El Gitano, uno los “doce apóstoles”: de cocinar empanadas en el motín a youtuber carcelario
Ahora se define como «youtuber carcelario». En su canal acumula 28.800 suscriptores, 307 vídeos y 6.073.878 visualizaciones.

El Gitano es uno de los «doce apóstoles» que protagonizaron el cruento, sangriento y trágico motín de 1996 en el Penal de Sierra Chica, en Olavarría.
“Somos un equipo. El equipo que armé yo. Esa es mi familia”, dice Ariel Acuña en el cierre de la entrevista que publica Infobae.
El Gitano, lleva dos décadas en libertad y el otrora ladrón de bancos y de camiones blindados, asesino de presos, presume su voluntad de haberse reinsertado. Se presenta como “youtuber carcelario”: en su canal acumula 28.800 suscriptores, 307 vídeos y 6.073.878 visualizaciones.
Fragmentos de la entrevista
Una familia lo adoptó. “Económicamente estaban muy bien. Siempre nos daban todo. Vivíamos en plena Capital Federal. Teníamos todos los lujos que queríamos tener. Pero hubo una cosa que no hubo: el amor de madre ni de padre, porque pensaron que el amor era darnos cosas materiales. Y para mí el amor es otra cosa”. Hizo la primaria en un colegio privado del barrio de Saavedra. Un día se escapó porque su papá, militar de carrera, le pegaba mucho.
“Me fui de mi casa solo, solo. Me escapé y anduve arriba de los trenes. Vendía alfajores. Abría la puerta de los taxis. La idea era ir a buscar a mi mamá. Así que me fui a Constitución y nos tomamos un tren colado. Me había hecho amigo de un pibe que estaba en la calle también. Pero no íbamos adentro del vagón, íbamos entre los vagones. Era de noche y mi amigo se durmió y se cayó. Y el tren lo hizo bolsa. Vi todo. Me chorreó toda la sangre. Pararon el tren. Me quedé medio helado. Y seguí el viaje”, cuenta. Su propósito era volver con su mamá. Quiso preguntar en el juzgado. “Llegué. Andaba con los mocos chorreando, de pantalón corto, con una remera toda sucia. Hablé con la jueza, que era Corbacho. No me olvido más. Y me dijo que ella no me iba a dar la dirección de donde vivía mi mamá y me iba a llevar a una comisaría. Esa fue la primera vez que yo pisé una comisaría. Fui preso por ir a buscar a mi mamá”. Relata que estaba solo, que era el más chiquito de la comisaría, que estaba ahí pese a no haber cometido ningún delito y que su papá lo tuvo que ir a buscar. Y marca ese día, uno perdido de sus doce o trece años, como la semilla de su resentimiento con el sistema, con la sociedad.
Ariel vivió su infancia y preadolescencia en el barrio porteño de Saavedra. Su mamá adoptiva lo enviaba a pagar los servicios al banco. En la calle, se hizo amigo de los pibes del barrio Mitre. “Mi mamá nunca me dejaba juntar con los pibes de la villa. Era media nariz parada, clase media alta. Era toda una mujer. Pero yo me iba con ellos, me gustaba estar con ellos”, dice. Recuerda que en Avenida del Tejar (hoy avenida Balbín) y el cruce con la calle Estomba había una plazoleta y cerca una sucursal bancaria. “¿Y si nos robamos el banco?”, le consultó a un amigo. No era una idea disparatada: lo tenía todo planeado. Había identificado los movimientos internos en cada visita para pegar la luz, el gas, el agua.
El motín
El Gitano habla de su estancia en Sierra Chica y el Motín, «la idea era fugarnos de la cárcel. Éramos un grupo de personas que siempre buscábamos la libertad”, cuenta y enseña: “El preso tiene un refrán: ‘Calla, ladrón, que tu silencio es tu libertad’. En la cárcel tenés dos cosas: te atrapa la reja o buscá tu libertad”. Y él, para entonces, estaba condenado a 25 años con reclusión perpetua. “Estaba para nunca más salir, para morir adentro”, dice al punto de resultarle extraño estar hoy en libertad.
“Empezó todo por una fuga. Hubo un ortiba, como decimos nosotros, que estaba buchoneado sobre lo que íbamos a hacer. Había una banda, la del correntino Gapo, que arruinaban a los pibes, trabajaban para la policía y eran ortibas”, grafica. El líder de la banda rival era Agapito Lencinas. El grupo, según su versión, también violaba a otros presos y a los familiares que iban de visita.
