

A los latinos nos dan un premio cada diez o doce años, eso se sabe. Repasemos: Gabriela Mistral en 1945, Miguel Ángel Asturias en 1967 y unos pocos años más tarde, en 1971, Pablo Neruda (un premio por fuera de esa cadencia, posiblemente motivado por otros intereses), García Márquez en el 82, Octavio Paz en el 90 y Vargas Llosa en 2010. El promedio da justamente uno de diez, y también nos permite ilusionarnos con un premio inminente.

Esta distribución por razas o lenguas, por género, por continentes, pone en evidencia ciertas incongruencias que tienen estos premios. Dado que no es posible comparar las obras de distintos autores (para ello sería necesario contar con especialistas que pudieran leerlos en sus lenguas originales a todos ellos), cierto tufillo de arbitrariedad se desprende de las nominaciones de cada año. De cualquier manera todo premio es un disparador de ventas, un mecanismo más de las grandes editoriales para incrementar sus ganancias.

El propio Jitrik nos había adelantado algo respecto a cierta mercantilización excesiva en el terreno de la literatura: “En la actualidad la literatura no estremece nada, el mercado le quitó la sangre”, había declarado unos meses atrás. Y la manipulación de premios obviamente es parte de ese mercado editorial que produjo el desangrado de la literatura. Cada día resulta menos probable que nos encontremos con ese libro que nos va a cambiar la vida, salvo que leamos clásicos, claro. La literatura actual no busca perturbar, apenas se conforma con no irritar a los críticos, nadie se propone publicar para intentar vender millones de ejemplares asumiendo el riesgo que eso implica, por el contrario, la mayoría buscar superar apenas ese umbral a partir del cual un editor los considerará “potables”.

Sería ridículo pensar hoy en escritores que se propongan fundar, con un texto, los pilares de una nación tal como intentaron Sarmiento o José Hernández. Ningún libro actual nos impulsará a salir a luchar por nuestros ideales como ocurrió con Rayuela o con las Venas Abiertas de América Latina. Nadie, con los pies en la tierra, procuraría poner patas para arriba a la literatura como hizo Borges. Ningún buen escritor recorrerá ya decenas de editoriales, al estilo de García Márquez, hasta dar con ese bicho raro que se arriesgue a invertir en un texto como Cien años de soledad. Es más fácil ir a lo seguro, escribir de una lo que el editor está esperando y dejarse de joder.

Lo aclaro por las dudas: Annie Ernaux es una excelente escritora a la que hay que leer. Los doce ensayos sobre Historia Crítica de la Literatura Argentina de Jitrik constituyen una lectura imprescindible.

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