Opinión | Proyecciones e incertidumbres

«Las cartas para octubre ya están sobre la mesa, resta esperar a que de un lado y del otro las tomen, empiecen a orejearlas, se pasen las señas y finalmente hagan su juego», escribe Carlos Verucchi para En Línea Noticias.


Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias ([email protected])

Los matemáticos definen a un sistema como caótico, en oposición a los sistemas deterministas, cuando pequeñas variaciones en los valores iniciales de las variables involucradas pueden conducir a situaciones completamente distintas. A veces, esa característica impide la obtención de modelos matemáticos que puedan predecir con exactitud la evolución de un sistema a partir de ciertas condiciones iniciales.

Pero no siempre los sistemas caóticos resultan totalmente impredecibles. En algunos de ellos es posible establecer por medio de algoritmos complejos, y tolerando cierto margen de error, la evolución futura del sistema. Así, por ejemplo, ocurre con el pronóstico del tiempo. Hoy en día resulta posible conocer la temperatura máxima que deberemos soportar mañana con un margen de error muy bajo. Esto no le quita al sistema su carácter caótico, una tormenta que no había sido anticipada por el algoritmo puede cambiar de un momento a otro las condiciones del sistema y las predicciones sobre la temperatura de mañana resultarán totalmente equivocadas.

Los matemáticos denominan a este tipo de sistemas, como el climático, sistemas caóticos de primer orden. En ellos, las predicciones no interfieren en la evolución.

En los sistemas de segundo orden, por el contrario, una predicción puede influir en la evolución y entonces la predicción se vuelve errónea. Imaginemos por ejemplo que tuviéramos un algoritmo capaz de determinar el precio del dólar para mañana. Si el algoritmo determinara que mañana el dólar subirá un diez por ciento, muchos especuladores saldrían corriendo a comprarlos, provocando, de tal modo, un aumento inmediato en la cotización. Como consecuencia de esto la suba se registraría hoy, no mañana, y ya nadie sabría qué pasará mañana.

Lo mismo ocurre con sistemas más complejos aún como la historia de un país o la política: si alguien hubiera podido predecir que en 1789 se iba a producir una revolución en Francia, la realeza habría tomado recaudos para evitarla y la predicción habría resultado equivocada. Pero no debemos ir tan lejos a buscar ejemplos, hace unos pocos meses, las encuestadoras brasileñas predijeron que Lula ganaría las próximas elecciones. Aunque puede parecer simple, el trabajo de una encuestadora es sumamente complejo: la elección de unos pocos encuestados, de manera tal que sus opiniones puedan luego ser extrapoladas a todos los habitantes de un país, se basa en herramientas estadísticas muy elaboradas. El establishment, ante la certeza de que Lula ganaría, reaccionó y a partir de la aplicación de ciertos artilugios no del todo lícitos evitó que el candidato pudiera presentarse a las elecciones y evitó que se cumpliera la predicción: claro ejemplo de sistema caótico de segundo orden.

En nuestro país, la situación respecto a las elecciones de octubre de este año resulta todavía impredecible. ¿De qué manera las encuestas incidirán en las decisiones del oficialismo y la oposición? ¿Se unirá el establishment, tal como ocurrió en Brasil, para evitar lo que algunos primeros sondeos ya sugieren? ¿O preferirá Durán Barba jugarse a todo o nada contra Cristina e idear él mismo una nueva campaña del miedo para demonizar un probable regreso al populismo?

Detrás de estas decisiones se esconden sofisticados algoritmos de predicción, modelos estadísticos enmarañados, axiomas incomprensibles para un simple votante, y el caos, que de la misma manera que actúa sobre esa pelota que pega en el palo y entra, o pega en el palo y sale, y define el partido y la copa al mejor estilo de piedra papel o tijera, interviene, indefectiblemente, hasta en la elección de un presidente.

Pero si aceptamos este juego de encuestas y de manipulación de sus resultados, y reconocemos el cada vez más influyente poder de los grandes medios de comunicación para orientar a la opinión pública en determinada dirección, cabe preguntarse dónde y cuándo se perdió el espíritu de la democracia, ese sistema que no sin algo de ingenuidad nos pedía simplemente que levantáramos la mano por un candidato o por otro.

Las cartas para octubre ya están sobre la mesa, resta esperar a que de un lado y del otro las tomen, empiecen a orejearlas, se pasen las señas y finalmente hagan su juego. El inconmensurable sistema caótico de segundo orden está lanzado. Sus mecanismos invisibles comienzan a moverse. Pero como en el truco, no siempre alcanza con tener el as de espadas. El arte no está en tener sino en hacer creer, en esconder. El que ligue treinta y tres de mano puede cantar envido y sacar un magro punto, o puede, perfectamente, “irse a la pesca” y definir el partido.

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