Libros | Las nuevas formas de la vida social

Escribe para En Línea Noticias Carlos Verucchi


Más de once millones de argentinos ingresan cinco veces o más, por día, a las redes sociales, afirma Mariana Moyano en su ensayo “Trolls S. A.”, publicado recientemente por Planeta. La autora estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires, es periodista y docente de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la UBA y ha trabajado en medios como Clarín, Radio Del Plata, Canal 9, Canal 7, Radio Nacional y AM 530, entre otros.

En su nuevo ensayo, subtitulado “La industria del odio en Internet” intenta abordar y comprender un fenómeno del que todavía no hemos tomado verdadera dimensión. “¿No es rarísimo que hayamos permitido un experimento social a gran escala (probablemente el experimento social más grande la humanidad) y más de 4000 millones de personas nos entreguemos a probar qué pasa si pasamos nuestra vida social a un sistema de plataforma on-line?”, se pregunta a modo de introducción a su estudio y también como advertencia por lo que puede derivar de este novedoso mecanismo de comunicación.

Pero más allá del posible riesgo que entrañe dejar de juntarnos en el bar a tomar un trago o invitar al vecino a tomar unos mates y dedicar ese tiempo a las redes sociales, a la autora le interesa particularmente la relación entre dichas redes y la política. Sobre todo cómo han cambiado las estrategias electorales desde que existe Facebook o Twitter. Muchos son los que consideran que Barack Obama fue el primer político que entendió el potencial que encerraban las redes como mecanismo para llegar al poder. Y esa capacidad para ver antes que nadie ese potencial le valió la  presidencia de Estados Unidos. Del mismo modo, no son pocos lo que definen a Donald Trump como el troll perfecto, esto es, alguien que entendió y llevó a un extremo cierta metodología de intervención en las redes sociales que buscan enredar los argumentos esgrimidos por otros o, en términos más futboleros, ensuciar la cancha. Pero más allá de esto, no deja de ser un hecho curioso que los dos últimos presidentes del país más importante del mundo hayan buscado en las redes sociales la estrategia para ganar elecciones.

Todos los amantes de la literatura nórdica y los lectores de J. R. R. Tolkien saben qué es un Troll. Un Troll es un ser enorme, con una fuerza desmesurada pero con una inteligencia muy reducida. “Su aspecto de bestia, su altura de casi tres metros, su cara tosca y desagradable se asociaban a un carácter antisocial, peleador y tonto, que asolaba los caminos molestando y atacando a los viajeros”, si atendemos a la definición de la propia Moyano.

El rol de los Trolls en las redes sociales es, justamente, entorpecer. Intervenir en conversaciones para sacarlas de contexto o para intentar rebatir un argumento con datos falsos, cuando no con descalificación o insultos. Tergiversar, ensuciar, desnaturalizar, pero sobre todo evitar cualquier intercambio de opiniones que intenten sostenerse en argumentos racionales o hilvanar, con herramientas dialécticas básicas ―al menos― un diálogo civilizado. El troll rompe con impunidad al tuitero reflexivo, y por otra parte resulta completamente inmune al agravio o al silencio. Precisamente, su accionar está concebido para salir indemne de disputas álgidas, no escarmienta con el desdén con el que suelen responderle, por el contrario, vuelve una y otra vez a la carga para erosionar, para desgastar y socavar a fuerza de infamias todo discurso racional.

Hecha la ley, hecha la trampa, dicen. El potencial genuino de las redes para hacer conocer una plataforma política apenas duró una elección. En la siguiente aparecieron los Trolls con el fin de neutralizar esa capacidad o, aún peor, volcarla en favor de aquellos cuya inspiración política se basa en el viejo axioma “a río revuelto, ganancia de pescadores”. Tal vez por esa razón, durante los últimos años, haya tomado tanta notoriedad el “ejército de Trolls” con el que el jefe de gabinete del gobierno de Macri, Marcos Peña Braun, intenta convencer a la opinión pública, desplazando de esta manera a los famosos y caídos en desgracia “punteros” que dominaban ante la escena política.

Trolls S. A. es un interesante ensayo que permite ingresar en un mundo que, para aquellos que crecimos escuchando Radio Colonia y esperando a que llegara la revista Lupín al quiosco de la esquina, puede ser enigmático y difícil de entender. Pero al mismo tiempo es un intento por descubrir las nuevas formas de la política, para estar prevenidos, para resistir al engaño y a la mentira artera. Inclusive, ¿por qué no?, para aprender a huir a tiempo de las redes.

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