Lo que la tecnología se llevó

Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)
Cuando era joven era muy difícil encontrar respuestas. Había que meterse de cabeza en la biblioteca y buscar, leer, enumerar, marcar, señalar, después fotocopiar, y finalmente sentarse a procesar lo recogido, intentar el vano ejercicio de hallar alguna certeza.
Ahora es distinto. Las respuestas están todas. Basta con googlear acertadamente. Si las respuestas están todas, entonces, al alcance de la mano, tenemos que entrenarnos en el arte de preguntar. El que se destaca es aquel que sabe hacer las mejores preguntas. También en eso tendremos que ajustarnos a los tiempos que corren, ya no sirve de nada contestar bien un porcentaje alto de las preguntas que hacen en los Ocho escalones… insisto, ahora se luce el que sabe hacer las preguntas, las respuestas están todas. O casi todas, los únicos que siguen sin encontrar las respuestas son los economistas, que siguen debatiendo si endeudarse sí o no o si subir o bajar los aranceles aduaneros es bueno o malo.
De todas maneras, hay cosas que se extrañan de aquellos viejos tiempos donde gobernaba la ignorancia y la tecnología no pasaba de un estadio rudimentario. Por ejemplo, que alguien nos llame por teléfono. Hicieron tan sofisticado y versátil el aparatito que ahora sirve para todo menos para hablar por teléfono. La tecnología también conlleva ciertos absurdos. Llamar por teléfono a alguien se ha convertido casi en una intromisión, un desatino que atenta contra la privacidad de las personas. En el peor de los casos, cuando algún nostálgico de la comunicación telefónica no puede contenerse, debe tener la precaución de enviar antes un whatsapp preguntando: ¿te puedo llamar?
Hablando de extrañar, yo personalmente extraño el reloj pulsera. Cómo me gustaba exhibir ese reluciente dispositivo en mi muñeca izquierda, me refiero a los analógicos, claro, porque los digitales nunca tuvieron gracia, eran incluso premonitorios de estos tiempos bochornosos en los que nadie te para en la calle para decirte: jefe, ¿tiene hora?
Y ni hablar de la rara costumbre de reparar cosas, ahora nadie repara nada, el nivel de especialización que se requiere para reparar por ejemplo un televisor o un celular impide que ese tallercito que teníamos en el fondo del patio siga funcionando.
Nadie duda de las virtudes de los adelantos tecnológicos, pero a veces se les va la mano. La tecnología actual les niega a los más jóvenes la posibilidad de atravesar la aventura que significaba perderse en una ciudad, deambular durante horas buscando esa esquina donde se había fijado una cita, hoy el Google Maps encuentra cualquier ratonera.
Y no hablemos de lo que significaba permanecer “inubicable” al menos por unas horas, perderse por un rato en un café olvidado charlando con un amigo sin que nadie pudiera escribirte: ¿a qué hora venís?, ¿dónde estás?, ¿todo bien? Tal como afirma el principio de incertidumbre, no puede estar todo bien si me preguntan a cada rato si está todo bien. Para que estuviera todo bien necesitaría que el mundo se olvidara de mí por unas horas, y hoy en día, el mundo no se olvida de nadie ni por un minuto.
Los jóvenes de hoy nunca sabrán lo que sentíamos cuando recorríamos los anaqueles de una disquería buscando el cassette de esa banda que nos habían recomendado o más recientemente un CD, o incluso un libro, que ahora se compran online y llegan a tu casa antes de que hayas podido tomarle el olor al papel.
Pero la aberración más grande que ofrece la tecnología actual es impedirnos la posibilidad de irnos a dormir desconociendo qué cenaron nuestros amigos y conocidos. En los estados de whatsapp, en las fotos de Instagram, en Facebook, en fin, a través de esos espacios virtuales de los que no podemos prescindir incluso a veces por cuestiones laborales, nos llega la información completamente inútil de qué cocinó o qué pidieron Pedro, Juan o María de cenar en ese restaurante tan coqueto. ¿Por qué no disfrutás de la cena con tu pareja o amigos o amigas en vez de perder el tiempo en boludeces?, me gustaría decirles… Siempre con buena onda, claro, y apelando un poco al sentido del humor de los lectores.
Porque, entre nosotros, y confiando en la reserva que ustedes sabrán mantener, yo también me he dejado tentar por esa costillita de cerdo que cruje arriba de la parrilla y he multiplicado (sabrá Dios cuántas veces) la imagen que toma el celular con la única finalidad de mostrar al mundo mis dotes de asador.
Los comentarios están cerrados.