A 175 años de la muerte de San Martín: enfermo, casi ciego y a once mil kilómetros de la tierra que liberó
Lúcido hasta el final, San Martín pasó sus últimos días en una casa de Boulogne-Sur-Mer, Francia, a diez cuadras del mar.
Por Gabriel Esteban González

El general José Francisco de San Martín y Matorras llegó a la villa veraniega de Boulogne-sur Mer, frente al Canal de la Mancha y a trescientos kilómetros de París, sabiendo que allí pasaría sus últimos días. Con su hija Mercedes, su yerno Mariano Balcarce y sus dos nietas -María Mercedes y Josefa Dominga-, habían dejado los alrededores de París donde vivió desde 1835, ahuyentados por los coletazos de la de la Revolución de febrero de 1848 que había derrocado al rey Luis Felipe I.
Tenía 71 años cumplidos el 25 de febrero y su cuerpo le pasaba factura por mil batallas y travesías. Desde la campaña libertadora de América -oficialmente comenzó el 17 de enero de 1817 en Mendoza- nuestro máximo prócer padecía de gota, reuma, asma, tuberculosis y una úlcera gástrica crónica que le provocaba constantes hemorragias. Poco antes de dejar París, Mercedes lo convenció para posar ante un daguerrotipista; de esa sesión surgió la única imagen real del Libertador, enjuto, serio, con el cabello cano. Ese pequeño daguerrotipo (12 x 10 centímetros) hoy se encuentra en el Museo Histórico Nacional.
En los últimos años padeció cataratas que prácticamente lo habían dejado ciego. Eso no fue un obstáculo para seguir cultivando su pasión por los libros; cuando ya sus ojos se lo impidieron, Mercedes, sus nietas o Eusebio Soto -el fiel sirviente peruano que lo acompañaba desde 1822 cuando se instaló en Lima- se encargaban de leerle en su habitación. Eso sí, el último año de su vida su profusa comunicación epistolar dio un vuelco porque ya no podía escribir y le dictaba a quienes también le leían.
Perder la vista fue un duro golpe para San Martín, amante de la lectura en los tres idiomas que hablaba con fluidez: castellano, francés e inglés. Después de consultar a varios oculistas, sin grandes esperanzas, se animó a una operación que no obtuvo el resultado deseado, que era poder leer por sí solo. Porque hasta su muerte el general mantuvo su lucidez.
Precisamente los libros fueron decisivos para mudarse a la casa de la Grande Rue 105 (hoy 113), en el centro de Boulogne-sur-Mer y a unas diez cuadras del mar. En la planta baja había una biblioteca, además de los muchos libros que llevó desde París. El general y su familia vivieron en la segunda planta y pese al dolor que le causaba subir y bajar las escaleras -ayudado, ya no podía solo- no se resignaba a perder los paseos por el jardín.
Esa casa fue adquirida por el Estado argentino en 1926; actualmente está abierta al público y en ella se exhiben pertenencias del prócer. En cambio, los muebles de su habitación se encuentran en una sala especial en el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires, en Parque Lezama: una humilde cama de hierro con dosel; una mesita de luz; un lavabo; un armario-escritorio; una mesa de centro; un sofá estilo Imperio, cinco sillas y dos sillones.
Cerca del final
Ni los medicamentos ni las dosis de láudano (opio) que le daban los médicos lograban calmar el dolor de su cuerpo. Por si fuera poco, en 1849 hubo un brote de cólera en Boulogne-sur-Mer y San Martín fue uno de los afectados. Solo los baños termales eran un alivio para ese cuerpo flagelado por el reumatismo. Por eso en junio de 1850 se animó a un viaje -sería el último- hasta las termas de Enghien-les-Bains, en las afueras de París. Pero esta vez la mejoría fue mínima y San Martín volvió a la casa de la Grande Rue peor que en su partida.
