Los Chiriguanos y el fuego
Una hermosa leyenda formoseña.
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Cuentan los indios chiriguanos que hace mucho tiempo una gran inundación cubrió toda la tierra. Durante muchos días y muchas noches llovió torrencialmente sin parar; ciudades enteras quedaron sumergidas bajo el agua. Cuando el diluvio acabó, todo fue desolación; la tierra había quedado totalmente devastada. Un joven y una niña fueron los únicos sobrevivientes; juntos comenzaron a luchar por sus vidas en la forma más primitiva y rudimentaria.
No había nada que los alumbrara por las noches o les proporcionara calor en los días fríos y más aún, tenían que comer crudos los pocos alimentos que encontraban.
El tiempo fue pasando; lentamente la vida volvió a renacer; brotaron las plantas y nacieron los animales de todas las especies. Todo en la tierra iba recuperándose, sólo el fuego faltaba, el que se hacía cada vez más necesario.
Hasta que un día, un sapo vino en ayuda de los jóvenes.
Sucedió que Pacha Mama, madre tierra, sabiendo que el diluvio se acercaba, decidió preservar el fuego de la inundación y eligió a un gran sapo para esta misión.
Este, guardando unos carbones encendidos en la boca, buscó un gran hoyo para protegerse y allí se quedó.
Así, al resguardo del agua, trató de mantenerlos todo el tiempo encendidos. Cuando los carbones se cubrían de cenizas y parecían apagarse, soplaba con todas sus fuerzas sobre ellos y nuevamente volvían a arder.
La misión no fue fácil, pero el sapo no descuidó un solo instante la tarea que se le había encomendado.
Cuando pasó la inundación y la tierra ya estaba seca, salió saltando del hoyo con las brasas en la boca e inmediatamente buscó a alguien a quien dárselas.
Saltando, saltando indagó en uno y otro lado y cuando ya creía que no encontraría a nadie, vio a los jóvenes. Se acercó a ellos y abriendo la boca, dejó caer los carbones encendidos y rápidamente, con arbustos y ramas de quebracho hicieron una fogata.
Esa fue una noche de fiesta porque calentaron sus cuerpos, alumbraron su choza oscura y comieron carne asada.
Así recuperaron el fuego y el sapo fue muy querido y respetado.
Pasó el tiempo; el joven y la niña crecieron y de su unión provino la tribu de los chiriguanos.
Ilustración de Gabriela Varela.
Aquel valiente sapo tiene un nombre: “Cururú” y es quien salvó a la humanidad de su segunda destrucción.
Arq. Jorge Hugo Figueroa.
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