Fotos al 100: Olavarría y sus 27 días de cuarentena
Se cumplen este miércoles 27 días de aislamiento social, preventivo y obligatorio decretado por el Presidente Alberto Fernández y el fotógrafo Luis Molina resume, en fotos, como transita este periodo la ciudad.
La ciudad es otra y todos los días cambia un poco más al ritmo de una disposición que busca preservar la salud general de la comunidad.
¿Hasta cuándo? es la pregunta que se repite a diario y aún no tiene respuestas aunque algo está claro: «esto terminará algún día.»
En Línea Noticias eligió algunos fragmentos de la novela de «El Amor en Tiempos de Cólera» de Gabriel García Márquez para acompañar el registro realizado por Luis Molina
«Sus padres y tres hermanos fueron separados y puestos en cuarentena individual, y todo el barrio fue sometido a una vigilancia médica estricta. Uno de los niños contrajo el cólera y se recuperó muy pronto, y toda la familia volvió a casa cuando pasó el peligro. Once casos más se registraron en el curso de tres meses, y al quinto hubo un recrudecimiento alarmante, pero al término del año se consideró que los riesgos de una epidemia habían sido conjurados. Nadie puso en duda que el rigor sanitario del doctor Juvenal Urbino, más que la suficiencia de sus pregones, había hecho posible el prodigio.» García Márquez
«Desde que se proclamó el bando del cólera, en el alcázar de la guarnición local se disparó un cañonazo cada cuarto de hora, de día y de noche, de acuerdo con la superstición cívica de que la pólvora purificaba el ambiente. El cólera fue mucho más encarnizado con la población negra, por ser la más numerosa y pobre, pero en realidad no tuvo miramientos de colores ni linajes. Cesó de pronto como había empezado, y nunca se conoció el número de sus estragos, no porque fuera imposible establecerlo, sino porque una de nuestras virtudes más usuales era el pudor de las desgracias propias.» García Márquez
«Encerrado solo en un cuarto de servicio del Hospital de la Misericordia, sordo al llamado de sus colegas y a la súplica de los suyos, ajeno al horror de los pestíferos que agonizaban por los suelos de los corredores desbordados, escribió para la esposa y los hijos una carta de amor febril, de gratitud por haber existido, en la cual se revelaba cuánto y con cuánta avidez había amado la vida. Fue un adiós de veintle pliegos desgarrados en los que se notaban los progresos del mal por el deterioro de la escritura, y no era necesario haber conocido a quien los había escrito para saber que la firma fue puesta con el último aliento. De acuerdo con sus disposiciones, el cuerpo ceniciento se confundió en el cementerio común, y no fue visto
por nadie que lo amara.» García Márquez
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