Epifanía, en búsqueda


La fiesta de la Epifanía es una de las más antiguas de la Iglesia, muy probablemente la segunda después de la Pascua. Se inició en Oriente y luego pasó a Occidente, alrededor del siglo IV. La Epifanía es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo. En los  “magos”, representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el Evangelio ve las primicias de las naciones que acogen, por la Encarnación, la Buena Nueva de la salvación.

             San Pedro Crisólogo reflexionaba  sobre esta solemnidad: «Hoy los Reyes Magos miran con profundo asombro lo que ven: cielo en la tierra, tierra en el cielo, hombre en Dios, Dios en el hombre, aquel al que todo el universo no puede contener ahora encerrado en un cuerpo diminuto. Al mirar, creen y no cuestionan, como sus dones simbólicos dan testimonio: incienso para Dios, oro para un rey, mirra para quien va a morir”,

            El Papa Pío XII, el 6 de enero de 1957, invitaba a  los fieles a dirigir la mirada al Niño Jesús, que: «como llamó a los Magos de Oriente, sigue invitando a los hombres de todas razas a la plenitud de la felicidad mediante el conocimiento de la verdad y el amor al bien”.          Juan Pablo II durante la misa del 6 de enero de 1985  decía: “… miremos a Dios, a ese Dios que es invisible, aunque se revela a través de lo visible. Los tres Reyes Magos fueron llamados a ser testigos de esto: Dios se reveló como hombre, se hizo hombre».

            El Papa emérito Benedicto XVI   expresaba su admiración: “El nuevo Rey ante quien se postraron los  Reyes en adoración, era muy diferente de lo que esperaban. Así que tuvieron que aprender que Dios es diferente a como nos lo solemos imaginar”.

            Celebrando la  Solemnidad  de  la  Epifanía  nos  acercamos como  familia  creyente  a mirar, contemplar  y  adorar reflexionando junto al  papa  Francisco: «Nos hemos replegado demasiado en nuestros mapas de la tierra y nos hemos olvidado de levantar la mirada hacia el cielo. […] Para recuperar este deseo, necesitamos  imitar a los Magos, antes de nada, poniéndose en camino como hicieron ellos. (…) «La fe no es una armadura que nos enyesa», sino «un viaje fascinante, un movimiento continuo e inquieto, siempre en busca de Dios, siempre con el discernimiento». (…)  «Tendremos la certeza, como los Magos, de que, incluso en las noches más oscuras, brilla una estrella. Es la estrella del Señor, que viene a hacerse cargo de nuestra frágil humanidad. Caminemos a su encuentro. El mundo espera de los creyentes un impulso renovado hacia el cielo».

            (*)  Angélica  Diez, Misionera  de la  Inmaculada  Padre  Kolbe, Olavarría.

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