“Nosotros lo invitamos a pelear a la cancha -narra-. Hicimos toda una estrategia para que todos los que cuidaban la garita y los que cuidaban el muro vayan para el lado de la cancha. Le dijimos ‘bajá a la cancha que vamos a pelear’. Ellos bajaron y toda la policía fue para ahí. Y nosotros, en ese rato, nos quisimos fugar. Rompimos un foco. Llamamos al electricista. Trajo una escalera de dos pies. La empalmamos, la atamos con sábanas. Armamos escaleras tumberas para escalar el muro: se hacen con la sábana, con palos de escoba y unos ganchos que los sacabas de abajo de las palmeras, acá afuera le dicen cuchetas”.
“Pero justo cuando iba un encargado para la cancha, se dio vuelta, nos vio y nos empezó a tirar tiros. Y ahí se pudrió el penal, ahí fue que entró esta banda que estaba en la cancha. ‘Esto no es contra los presos, esto es contra la policía’, les dijimos. Y el chabón me iba a arrancar con una faca, una faca de acero. Era imposible tener una faca de acero en la cárcel, se la había dado la policía. Y le digo ‘a eso no le encuentro el gatillo’. ‘Pero a esto sí’, y le muestro la pistola”. La pistola, una 11.25, la había entrado una abogada y se la había pasado a Diego Garza Sosa, alias “Cacho”, integrante de la banda del Gordo Luis Valor.
Todos sus hombres tenían facas. En Sierra Chica había 1.500 internos. La mayoría, dice el Gitano, los apoyaba. El motín duró ocho días. En el segundo día, ocurrió la masacre. “Dejamos correr el tiempo hasta que dijimos ‘basta, se acabó, vamos a darle todo’. Y les caímos: fue una cacería humana. Hicimos justicia por mano propia. Les habían hecho mucho daño a muchos pibes. Habían arruinado muchas familias”.
No supieron qué hacer con los cuerpos, que amontonados llevaron a los buzones. La pestilencia los alertó. Los doce apóstoles habían entrado por robo, no por homicidios. “¿Qué hacemos? ¿Y si los enterramos? Los van a encontrar los perros. ¿Y si lo ponemos en cal?”, relata Acuña. Hasta que apareció uno que había sido carnicero y propuso descuartizarlos y mandarlos al horno de la panadería. Ahí nació el mito de las empanadas: “Yo las hice”.
-¿Qué hiciste?
-Yo fui el que corté la nalga. Porque había un encargado que cuando yo era había ingresado ahí, a los 17 años, me había pegado apenas ingresé, me había matado y lo teníamos de rehén. Entonces corté un pedazo de nalga. La hicimos como que fuese una empanada. La fritamos. Y se la dimos. Cuando la comió, le dije: “¿Te gustó la empanada?”. “Está buena”, me dijo. “Bueno, ahora que te comiste a un chorro, vas a ser mejor persona”. Y empezó a vomitar todo. Este encargado tiene carpeta médica ahora, está en un neuropsiquiátrico.
-Aparte de lo de las empanadas, se decía que habían jugado a la pelota con una cabeza.
-No es que se jugó con la cabeza de un preso. Es una piedra. Tu esposo que es jugador de fútbol te puede decir: si le pega una patada a una piedra, se va a romper la pierna. Bueno, esto es lo mismo. Inventos del medio periodístico, que siempre la quieren mandar cambiada.
Está libre desde hace veinte años. Vive en Mar del Plata. Cuida a su hijo todas las mañanas, cuando su esposa sale a trabajar. “Soy el que le cambia el pañal, el que le da la comida, el que le da la mamadera, el que está todo el día con él. Mi hijo me cambió la vida”, cuenta. Sabe que en algún futuro le tendrá que explicar a su hijo quién es él y por qué algunos lo reconocen en la calle. “Para mí no es una hazaña -advierte-, es mi historia de vida y la cuento. Y también tengo una re linda historia ahora que estoy en libertad”. Hay quienes le dicen que le gustaría ser como él. Él les contesta enérgicamente que no: “No fantasmeen, no tienen que ser nunca como yo. En la cárcel no vas a pasar nunca buenos momentos. No festejás tu cumpleaños. No hay Navidad. No tenés nada. Ves sufrir a tu familia, a tu mamá”.