Conmemoración de los Fieles Difuntos


Colaboración de las Misioneras de la Inmaculada, Padre Kolbe

La Conmemoración de los Difuntos tiene un valor profundamente humano y teológico, que abarca todo el misterio de la existencia humana. Es precedida por la Solemnidad de Todos los Santos, al respecto Benedicto XVI, en el Ángelus del 1° de noviembre de 2005, señala: «Es muy significativo y apropiado que después de la fiesta de Todos los Santos, la Liturgia nos haga celebrar la Conmemoración de todos los fieles que han muerto. La «comunión de los santos», que profesamos en el Credo, es una realidad que se construye aquí abajo, pero que se manifestará plenamente cuando veamos a Dios «tal como es». Es la realidad de una familia unida por profundos lazos de solidaridad espiritual, que une a los fieles fallecidos con los peregrinos del mundo. Un vínculo misterioso pero real, alimentado por la oración y la participación en el sacramento de la Eucaristía. En el Cuerpo Místico de Cristo las almas de los fieles se encuentran superando la barrera de la muerte, rezan unos por otros, realizan en la caridad un intercambio íntimo de dones.»

Para distinguir ambas celebraciones San Agustín en uno de sus Sermones expresa: “La Iglesia no ruega por los santos como ruega por los difuntos, que duermen en el Señor, sino que se encomienda a las oraciones de aquéllos y ruega por éstos”.

Sobre la comunión con los difuntos dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo, honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció por ellos oraciones, pues es una idea santa y provechosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados. Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor.”

Gracias al Amor del Padre y a la victoria de Jesús, la muerte física es un pasaje, una puerta que nos conduce al encuentro con Dios. Nuestros muertos no están «definitivamente muertos», sino «sólo difuntos», «duermen el sueño de la paz» mientras esperan que sus cuerpos sean transformados por la resurrección.

Morir es existir de una manera nueva. Para San Francisco de Asís, la muerte era un misterio que había que acoger y a diferencia de nuestro tiempo, que intenta ocultar la realidad de la muerte, San Francisco nos enseña a mirarla, a aceptarla, a considerarla una «hermana», parte de nosotros, tan real como la vida, un acto de honestidad intelectual incluso antes que espiritual.

En su reflexión en la Conmemoración de los Difuntos el 2 de noviembre de 2023, dijo el Papa Francisco: “Esta celebración nos trae dos pensamientos: memoria y esperanza. La memoria de los que nos han precedido, que han hecho su vida, que han terminado su vida. Memoria de tantas personas que nos han hecho bien, familiares, amigos, memoria también de aquellos que no hicieron tanto bien pero que en la misericordia de Dios fueron acogidos, la gran misericordia del Señor. Esta es una memoria para mirar hacia adelante, para mirar nuestro camino, nuestro recorrido.» Y en su Catequesis afirmó: “rogar por los difuntos es, sobre todo, una muestra de agradecimiento por el testimonio que han dejado y el bien que han hecho. Es un agradecimiento al Señor por habérnoslos donado y por su amor y su amistad”. 

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