Dos Corazones Santos

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La imagen del Sagrado Corazón de Jesús nos recuerda el núcleo central de nuestra fe:
todo lo que Dios nos ama con su Corazón. Jesús tiene un Corazón que ama sin medida, y
tanto nos ama, que sufre cuando su inmenso amor no es correspondido. Todos los días
podemos acercarnos a Jesús o alejarnos de Él. De nosotros depende, ya que Él siempre nos
está esperando y amando. El gran amor que Él nos tiene nos lo ha demostrado entregándose a
la muerte por nosotros, quedándose en la Eucaristía y enseñándonos el camino a la vida
eterna.
Decía el papa Benedicto XVI: – “El Corazón de Jesús es traspasado por la lanza.
Abierto, se convierte en fuente; el agua y la sangre que brotan se refieren a los dos
sacramentos fundamentales de los que vive la Iglesia: el Bautismo y la Eucaristía”. Y en
papa Pío XII subrayaba la importancia de esta devoción: “Son verdaderamente
innumerables todas las bendiciones que, desde el Cielo, la Devoción al Sagrado Corazón de
Jesús derrama sobre las almas de los Fieles, purificándolas, llevándoles un grato consuelo
celestial y exhortándolas a alcanzar todas las virtudes” .
Honramos al Corazón de Jesús y el de su madre, María. Fue en Fátima, donde la
Virgen manifestó a los niños que Jesús quiere establecer en el mundo la devoción a su
Inmaculado Corazón como medio para la salvación de muchas almas y para conservar o
devolver la paz al mundo. Como remedio a los males actuales, la misma Virgen nos ofrece su
Corazón Inmaculado, que es ternura y dulzura, pero también exigencia de oración, sacrificio,
penitencia, generosidad y entrega. No basta el culto; hay que imitar sus virtudes. El Corazón
de María es nuestro consuelo. Llora con nosotros, sufre con nosotros nuestro mismo dolor,
está con nosotros, tratando de que superemos la depresión de vernos solos y abandonados en
el sufrimiento y en el dolor, especialmente en esta época de angustia, vacío y ansiedad.
Siempre nos queda su Corazón, sus brazos acogedores maternales que llevan nuestra misma
carga, haciéndola ligera. Y Jesús, amando a su Madre, para hacer ligera la carga de Ella, la
lleva con Ella y con nosotros, y nos dice: «Venid a Mí todos los que estáis cargados y
agobiados, y yo os aliviaré, porque mi yugo es suave, y mi carga ligera» (Mt. 11,28).
Todos los hombres hemos sido engendrados en el Corazón Inmaculado de
María: «Mujer, he ahí a tu hijo» (Jn 19,26. San Juan nos representaba a todos, allí, al pie de la
cruz redentora. Porque amó mucho mereció ser Madre de Dios y atrajo el Verbo a la tierra;
con sufrimiento y con dolor, ha merecido ser Madre nuestra. Dios le ha dado Corazón de
Madre para que con él ame a todos y cada uno de los seres humanos los de hoy, los de ayer
y los de mañana. En esos dos Corazones Santos está escrito nuestro nombre,
celebremos esta realidad de gracia en lo cotidiano.
(*) Angélica Diez, Misionera de la Inmaculada Padre Kolbe, Olavarría.

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