La estupidez más grande

Carlos Verucchi para En Línea Noticias.


Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Aprovechando que este año se cumplirá el aniversario treinta de la Guerra de Malvinas, Editorial Sudamericana acaba de publicar “La Trampa”, una nueva mirada al encadenamiento de malos entendidos y decisiones descabelladas que concluyeron en la invasión a las islas.

Juan Bautista “Tata” Yofré, además de contar con un archivo excepcional sobre la guerra, se vale de conversaciones informales con los protagonistas para tejer el entramado de circunstancias que nos arrojaron al abismo.

Todo comenzó cuando Roberto Viola ejercía la presidencia. La Junta Militar, máxima autoridad nacional en virtud de las disposiciones del famoso Proceso de Reorganización Nacional, estaba constituida por Reinaldo Galtieri (Ejército), Jorge Issac Anaya (Armada) y Basilio Lami Dozo (Fuerza Aérea).

El gobierno de Viola caminaba por la cornisa dada la situación económica desastrosa a la que las políticas neoliberales del inefable Alfredo Martínez de Hoz habían conducido. El descrédito al gobierno militar, tanto en el frente interno como en lo que se observaba desde afuera, tocaba su piso. Galtieri pretendía reemplazar a Viola argumentando problemas de salud en el presidente. Para eso necesitaba consenso entre los comandantes de las FFAA y entonces Anaya decide dar su gran paso.

La Armada había sido históricamente la más crítica en relación con las Malvinas. A diferencia de las fuerzas de aire o tierra, los marinos tenían conciencia permanente de esos usurpadores con los que se chocaban cada vez que salía hacia los mares del Sur. “Yo te puedo apoyar”, dijo Anaya a Galtieri, “pero me gustaría charlar sobre un plan que tenemos desde hace tiempo”.

El pacto se consumó, Anaya apoyaba la destitución de Viola y el ascenso de Galtieri con el compromiso de éste último de tomar las islas.

Galtieri viajó a Estados Unidos con el fin de “sondear” cuál sería la reacción de los norteamericanos si se producía la invasión, se trajo una sensación equivocada. Erróneamente ―tal como se vería más tarde―, pensó que Argentina podría contar al menos con la neutralidad de aquel país.

Por otra parte, a Galtieri no le desagradaba la idea de la recuperación de Malvinas, pensaba que la acción militar afectaría positivamente la imagen de su gobierno y con suerte el Proceso podría completar un par de años más en el poder.

El plan original para tomar las islas era el famoso D+5. Esto significaba desplazar una flota lo suficientemente numerosa como para tomar las islas sin riesgo de bajas (sobre todo se pretendía que no hubiera bajas británicas ni civiles), luego esperar cinco días, y retirar hacia el continente el grueso de la flota dejando en las islas una pequeña guardia para evitar una reacción de los pobladores. De esta manera, si el gobierno Británico enviaba una flota para recuperar las islas (posibilidad que de acuerdo a las previsiones de las FFAA tenía muy bajas chances de implementarse teniendo en cuenta el alto costo de la misión, la crisis económica que atravesaba el gobierno de Margaret Thatcher y la escasa importancia estratégica del territorio perdido) se le permitiría recuperar las islas sin enfrentamientos armados.

Desde el balcón de la Casa de Gobierno, creyéndose la reencarnación de Winston Churchill, Galtieri se dejó conmover por el pueblo argentino que lo vivaba. Envalentonado, pronunció el famoso “si quieren venir que vengan, les ofreceremos batalla” y se metió en un callejón sin salida. El D+5 hubiera sido deshonroso después de semejante arenga. Consultado Anaya, aseguró que su fuerza podía retener a la flota británica sobre un radio suficientemente alejado de las islas.

Todo salió mal, lo norteamericanos no fueron ni siquiera neutrales, los ingleses mandaron su flota, las negociaciones diplomáticas fracasaron. Las hostilidades comenzaron el primero de mayo, el dos de mayo un submarino nuclear hundió el Crucero General Belgrano. La flota tuvo que replegarse y ocupar una zona no muy profunda bien cercana a las islas. La resistencia naval que había asegurado Anaya duró doce horas.

El bochorno era inevitable.

“Véanle el lado positivo”, dijo una alta autoridad del gobierno norteamericano, “se terminó la dictadura”.

Se había terminado la dictadura.

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