Florentina Gómez Miranda, señora de nadie

Una crónica de Julio Bazan.


«Florentina, Florentina, querés ser diputada y sos una asesina!». El estribillo brotaba agraviante de la muchedumbre que rodeaba al Congreso. Había hombres, mujeres y numerosos niños en edad escolar, que enarbolaban carteles con figuras de bebés. Corría 1989. Florentina Gómez Miranda estaba pagando el precio de haberse adelantado treinta años a su tiempo, para convertirse en la primera diputada en presentar un proyecto de ley de despenalización efectiva del aborto para las mujeres violadas, que ya estaba en el Código Penal. Pobres de ellos si aspiraban a amedrentarla: había asumido como razón de su vida la defensa de los derechos de las mujeres y de la igualdad de género, y nada ni nadie lograrían desalentarla.

En ocho años como diputada por la Unión Cívica Radical a partir de 1983, con 150 proyectos desde la Comisión de Familia, Mujer y Minoridad, plasmó décadas de reclamos de derechos femeninos, y cambió para siempre la vida de los argentinos con leyes de su autoría: el divorcio vincular, la patria potestad compartida (que fulminó la figura del jefe de familia), el uso optativo del nombre de soltera para la mujer casada (“señora de nadie”), la igualdad de los hijos matrimoniales y extramatrimoniales, la pensión a la concubina y la elección común del hogar. Y junto a la senadora Margarita Malharro de Torres lograron, con la suma de sus respectivos proyectos, la ley de Cupo Femenino, que estableció una cuota mínima del 30 por ciento de las candidaturas legislativas, sin precedentes en el mundo entero.

Esta mujer menuda, elegante y enérgica, que se definía como “católica pensante”, padeció en cuerpo y alma el machismo antes de combatirlo hasta el final de su extensa vida. No pudo cumplir su deseo de festejar su cumpleaños número cien en el Luna Park. Murió el 1° de agosto de 2011, a los 99 años, con la convicción de haber cumplido muchos de sus sueños (“si no he hecho más es porque no he podido, y he podido lo que he querido”, resumió con modestia). Había nacido el 14 de febrero de 1912 en Olavarría, y fue, en sus palabras “maestra por vocación, abogada por elección y política por pasión”

Feminista en un partido machista

Maestra a los 17 años (recién recibida conoció a Hipólito Yrigoyen, al que veneraba); abogada a los 33 y afiliada al radicalismo a los 34, se convirtió en diputada recién a los 71 (resultado de militar en el que llamó “el más machista de los partidos”). Dedicó su juventud a la enseñanza y a la política. Se casó pasados los sesenta (“fueron quince años de una relación estupenda”, definió). Por sus logros en una época adversa para las mujeres en la política, se ganó un lugar entre las grandes feministas de la historia argentina, Julieta Lanteri, Alicia Moreau de Justo, Elvira Rawson, María Rosa Oliver y Victoria Ocampo, luchadoras por el sufragio femenino. Es injusto el ostracismo al que la somete la historia.

Mujer de convicciones firmes, en 1954 fue dejada cesante después de 23 años en su cargo de maestra porque se negó a llevar luto por la muerte de Evita. Lo valiente no quita lo cortés: en 1984 la homenajeó en nombre de su bloque, como “una auténtica exponente del pueblo”. Inflexible en la defensa de sus proyectos (“no voy a cambiar ni una coma”, era su frase habitual), se llevaba bien con los peronistas. “Me han cascado, pero me respetaron”, solía decir.

“Radical de raíz”, como gustaba definirse, las raíces de su feminismo se hunden en su niñez. “Éramos seis hermanas mujeres y dos varones, que tenían todos los beneficios. ¿Ponían la mesa? No. Las seis éramos todas subordinadas”, se quejaba. Como se destacaba por sus luces, una vez el médico de la familia le dijo: “Vos de la frente para arriba sos varón, y de la frente para abajo sos mujer. Yo estaba chocha, pero al pasar los años me dije: me está engañando, porque dice que los que piensan son los hombres. Entonces ahí me entró la rebelión y empecé a estudiar Derecho”. Rindió libre en cuatro años todas las materias, mientras trabajaba como maestra y se recibió en 1945

Al año siguiente se afilió a la UCR, partido que en los estatutos relegaba a las mujeres a tareas secundarias, de propaganda. Le tocó navegar en las aguas del atávico predominio masculino en la política. El rechazo a la inclusión femenina hizo que el radicalismo fuera uno de los partidos que no tuvo mujeres en las listas electorales de 1951, cuando por primera vez las argentinas accedieron al ejercicio de sus derechos políticos-pudieron votar y ser candidatas-. En esos comicios el peronismo ubicó a 26 diputadas. Algunas de ellas comentaron con agudeza: “Los radicales podían haber puesto mujeres, pero eran egoístas”. “Públicamente todos los políticos son feministas, pero los elogios no se traducen en lugares para las mujeres”, se quejó Florentina.

