Libros | La peor astilla del comandante

Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)
A raíz de la epidemia que nos azota (en rigor de verdad debería decir pandemia y aceptar de una vez por todas que una de las características fundamentales de la posmodernidad es la grandilocuencia), Cuba, y en especial sus médicos, han alcanzado gran notoriedad a escala mundial por estos días.
Si hay algo que ha hecho bien la Revolución Cubana ha sido mantener bien en alto sus ideales fundacionales. La abnegación y el espíritu de sacrificio que cultivaron los barbudos en la Sierra Maestra permanecen, más de medio siglo después, con plena vigencia, ya no como imperativo bélico sino como motivación humanitaria hacia todo el mundo. La intromisión solidaria de médicos cubanos en distintos países, que perfectamente podría ser considerada como una acción impostada y publicitaria para los más desconfiados, nos remite indefectiblemente, una vez más, a la vieja disyuntiva que nos pide definirnos entre la indulgencia y la condena lisa y llana al régimen impuesto en la isla en 1959.
A propósito de esta nueva entrada en escena de un pueblo que en otros tiempos constituyó un faro para todas las juventudes del mundo, y perplejos ante algunas declaraciones vergonzantes de pseudos periodistas y políticos incalificables, nos nace, sin duda por la naturaleza de esta columna, la necesidad de buscar respuestas en la literatura.
Sin pretender hacer un sondeo sobre las apologías y rechazos que despierta la Revolución entre los intelectuales del mundo actual (los cuales en general, aunque en menor medida que en otros tiempos, siguen adhiriendo a la Revolución), nos remitiremos a un caso puntual que de algún modo nos toca de cerca a los argentinos.
En 2016 se publicó póstumamente la novela “33 revoluciones”, del cubano Canek Sánchez Guevara, quien había muerto unos pocos meses antes, a los 40 años, a raíz de una complicación sufrida durante una cirugía cardiovascular. Con la monótona cadencia de un disco de 33 revoluciones por minuto, la novela sigue el día a día de un oficinista que pasa sus horas de hastío en una isla caribeña. Los habitantes del lugar se sienten abrumados y al mismo tiempo vencidos por la escasez de alimentos, por el aparato burocrático que los somete (que derriba de raíz cualquier intento de escapar al destino que el sistema eligió para ellos) y, sobre todo, por el discurso de disco rayado que repiten todos sistemáticamente dando muestras de una excelente y políticamente recomendable permeabilidad ante el adoctrinamiento oficial. El personaje, impotente ante una situación que en apariencia no le ofrece salidas, se consuela viendo todas las noches cómo los balseros improvisan elementos de navegación precarios y se largan a una aventura que, en la mayoría de los casos, los convertirá en alimento de tiburones. Una despiadada crítica, en definitiva, al régimen cubano y a la vida en la isla.
Sánchez Guevara no será el primero ni el último escritor que se muestra crítico con el régimen cubano. La publicación de su novela, además de por su calidad literaria, produjo una gran conmoción por la sencilla razón de que el autor es nada más y nada menos, tal como posiblemente el lector haya sospechado a raíz de su segundo apellido, nieto del Che Guevara e hijo de Hilda Guevara, o Hildita, tal como su padre la llamó en aquella famosa carta de despedida dirigida a sus hijos antes de partir en secreto hacia Bolivia.
El texto de Sánchez Guevara tiene un valor literario innegable. Es efectivo en su propósito de crear una atmósfera que se impone por su carácter asfixiante, aplastante, resume en el personaje principal años de claudicaciones y desesperanzas de una población que en su mayoría no conoce otra cosa que la Revolución, y que fue educada y formada, tal como afirmó Fidel Castro después de la muerte de su lugarteniente, “en el espíritu del Che”.
¿Cuál es el precio que hay que pagar por ser distinto en este mundo globalizado? ¿Qué sería la Revolución sin el bloqueo? ¿Podría subsistir la Revolución sin el bloqueo? Como ese soldado japonés que permaneció escondido en la selva sin haberse enterado que la Segunda Guerra Mundial había terminado hacía treinta años, Cuba y Estados Unidos mantienen una disputa que sólo tiene razón de ser en la trama de una ucronía en la que el muro de Berlín permanece incólume. No se apure, estimado lector, a tildarme de ingenuo, entiendo que había intereses que iban más allá de la Guerra Fría y que quedaban enmascarados detrás de ella, y que aún siguen vigentes.
La paranonia desatada a nivel mundial por el virus nos hace ver enemigos por todas partes. Más allá de presuntos intereses vinculados con el espionaje o con la divulgación de determinadas posturas políticas, los cubanos tienen una gran tradición en la práctica de asistencia humanitaria en situaciones de emergencia. No es sólo ese espíritu solidario, resultado de una concepción social muy diferente a la cultivada en los países capitalistas, lo que autoriza la movida de los médicos cubanos. También lo son un sistema médico y educativo de excelencia, que pone a Cuba en lo más alto de América en calidad de vida (ponderada a través de indicadores como la mortalidad infantil, la esperanza de vida o el nivel de alfabetización) y una extensa experiencia en el desarrollo de herramientas terapéuticas para hacer frente a situaciones como las que vive hoy el mundo.
Por eso, si nos apuran, saldremos a defender a muerte a los médicos cubanos y a su desdichado país, levantaremos más que nunca las banderas de la igualdad y la solidaridad, y si alguno de ellos pretende darnos una lección de marxismo o de cualquier otra doctrina filosófica escucharemos atentos, siempre es posible aprender algo más y, en definitiva, cualquier cosa será mejor en esta cuarentena que la influencia perniciosa de las series de Netflix.
Como rudimentarios aprendices de autor de reseñas literarias recomendamos los textos de Canek Sánchez Guevara. Como nostálgicos de lo que no fue y enemigos del oportunismo hubiéramos preferido que las firmara con el más modesto y anónimo Canek Sánchez. ¿Qué necesidad había de utilizar ese segundo apellido con fines mercantiles?
Si querés que el estado se haga cargo de todas tus necesidades andate a vivir a Cuba, vociferaba tiempo atrás un inefable defensor de la política económica impulsada por el gobierno de Macri. Tal vez otro efecto colateral de la pandemia sea la facilidad con la que nos permite diferenciar entre un hombre de verdad y un simple y vulgar pelotudo.
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