La columna delaltillo | Acaros
“Finalmente, el cordero fue enviado a la carnicería, y yo aprendí que quienes me amaban también podían decidir sobre la administración de la muerte”. Antonio Gamoneda.
Escribe: Guillermo Del Zotto
Hacemos la cola en el banco. Por suerte la globalización permite que sea más fácil la espera: en muchos casos, en lugar de pensar en llegar a fin de mes, la cabeza se ocupa en debatir entre creer en Adán y Eva o en el Big Bang.
Para algún novelista, la ocasión puede servir para definir la suerte de alguno de sus personajes. ¿Qué estaría haciendo Italo Calvino, si es que no estaba sentado frente a la máquina de escribir, cuando decidió la suerte final de Cósimo, ese barón rampante que no muere pero tampoco sigue? ¿Cómo habrá definido Pavese las muertes en “El diablo sobre las colinas”?
Se parecen en algún punto al padre de familia que piensa como deshacerse del cordero que trajo para Navidad. Deshacer en realidad el sonido del berrido que permanecerá en el patio eterno de la infancia de los más pequeños.
Se deciden más muertes por día que las que podemos suponer. Algunas decisiones son tan frías que tienen fecha para más adelante, con lo que construimos a partir de silencios e indiferencias el comienzo de una agonía que ni siquiera sospecha el inaugural agonizante.
Pero la muerte que despanzurra con lugares comunes es la única que nos preocupa. La que nos hace levantar la vista de la cola del banco para ver la información sin audio sobre la pantalla de un televisor.
O la masiva, la de las cifras, las de un solo autor intelectual que se convierte en objeto de culto oculto. Casi nadie recuerda a un genocida sin incluir un leve corrimiento de sonrisa.
La muerte apretada, modesta, la que entra casi forzadamente sobre el juzgamiento de lo civilizado según hoy, es la que no se discute. La del repudio sin posibilidad de defensa.
“A puertas cerradas” de Sartre podría tener una versión en la que quienes esperan están en la cola de un banco. De alguna manera es una fila que busca que alguien administre las muertes. Uno ha hecho mucho para estar en esa columna que se asemeja a una hilera de refugiados, un grupo de solados esperando sopa y en el fondo del tiempo una columna añorando llegar al pedazo caliente de mamut. De la muerte esculpida con tanta paciencia nadie advierte inconvenientes. De la que salta, viva en las noticias rojas, todos tienen su sentencia.
¿Qué tarea doméstica habrá realizado Margarite Yourcenar antes de describir la muerte de Adriano? ¿Qué habrá comido Roberto Arlt después de resolver la traición de Silvio Astier?
Atrás mío hay dos que hablan. Uno de le dice al otro, acerca de las cortinas de humo en la información: “olvidemos los conflictos internacionales, el petróleo, la religión, el amor, la pornografía, la razón, los impuestos, el arte, las conquistas. La verdadera pelea comenzó en las cavernas. Es contra los ácaros. Hoy siguen ganando”.
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