La gran revolución

Criticaba al radicalismo y también al socialismo, pionero en la lucha por los derechos de la mujer. “A Alicia Moreau de Justo nunca la eligieron diputada ni nada, solo entró al Congreso en un cajón, cuando la velamos”, reprochaba con amargura. Batalló contra la cultura política masculina con costumbres hostiles hacia las mujeres. En 1983 estaba tercera en la lista de candidatos a la cámara baja. Por concesiones a los hombres la bajaron al onceavo lugar, pero no se rindió. “Nunca bajé la vista ante los hombres. Cuando votamos la ley de autoridad compartida de los padres éramos sólo seis mujeres diputadas. Hicimos la gran revolución”, destacó.

Foto: DYN

En sus afanes, Florentina tuvo en quien inspirarse. Clotilde Sabattini, hija del líder radical cordobés Amadeo Sabattini, fue la ideóloga indiscutida del feminismo desde la UCR. Empeñada en construir alternativas a la hegemonía masculina -reclamando el derecho de la mujer a elegir y ser elegida y a integrar cargos directivos en el partido-, convocó en 1949 al primer Congreso de Mujeres Radicales. Su vida fue una tragedia. Perseguida por el peronismo, padeció cárcel y exilio. Cuando el radicalismo se escindió, fue convocada por Arturo Frondizi a la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI), que llegó al gobierno.

Padeció el prejuicio y la descalificación de los rumores malintencionados acerca de su vida sentimental con Frondizi, y sufrió en carne propia la violencia de género. Su esposo, el millonario Raúl Barón Biza le desfiguró el rostro con ácido el 16 de agosto de 1964, en medio del trámite de separación, y enseguida se suicidó. Después de catorce años de peregrinar sin rostro por la vida, Clotilde se mató el 25 de octubre de 1978. Tenía sesenta años. En el período 1958-1961 (con el peronismo proscripto) la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI) fue la única fuerza política partidaria con representación femenina en la Cámara de Diputados de la Nación, con cinco diputadas. Todavía no era el turno de Florentina. Cuando le llegó, lo aprovechó a fondo. En tiempos en que divorcio y aborto eran tabúes. Palabras que pocos se animaban a pronunciar.

El velo de la hipocresía

“Si se embarazaran los hombres hace rato que tendríamos aborto legal”, dijo con su lengua acerada cuando la agraviaban por reclamar la implementación efectiva del aborto para las mujeres violadas, ratificando el artículo 86 del Código Penal, sancionado en 1921. La iniciativa se concretó un año después de su muerte, cuando la Corte Suprema se pronunció sobre el caso de una joven de 15 años violada por el padrastro. El conocido “fallo FAL” despejó cualquier duda sobre la interpretación del Código Penal acerca de las causales para la interrupción legal del embarazo. “Yo tampoco quiero que la mujer aborte –decía-, pero no la combato con la ley, sino con la educación sexual, con los anticonceptivos”.

Florentina se amargó cuando la ucedeista Adelina Dalesio de Viola llevó escolares al Congreso para insultarla. Pero se complació porque “he logrado descorrer el velo de la hipocresía en un problema tan serio”. Atribuyó la ofensiva a “los mismos grupos reaccionarios que me combatieron cuando con fuerza y pasión defendí, gracias a Dios con éxito, el divorcio vincular. Los mismos que pintaron en las paredes ´matrimonio o divorcio´, cuando se sabe que solo se piensa en el divorcio cuando el matrimonio ha fracasado”. Le gustaba recordar la ocasión en que fue visitada por “unas chicas de entre 10 y 12 años” que le expresaron el deseo de que saliera el divorcio vincular. “¿Por qué, les pregunté? Y todas me dijeron: para que se casen papá y mamá”. “Nos costó convencer a (Raúl) Alfonsín, pero él nos dijo que no la iba a vetar, y salió”, explicó una vez. Y rindiéndole homenaje agregó “nunca las mujeres logramos tanto en tan poco tiempo como bajo el gobierno de Alfonsín”.

Reelecta, Florentina constituyó un ejemplo de que se puede tener un cargo en el Congreso y ser decente. Cuando concluyó su segundo mandato no se fue a su casa. Siguió haciendo política –nunca más tuvo un cargo- hasta el último de sus días, disfrutando más del respeto que se ganó que de los numerosos premios y homenajes que recibió. Sus restos fueron velados en el Congreso, e inhumados en el Panteón de los Caídos de la Revolución de 1890. Hasta después de muerta consiguió estar a la altura de los hombres más destacados de su partido. Fue la primera mujer en acceder a ese honor. “Si de algo se acordará la gente –dijo una vez- es de mi lucha. No de mis triunfos. De mi lucha insobornable por los derechos, sobre todo, de la mujer».

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