El 6 de agosto fue la última vez que bajó las escaleras para su paseo habitual, y la noche del 13 pareció que sería el final porque no paró de quejarse de los dolores y la fiebre. Se dice que entonces le comentó a su hija Mercedes: “C’est l’orage qui mène au port” (“Es la tormenta que lleva al puerto”), consciente de que la vida se le estaba escapando.
Sin embargo, el viernes 16 -como suele suceder cuando la muerte está próxima- tuvo lo que parecía un milagro: amaneció de buen humor, locuaz y cariñoso con quienes lo rodeaban.
El sábado 17 también se despertó de buen ánimo y con ganas de informarse. Eusebio lo ayudó a vestirse como cada mañana, se sentó en el sillón de su cuarto, Mercedes le leyó los diarios, almorzó frugalmente -en realidad, como lo hizo durante toda su vida- hasta que a las dos de la tarde los dolores de estómago reaparecieron y se doblaba en gritos. Pese a que el doctor Joseph Jardon, su médico, estaba en la casa, el desenlace fue muy rápido y sin agonía.
Tal vez las que hayan sido sus palabras finales fueron para su yerno, Mariano Balcarce, al que le pidió que lo llevara a su cama para que Mercedes no lo viera morir. Además de la familia y el doctor Jardon, en la casa estaban Juan Pedro Darthez -amigo del general- y Francisco Javier Rosales, encargado de negocios de Chile en Francia.
Padre de la Patria que estás en el bronce
El delgado cuerpo de San Martín fue velado en la casa de la Grand Rue todo el domingo 18 y el lunes 19. Los vecinos, que lo admiraban, apreciaron que sobre el pecho tenía un crucifijo. Y al amanecer del martes 20, un carruaje recorrió los cuatrocientos metros hasta la iglesia de Saint-Nicolas cargando el sencillo féretro, donde la familia y un puñado de amigos participaron de un rezo.
Minutos después el carruaje trepó el empedrado hacia la cercana Catedral de Notre-Dame de Boulogne donde los restos de San Martín fueron depositados en una bóveda, hasta que, según pidió él, fuera llevado a Buenos Aires. La chapa en la bóveda resumía: “José de San Martín, guerrero de la Independencia argentina; Libertador de Chile y del Perú. Nació el 25 de febrero de 1778 en Yapeyú, provincia de Corrientes, de la República Argentina; falleció el 17 de agosto de 1850, en Boulogne Sur Mer, Pas de Calais, Francia”.

La distancia entre Boulogne-sur-Mer y Buenos Aires es de alrededor de 11 mil kilómetros y una travesía marítima podría demandar unas seis semanas. Sin embargo, los restos del Libertador tardaron casi treinta años en volver a la Patria. Por desavenencias políticas, internas, celos y burocracia, recién el 28 de mayo de 1880 San Martín regresó a su tierra natal, esa por la que tanto luchó y en la que apenas vivió 17 de sus 72 años cinco meses y 23 días, incluyendo los seis de su infancia en Yapeyú, Corrientes. Sus restos descansan en la Catedral Metropolitana de Buenos Aires.
Ni Mercedes Tomasa San Martín y Escalada, ni sus hijas -María Mercedes Balcarce y San Martín y Josefa Dominga Balcarce y San Martín- abandonaron territorio francés. La esposa del Libertador se radicó en Brunoy, al sur de París, junto a su hija Josefa, donde murió en 1875, a los 58 años; quince años antes había fallecido -muy joven, a los 26- la primogénita María Mercedes, en París. En tanto que Josefa Dominga -quien se casó con un diplomático mexicano- se consagró a preservar la memoria de su abuelo y a tareas solidarias, al punto que durante la Primera Guerra Mundial su hogar se transformó en un hospital de campaña. Murió a los 87 años, en 1924 en Brunoy donde una calle lleva su nombre en reconocimiento a su labor por el prójimo.
Ninguna de las hermanas fue madre por lo que San Martín no tuvo bisnietos y Josefa Dominga fue su última descendiente directa.