La mecánica de los libros

Escribe Carlos Verucchi.


Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

De a poco, la literatura, se ha ido convirtiendo en una disciplina sólo para especialistas. Lo que alguna vez fue un mero divertimento para espíritus ociosos, es hoy un sofisticado intento de modelar algo que ―como de antemano se sabe―, no admite modelos en virtud de su carácter caótico: la realidad. Lejos de pretender invalidar este nuevo rol que asume la literatura (no por imposible el intento de hallar un patrón en el caos deja de ser un desafío fascinante), debemos entender esa evolución como síntoma de vitalidad y superación. Esto no impide, sin embargo, reconocer que lo esencial de la literatura en sus comienzos, ―contar historias― se convirtió en lo menos importante, en algo trivial, algo que algunos escritores llaman “la anécdota”, casi despectivamente.

La literatura perdió su carácter épico. Lo épico, en la literatura actual, es cursi, anacrónico, berreta. Al menos lo que tradicionalmente se entendía por épico, aclaro esto antes de que alguien me avise que en realidad la épica en ciertos casos sigue estando pero de un modo más sutil, más imperceptible.

A tal punto la literatura se ha convertido en una disciplina para especialistas que para ser escritor, ahora, es necesario haber pasado por la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA o de alguna otra universidad prestigiosa y haber cursado carreras que antes estaban pensadas para dar clases en un secundario o para escribir reseñas en los diarios y revistas.

Pero hay un atajo para aquellos que no pudieron alcanzar el aval que otorga la licenciatura en letras. Ese atajo es el taller literario. Y tanto más eficaz es el atajo en la medida que sea dictado por alguna de las personalidades literarias que han sabido construir, con mayor acierto, una prestigiosa imagen como docentes.

No insistiré en el inútil capricho de vilipendiar a los talleres literarios de escritores que, después de haber publicado una novela que vendió 300 ejemplares, se permiten el jactanciosa atributo de la docencia. Esa crítica es ya un lugar común en esta columna.

Hoy, por el contrario, me permitiré la contradictoria exaltación de un taller que, por su carácter pionero y su iniciación a contramano de cualquier canon o moda, se ha ganado el respeto de todo el ambiente literario nacional. Hablo del taller de Liliana Heker, claro. Taller que abre sus puertas no sólo a aquellos que pueden permitirse pasar una temporada en Buenos Aires sino también ahora ―y en este caso sí en sintonía con la moda―, de manera virtual a través de un texto que seguramente pasará a la historia como un clásico de la creación literaria.

Tuve mi ejemplar de “La trastienda de la escritura” en mi mesa de trabajo desde que se publicó, a fines de 2019, hasta hace unos pocos días. Esperando, y al mismo tiempo saboreando, de antemano, unos apuntes que siempre supe no iban menos que a fascinarme. El ensayo de Heker, publicado por Alfaguara, reúne notas, críticas y lecciones que la autora ha ido recopilando a lo largo de su extensa carrera como escritora y coordinadora de talleres.

Liliana Heker pertenece a la generación de escritores que se iniciaron en los difíciles años 60 y 70. Generación de escritores que se formaron no en las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras sino en las mesas de café, en barricadas intelectuales desde las que se resistía a alguna dictadura, en las páginas prohibidas de semanarios que unos pocos alcanzaban a leer en la medida que lograran escapar a la censura. Liliana Heker pertenece a la generación de los escritores que ponían el pellejo en cada frase, de los que dormían con la incertidumbre de no saber a qué hora una patrulla podría entrar a su casa para llevárselos.

Comenzó muy joven a trabajar con Abelardo Castillo y su esposa, Silvia Iparaguirre, maestros a los que sigue reconociendo como aquellos que en gran medida influyeron en ella. Contribuyó, siendo casi una adolescente en revistas legendarios como “El grillo de papel” o “El escarabajo de oro“, recorrió un extenso y prolífero camino por la novela y el cuento.

En “La trastienda de la escritura” Heker se desnuda. Nos muestra sus secretos y la génesis de sus textos más emblemáticos. Sin egoísmos descubre el trasluz de sus argumentos literarios, ofrece, con infinita generosidad, el secreto de su arte.

Llama la atención la versatilidad de su enseñanza si consideramos sus discípulos más encumbrados: Guillermo Martínez, Pablo Ramos, la recientemente premiada Samanta Schweblin, entre otros. ¿Qué tienen todos ellos en común? Tal vez no mucho, sí el respeto por la profesión y la debilidad por el desafío de poner, con cierto arte, una palabra atrás de otra.

Pero basta de palabras, vamos a los hechos, “La trastienda de la escritura” es, y será cada vez más conforme pasen los años, el recodo en el que el sabio de la tribu se dispone, magnánimo y locuaz, a revelar el secreto de su arte. El libro se inicia con una serie de textos breves agrupados bajo el título de “Gajes del oficio”. A través de ellos, la autora, irradia parte de la mística que subyace a todo procedimiento creador, el tema para un cuento, la página en blanco, la máquina de escribir. La segunda parte, Alquimia, ofrece una ayuda inestimable para decidir sobre cuestiones de estilo, quién debe ser el narrador y cómo se construye un narrador adecuado para cada situación, la utilidad de la primera o tercera persona, los requisitos de diálogos bien construidos, la sintaxis. En la tercera parte se dedica a desmenuzar el procedimiento creador que dio origen a cuentos famosos como “Cuando todo brille” o “La llave” mientras que en la cuarta parte del texto se ocupa de algunas de sus novelas. “La trastienda de la escritura” es un manual y también un aliciente para todos aquellos que quieran iniciarse en el mundo de la literatura. Sus capítulos, más que capítulos, son lecciones que conviene estudiar y releer, no solo para aprender un oficio sino ―y tal vez sea este el punto más importante―, para honrarlo.

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