Opinión | Destruir la democracia

Escribe Carlos Julio Paladino


Por Carlos Julio Paladino

No queda otra que convencernos de que no todas las naciones están preparadas para vivir en democracia. Unas aprenden más rápido que otras. Algunas no saben cómo hacerlo; unas no pueden y otras saben y pueden, pero no conviene modificar un sistema plagado de  conveniencias y privilegios. Aún enrostrando unos a otros cuál facción política es más democrática, siguen siendo antidemocráticos. 

Los antidemocráticos, por lo general, son los que usan con más frecuencia la palabra «democracia». La usan hasta el hartazgo. Siempre conviene tenerla a mano. Al  padre de la actual democracia, don Raúl Alfonsín, sus «enemigos» (literalmente) hicieron de su vida un martirio, con invectivas y diatribas de la peor bajeza; sin embargo, a la hora de invocarlo, se forman largas colas para anotarse entre sus discípulos de la primera hora.

¡Cretinos, hipócritas y algo más!. Todos los partidos políticos se confabulan para llevarse «puesta» a la democracia. Legisladores, jueces, cargos gerenciales, concejales, etc, operan  bajo idéntico metier: asignarse buenos sueldos sin necesidad de una pelea intelectual. Se han constituido en un Cuerpo Colegiado a favor del descrédito democrático, si es fatal crucificar sus créditos personales.

Mantener en un todo de acuerdo el tema de los grandiosos beneficios, sin someterlos a refriegas intestinas, es la consigna del consenso. 

Los filósofos de la antigua Grecia, merced a la deducción y la experiencia dejaron abiertas las puertas a los desafíos que enfrentaría la democracia. Platón sugiere a la tiranía como el rasgo de degeneración que surge de la democracia, por las debilidades que concede; » de la extrema libertad surge la mayor y más ruda esclavitud – decía.-  la tiranía , «parece evidente que nace de la democracia»  Aunque, reconocía que un Estado democrático si es bien conducido, ofrece la mejor opción de vida a un hombre libre. Aristóteles es considerado el «padre de la república», creador del sistema republicano. La República es el régimen preferido por el filósofo, porque en él los fundamentos de la democracia; libertad e igualdad encuentra su mejor relación y afinidad. «La democracia tuvo su origen en la creencia de que, siendo los hombres iguales en cierto aspecto. Lo son en todo», dijo el gran Aristóteles. También se acordó de los manipuladores conocidos y por conocer: «La turbulencia de los demagogos derriba los gobiernos democráticos»

Al establecerse la República en Roma, la figura del dictador, adquiere características extraordinarias dentro de la constitución de las leyes dictadas por los cónsules, para ser usada en casos de peligros internos o externos del Estado. Los legisladores tenían competencia para nombrar a un dictador, un ciudadano con mérito demostrado, por un lapso estimado (seis meses) – hasta que el riesgo fuese apaciguado. Es decir, la república de Roma preveía el recurso del dictador en casos excepcionales y de poca duración. Los dictadores romanos forman una exquisita parte de la historia. 

Estamos hablando de regímenes políticos (democracia) que se pierden en el tiempo. lo cual nos induce a creer que esas primeras experiencias deberían haber sufrido una evolución y perfección tal, que hoy nos permitiese disfrutarla en su mejor esplendor. Algo pasó.  La justicia, la libertad y la igualdad, claves insustituibles para la eficiencia democrática vienen acompañadas de permanentes contradicciones. Esas condiciones impostergables, son concesionadas por los privilegiados que ya sabemos. ¿O necesitamos nombrarlos?

En América Latina, parecen haberse concentrado los demagogos y las malas democracias. Algunas excepciones buscan aislarse de esa tendencia de países que miran con beneplácitos culturas autocráticas lideradas por Rusia, China, Corea del Norte y demás. Ya se instalaron cabezas dictatoriales en Cuba y Venezuela, aunque en estas dos no se acaba el aspecto antidemocrático. China y Rusia, por caso,  han evolucionado y van detrás de un capitalismo autárquico y hegemónico que enamora a más de uno. 

Dentro del contexto latinoamericano, Argentina establece características tan incoherentes como antidemocráticas. O, las dos cosas juntas. Aventura plagada de políticas ininteligibles y disparatadas.       

Hablaremos de Sarmiento, aún conociendo la tirria que su nombre despierta en los espíritus populistas. Sarmiento viajó a Estados Unidos en 1847 luego de haber visitado algunos países de Europa que admiraba. Ver el desenvolvimiento del pueblo norteamericano –  a pesar de los conflictos por los que atravesaba -,, conducido por un  estado democrático, lo deslumbró, Se le ocurrió decir:: «Los Estados Unidos son una cosa sin modelo anterior, una especie de disparate que choca a primera vista…era como un animal nuevo producido por la creación política…es el único pueblo del mundo que lee en masa». 

Pensaba que de ese «disparate» algo bueno tenía que salir. «No tienen reyes ni nobles, ni clase privilegiada, ni hombres nacidos para mandar, ni máquinas humanas nacidas para obedecer». Sarmiento, asimismo, se sintió impresionado por la libertad de culto y la tolerancia religiosa, tan fundamentales para el desarrollo norteamericano. Miremos, en tanto, hacia donde apuntaba nuestra América Latina por entonces. El libertador americano Simón Bolívar decía con aire triunfal ; Venezuela ha sido la república americana que más se ha adelantado en sus instituciones políticas, también ha sido el ejemplo más claro de la ineficacia de la forma democrática y federal para nuestros nacientes estados». 

Realidad que difiere de la del otro país, ambos en ciernes de una concreción política definitiva. Concepciones contrapuestas en el mismo continente.  El criterio del país del norte afirma que una gran democracia tiene que progresar, caso contrario no será ni grande ni democracia. Y, mal nos pese, se hicieron grandes haciendo grande su democracia. Fundaron una nación democrática, republicana que nunca padeció un golpe de estado. La ausencia de la institucionalidad democrática en América es evidente.

Entonces, nos preguntamos ¿por qué no restaurar los principios básicos de la democracia, si la experiencia ha concluido en ser el sistema político más apropiado para el desarrollo y grandeza de una nación? Si realmente la intención de nuestras representaciones políticas es ir tras un progreso sostenido en el tiempo, están obligadas a poner un nuevo encanto en el manejo de sus capacidades dirigenciales; más honradez, más desinterés personal, más solidaridad, y mucha más inteligencia para que la democracia no se nos escape de las manos nuevamente El orden tiránico no nace de ciertos efectos positivos de los autócratas, si no del abuso de poder y la demagogia de los demócratas. Hay que poner fin a la corrupción, al patrocinio de los robos prebendarios, al soborno para comprar conciencias, a la elección de incapaces e ineptos que moldeen nuestro destino.

Si no se para de esquilmar al único Estado que tenemos, podemos quedar chapaleando en el barro cenagoso de la dictadura. Dios y los hombres no lo quieran; de eso ya aprendimos bastante y no queremos más.

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